Cristián Larroulet Vignau
Ministro secretario general de la Presidencia
Con frecuencia le oímos decir a la izquierda que el modelo de desarrollo que sigue nuestro país, basado en una economía libre, abierta y competitiva, la provisión mixta -pública y privada- de los servicios públicos, la focalización del gasto social, en un contexto de institucionalidad democrática, se encuentra agotado. Ello, debido a que no sería capaz de responder a la demanda por más oportunidades y mayor equidad que hoy expresa la sociedad chilena. Pero, ¿respalda la evidencia empírica esa crítica?
Responder esa pregunta requiere, en primer lugar, una mirada hacia nuestro pasado reciente, para determinar cuánto hemos podido progresar con dicho modelo. En 1980, Chile tenía el séptimo mayor ingreso per cápita de Latinoamérica. Actualmente, estamos en el segundo lugar. En 1987, cuando se hizo por primera vez la encuesta Casen, el 47% de los chilenos era pobre, cifra que se redujo hasta la tercera parte. Aun la desigualdad de ingresos que, medida por el índice de Gini, había alcanzado un máximo de 0,61 en 1985, comenzó a bajar lentamente hasta situarse en 0,53 en 2006. Desgraciadamente, tanto la pobreza como la desigualdad volvieron a subir durante el gobierno de Michelle Bachelet, entre otras cosas por una deficitaria conducción de política pública. Pero gracias a las políticas implementadas en los últimos dos años para fomentar el empleo y el emprendimiento, así como el perfeccionamiento que se ha venido haciendo a las políticas sociales, 148 mil compatriotas han podido superar la pobreza extrema. Con ello, la indigencia llegó a su más bajo nivel histórico al alcanzar un 2,8%. Lo mismo ha ocurrido con la distribución del ingreso, ya que los chilenos más pobres han visto aumentar sus ingresos en 24% desde 2009, más que el resto del país.
Pero tan importante como la perspectiva histórica es la mirada hacia el contexto internacional, especialmente en tiempos de crisis económica, cuando los modelos son puestos a prueba. Y, aunque la tormenta aún no pasa, Chile está resistiendo bastante bien. Mientras muchas naciones sufren, los últimos datos disponibles muestran aquí un crecimiento de 5,3% entre mayo de 2011 y el mismo mes de 2012, un desempleo de 6,7% y una inflación de -0,3% en junio. Además, un reciente informe de la OCDE indica que somos uno de los tres países de los 34 que integran la organización cuyos índices de empleo han aumentado desde la crisis de 2008, y aquel donde lo han hecho en mayor medida.
¿Y qué pasa con el resto del mundo? Entre los países desarrollados, los que mejor desempeño muestran son aquellos que tienen un modelo más parecido al nuestro, como Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelandia y Corea del Sur. Y los que peor lo están pasando son los adscritos al modelo del bienestar europeo, por el que nuestra centroizquierda ha mostrado siempre predilección. Y, a su vez, dentro de este último grupo de países, los que están creciendo, aunque sea muy poco, son los que, como Alemania y Suecia, hicieron reformas liberalizadoras oportunamente. Mientras los que se han resistido a ellas se encuentran casi todos sumidos en franca recesión y se ven obligados a llevar a cabo esas transformaciones ahora en las peores circunstancias.
En nuestra América Latina, los hechos apuntan a las mismas conclusiones. Los países que más avanzan son aquellos que, como Perú y Colombia, han adoptado un camino más próximo al nuestro. En cambio, los que optaron en diferentes grados por el socialismo bolivariano -que tanto seduce a nuestra izquierda más ortodoxa- son los que atraviesan por las mayores dificultades.
Nada de esto es una invitación a la autocomplacencia ni al inmovilismo, pues nuestro país tiene problemas relevantes que urge resolver. El punto es que el mejor modo de hacerlo no es sustituyendo un modelo que nos ha permitido importantes progresos por otros cuyas profundas debilidades están hoy a la vista, sino efectuando al que tenemos los perfeccionamientos que por tanto tiempo han sido dilatados, tarea en que el Gobierno está decididamente embarcado.
Estamos empeñados en adoptar políticas que consigan una mayor igualdad de oportunidades mediante la eliminación de barreras al emprendimiento, una educación de calidad accesible a todos; que ayuden a los más pobres de un modo que incentive a su superación y autonomía y no a su dependencia; que brinden seguridades más efectivas contra la enfermedad y el delito, y que profundicen nuestra democracia, haciéndola más participativa y transparente.
Y todo eso junto a los esfuerzos por tener una economía cada vez más competitiva e innovadora, que continúe creciendo y generando muchos empleos. La nueva política de financiamiento universitario, el Ingreso Ético Familiar, la Agenda de Impulso Competitivo y la inscripción automática y el voto voluntario son algunos ejemplos de ello. Así, estamos avanzando simultáneamente hacia una sociedad más próspera y más justa, sin necesidad de sacrificar ninguno de esos objetivos.
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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