El escritor inglés convertido G.K. Chesterton nos cuenta un secreto de Dios, de Jesús: "Los solemnes superhombres y los diplomáticos imperiales se jactan de disimular sus indignaciones (y sus lágrimas). Él, Jesús, no disimulaba las suyas: arrojaba los objetos por la escalinata del templo, y preguntaba a los hombres como esperaban salvarse de la condenación del infierno (o lloraba sobre la ciudad sorda o por el amigo muerto).
Algo ocultaba, sin embargo. Lo digo con reverencia: esa personalidad arrebatadora escondía una especie de timidez. Algo había que escondía de los hombres, cuando iba a rezar a las montañas: algo que Él encubría constantemente con silencios intempestivos o con impetuosos raptos de aislamiento. Y ese algo era algo que, siendo muy grande para Dios, no nos lo mostró durante su viaje por la tierra; a veces discurro que ese algo era su alegría." (G.K. Chesterton, 'Ortodoxia', pp. 672-676, Espasa-Calpe)
Antes nos ha dicho Chesterton que "el Cristianismo tiene de la alegría algo gigantesco y de la tristeza algo reducido y especial", al revés que el Paganismo que tiene algo de superficial y efímera alegría, pero que sobre las cuestiones fundamentales y duraderas alberga tristeza y desesperación. Debemos los creyentes tomar como livianas nuestras lágrimas, tal como el enfermo que se siente muy bien acompañado. "Y acaso estamos en esta silenciosa cámara estrellada, porque las risas de los Cielos son demasiado atronadoras para que podamos resistirlas". (Ibídem).
Dios en su segunda persona, Jesucristo (Verbo divino y hombre) tiene relación de inefable e infinita alegría con su Padre altísimo en la unidad con el Espíritu Santo. En cambio, en su viaje por la Tierra vela su alegría con sus lágrimas y su Pasión. Pero la razón es que tiene que señalar el camino a hombres pecadores para que lleguen a compartir su alegría divina. A veces tiene que decirnos cosas duras: Jesús no nos engaña.
Para llegar a participar de la alegría de Dios, el Evangelio nos muestra la escondida senda, como nos recuerda el beato Juan Pablo II: "La palabra clave de la enseñanza de Jesús es un anuncio de alegría: "Bienaventurados...". El hombre está hecho para la felicidad. Por tanto, nuestra sed de felicidad es legítima. Cristo tiene la respuesta a nuestra expectativa. Con todo os pide que os fiéis de Él. La alegría verdadera es una conquista, que no se logra sin una lucha larga y difícil (...) Las ocho bienaventuranzas son las señales de tráfico que indican la dirección que es preciso seguir.
La alegría que las Bienaventuranzas prometen es la alegría misma de Jesús: una alegría buscada y encontrada en la obediencia al Padre y en la entrega a los hermanos". (B. J.P. II, Jornada Mundial de la Juventud, Toronto, 2002). ("Mi alimento es hacer la voluntad de quien me envió", citado del Evangelio, de memoria).
Hay algunos fragmentos del Evangelio en que la alegría escondida de Jesús aflora como una corriente sumergida de agua fresca que salta al exterior porque no puede contenerse dentro. Así: "En aquella hora se sintió (Jesús) inundado de gozo en el Espíritu Santo y dijo: "Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños, es Padre, porque tal ha sido tu beneplácito". (Luc. 10, 21). Es bonito ver como Dios se goza en los pequeños, en los sencillos, en los humildes; quizás porque son la buena tierra con quienes podrá compartir su alegría infinita.
También en el Evangelio vemos como un anticipo de este ansiado compartir de la alegría de Dios: El secreto de la gloria y alegría divinas se revela en la Transfiguración de Jesús, en el Tabor, cuando Pedro se siente feliz y quiere eternizar ese momento y exclama: "¡Qué bueno es estarnos aquí! Hagamos tres tiendas, una para Ti, una para Moisés y una para Elías." (Marcos, 9, 5) Pedro vive como un anticipo del Cielo, que le ayudará a aceptar el camino del Señor que pasa por su dolorosa Pasión, cuando llegue, tras la flaqueza de su negación, hasta a dar su propia vida por Dios.
¿Y de dónde, si no es en la alegría de Dios, sacan fortaleza los mártires para morir cantando? Nuestra vocación es la alegría divina: Participemos de este jocundo gozo, y vivamos incluso los sufrimientos con esa esperanza y paz que serán más adelante compartir sin velos el gozo de Dios.
Saludos
Rodrigo González Fernández
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