A diferencia de las parlamentarias, en las presidenciales sólo gana uno.
Tres serán finalmente los derrotados al terminar la segunda vuelta. Es inexorable. Y frente a los malos resultados, en la política no queda espacio sólo para lamentarse y cerrar el tema. La costumbre de los equipos electorales indica que si se está involucrado en la campaña de un candidato perdedor, el mismo día de la derrota hay que salir de inmediato a denunciar a los responsables de la debacle. No vaya a ser que el postulante fracasado pida tu cabeza, sin que tengas un chivo de mejor calidad para ofrecérselo en holocausto.
Cuatro son los candidatos, pero sólo dos comenzarán pronto a seleccionar a los posibles responsables de una derrota. Es lo que irá sucediendo en nocturnidad, pero día a día con mayor intensidad en los comandos de Piñera y de Frei ante la eventualidad de un fracaso.
Arrate no tiene para qué preocuparse. En su caso, el mejor y el peor resultado son exactamente el mismo: cuarto y con un dígito de las preferencias. Nadie será acusado y ningún anatema pronunciado, porque la estrategia para la segunda vuelta sugiere dar y pedir cariñitos a los amigotes de siempre.
Para Enríquez-Ominami, la pésima noticia sería ser tercero y con el 20 por ciento de los sufragios; o sea, un resultado grandioso para un diputado joven, inexperto, sin equipos y disfuncional al sentido común. Gracias a ese caudal de votos, en el contexto de una campaña en la que caben todos y de cualquier modo, sucederá lo mismo: ningún partidario será perseguido ni ajusticiado, porque no habrá cuentas que pagar.
Pero, uyuyuy: ¿cómo te explican la derrota si punteaste por años, si en todas las encuestas te dieron por ganador amplio, si contaste con una Alianza nunca antes tan unida (e incluso ampliada), si además inyectaste dineros más que suficientes para que te conocieran hasta los cuidadores de los faros australes?
Para un Piñera sensato, los responsables de un eventual escenario dramático en enero debieran ser los que hoy están muy cerca de él, en su propio comando, en las estructuras territoriales y comunicacionales, en sus asesores de apertura al liberalismo moral y cultural, en los que lo hicieron perder credibilidad, sin lograr que ganara votos. Pero justamente porque el cosquilleo de la derrota podría estarse instalando en esos mismos estómagos, si Piñera pierde en enero, recibirá otro mensaje, una coartada proveniente del riñón del comando: la culpa no fue de nosotros, le dirán; fueron ellos, los fundamentalistas, los integristas, los intransigentes. Sí, es cierto que les dimos duro y sin tregua, pero no supieron agachar la cabeza; sí, ellos fueron.
Y, ayayay si fuiste Presidente de la República, si contaste con todo el aparato gubernamental formado en cuña a tus espaldas y atacando durante meses por todos los flancos, si dispusiste de más minutos y centímetros que nadie
pero, o no pasaste a segunda vuelta o perdiste en esa instancia decisiva.
¿A quiénes te podrían entregar como culpables, Eduardo Frei? Ciertamente, el candidato de la Concertación recibirá más y mejores explicaciones de sus colaboradores que la maniquea razón que puedan esgrimirle a Piñera. A Frei le dirán que los partidos se involucraron mucho (o poco); que el asesor italiano era mejor que el otro; que los ministros en terreno hicieron su trabajo, pero la Contraloría los molestó mucho; hasta la Presidenta le dirá alguno falló en la transmisión de su popularidad.
Ésa es la ventaja que exhiben hoy los comandos de Arrate y de Enríquez-Ominami: se pueden dedicar a trabajar sólo para mejorar; en los otros dos, ya se comienza a pensar también en cómo sobrevivir.
CONSULTEN, ESCRIBAN OPINEN LIBREMENTE
Saludos
RODRIGO GONZALEZ FERNANDEZ
DIPLOMADO EN RSE DE LA ONU
DIPLOMADO EN GESTION DEL CONOCIMIMIENTO DE ONU
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