¿El primer terrorista de la era moderna?
El 12 de febrero de 1894, un joven intelectual anarquista llamado Emile Henry salió de su casa dispuesto a matar. Con el ataque que llevó a cabo en un café parisino se podría decir que dio inicio la era del terrorismo moderno.
Desde las viviendas miserables en las que se alojaba en el plebeyo distrito 20 de París, Henry decidió declarar la guerra a los burgueses. Su principal objetivo era vengar la ejecución de Auguste Vaillant, ocurrida una semana antes.
Incapaz de alimentar a su familia, Vaillant había lanzado una pequeña bomba en la Cámara de Diputados, hiriendo levemente a varias personas. Su intención era llamar la atención sobre la situación de los pobres.
Armado con una bomba oculta bajo su abrigo, Henry caminó por la Avenida de la Ópera de la capital francesa, deteniéndose en algunos cafés elegantes, en los que no llegó a entrar porque no estaban lo suficientemente llenos.
Finalmente entró en el Café Terminus, que todavía existe, cerca de la estación de San Lázaro, y pidió dos cervezas y un cigarro. Con éste encendió la mecha de la bomba que lanzó en el café y que ocasionó una carnicería.
Henry escapó corriendo, para ser poco después detenido tras un duro forcejeo. En el café quedaron heridas 20 personas, algunas de gravedad, una de las cuales murió.
Junto con la bomba que explotó en el Teatro del Liceo de Barcelona en 1893, el ataque en el Café Terminus supuso un cambio en los objetivos de los terroristas.
Nuevos objetivos
Si hasta ese momento el blanco de los ataques habían sido policías o Jefes de Estado -el presidente francés Sadi Carnot fue asesinado ese mismo año- los nuevos objetivos de los anarquistas violentos eran los burgueses.
Henry aseguró cuando lo juzgaron que su amor por la humanidad se había transformado en un odio hacia las clases dominantes. Quince meses antes una de sus bombas había matado a cinco policías. Ahora había decidido matar a burgueses por ser quienes eran.
No tenía "ningún respeto por la vida humana, porque los burgueses tampoco la tenían en absoluto", afirmó Henry, quien fue finalmente guillotinado.
Tenía 21 años.
Hay por supuesto grandes diferencias entre los terroristas de finales del siglo XIX y los de hoy en día.
Para empezar, el fundamentalismo religioso, como el de los actuales yihadistas que comulgan con la visión del mundo de al-Qaeda, no era la motivación de los ataques anarquistas.
En cualquier caso, ¿podemos encontrar algún paralelismo entre el ataque de Henry y el terrorismo actual?
Paralelismos
Los terroristas de antaño, como los actuales, tenían como objetivo a cualquiera que identificaran con sus enemigos. Ambos, además, atraen militantes de clases muy distintas. A diferencia de otros notorios anarquistas franceses como Ravachol y Vaillant que eran considerados marginales, Emile Henry era un intelectual.
Además, los dos utilizaron armas que barrían con los escenarios de los ataques. La dinamita, inventada en 1868 por Alfred Nobel, representaba, como describió uno de sus contemporáneos, "una alquimia moderna revolucionaria".
De hecho, un anarquista estadounidense alardeó -antes de ser ahorcado en Chicago después de los famosos disturbios de Haymarket de 1886- de que "dándole dinamita a los millones de oprimidos del mundo, la ciencia hizo su mejor trabajo".
Actualmente, igual que hace un siglo, los que llevan a cabo actos terroristas buscan la "inmortalidad revolucionaria" y esperan inspirar a otros con su muerte heroica. Pese a ello, los atacantes suicidas, con la excepción de los pilotos kamikaces de la Segunda Guerra Mundial, son un fenómeno nuevo.
Por otro lado, el objetivo de los terroristas sigue siendo un poderoso enemigo, una estructura que desean destruir.
Para los anarquistas, el enemigo era el Estado y los pilares que lo sostenían: el capitalismo, el ejército, la iglesia o la burguesía.
Creían que sólo la destrucción de Estado podía conllevar igualdad y, en consecuencia, felicidad.
En el caso de los yihadistas, el objetivo es Occidente y en concreto Estados Unidos.
Además, los terroristas de antaño y los actuales comparten una creencia ferviente en la ideología y la confianza en que al final ganarán. Eso les da una dimensión apocalíptica, incluso milenarista. Muchos de ellos son jóvenes tratando de cambiar el mundo.
Al lidiar con el terrorismo, el gobierno francés hace 100 años y el estadounidense en los primeros estadíos de los conflictos en Irak y Afganistán, tuvieron la tendencia de buscar una conspiración organizada a gran escala.
En vez de eso, deberían haber tenido en cuenta el papel de pequeños grupos o incluso de individuos aislados que llevan a cabo operaciones terroristas organizadas localmente de manera independiente.
Diferencias y similitudes
Pese a las muchas similitudes, existe una diferencia fundamental entre la violencia revolucionaria de finales del siglo XIX y la violencia de la resistencia que ha sido dirigida durante la segunda mitad siglo XX y principios de XXI a potencias ocupantes, como Israel en Medio Oriente, las fuerzas francesas en Argelia o EE.UU. en Vietnam o Irak.
En cualquier caso, el terrorismo revolucionario y el de resistencia tienen en común que su violencia está dirigida hacia estados que consideran opresores y cuya presencia creen injusta.
Los ataques anarquistas de finales del XIX nos recuerdan otra dimensión del terror, en la que se acusa Estado mismo de terrorismo contra su propia gente. Ese tipo de terrorismo a menudo se pasa por alto o se olvida.
De hecho, una teoría afirma que el terrorismo empezó con la creación misma del Estado, durante la Revolución Francesa.
Emile Henry se vio profundamente afectado por el aumento de la represión contra los disidentes por parte del Estado. Su padre vivió en carne propia el terrorismo de Estado, al ser condenado a muerte en ausencia por haber militado en la comuna de París de 1871.
La excesiva respuesta de las autoridades en Francia, así como de Italia y España, durante el apogeo de los ataques anarquistas no funcionó.
Muchos de los anarquistas arrestados por la policía en la represión de 1894 -entre los que había un gran un número de intelectuales a los que se acusaba de "asociación de malhechores"- no eran terroristas.
El gobierno francés utilizó el pánico ocasionado por las bombas de los anarquistas para acabar con los disidentes, pero la represión mermó la autoridad moral del Estado.
La indignación publica se volvió en contra el gobierno y finalmente la ola de ataques terminó.
Más de 100 años después, es un antecedente de que quizás podrían aprender los líderes actuales.--
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Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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