CLAVES DEL MENSAJE PRESIDENCIAL:
Las expectativas en torno al enfoque que la Presidenta daría a su segundo mensaje anual se satisficieron sólo parcialmente. Como cuenta de la gestión realizada en los últimos 12 meses, que se iniciaron con la crisis estudiantil de junio pasado, prosiguieron con una eclosión de casos de corrupción y se enteran con el país sumido en la crisis detonada por el Transantiago, resulta inevitable estimarla incompleta. La referencia de la Mandataria a esta última fue más bien somera, y si bien expresó comprender la "indignación e impotencia" contra "un sistema que... ha empeorado la calidad de vida de las personas", y también garantizó que "el problema se va a arreglar", no precisó cómo ocurrirá ello, más allá de genéricas alusiones a que los ciudadanos lo verán "paso a paso", y a que "el Estado debe cumplir un rol más relevante en el transporte público". Esto último incluso parece dejar abierta la opción de un grado importante de estatización.
En otras áreas de grandes problemas, como educación, energía, corrupción, salud, medio ambiente, vivienda, delincuencia, entre otros, el énfasis del discurso está puesto en el futuro -esto es, anuncios de variada envergadura-, más que en un análisis crudo de las dificultades que se enfrentan y los modos específicos para superarlas. Y hay paradoja en su llamado a asumir responsabilidades, que, sin embargo, no se aplican como sería esperable respecto de las deficiencias que todos los chilenos observan, incluso en casos tan evidentes como el Transantiago. El conjunto del mensaje deja un sabor de cierta elusión de todo cuanto sea ingrato.
El aumento del gasto fiscal parece plantearse por la Mandataria como una panacea. De allí que lo central de sus palabras sea el anuncio de que se reducirá de 1,0 a 0,5 por ciento del PIB el superávit estructural desde el presupuesto de 2008. Esto permitirá gastar unos 750 millones de dólares anuales adicionales, lo que evoca la prevención del presidente del Banco Central, en la semana pasada, en cuanto a que eso podría afectar la inflación, la tasa de interés y el tipo de cambio. La Presidenta ostensiblemente presume que el mayor gasto público puede resolver los problemas sociales, pero omite aludir a las graves insuficiencias y deficiencias del aparato estatal, sin mandos, cuadros ni mecanismos que permitan un aprovechamiento adecuado de los recursos. Una cascada de gastos no significa necesariamente un equivalente desarrollo social. Baste recordar los ingentes montos ya gastados en salud, educación y el Transantiago, sin lograr resultados congruos, para probar dramáticamente esta realidad.
De allí que los anuncios de enorme desembolso adicional -siempre justificado- para educación dejen abierto el interrogante de rendimiento, pues no se tocan el Estatuto Docente, el mejoramiento del profesorado, su evaluación. También aquí se omite el "cómo", y se insiste, en cambio, en el rechazo al lucro, que la opinión técnica transversal ya ha descartado como factor incidente en la calidad.
En lo político, destaca una frase que no puede sino entenderse como, quizá, la más dura que un gobernante de la Concertación haya dirigido a su propia base de apoyo: ella tiene -dijo- "un compromiso de lealtad con los ciudadanos que no podemos defraudar. Llamo a mi coalición a no perder de vista ese compromiso, que se expresa en la conducción del Gobierno, en nuestro programa y en estas, nuestras prioridades". Estas frases parecen trasuntar inquietud por la visible fragmentación que se observa en la Concertación y, probablemente, expliquen la insistencia en temas que la aunaron en el pasado, como los derechos humanos y la reiterada apelación a un nuevo estatus de la mujer en la sociedad.
Como discurso programático de campaña, podría ser atractivo. Como cuenta presidencial, sin embargo, no marca un hito ni un rumbo nuevo, como se esperaba.
Posteado por El Mercurio
En otras áreas de grandes problemas, como educación, energía, corrupción, salud, medio ambiente, vivienda, delincuencia, entre otros, el énfasis del discurso está puesto en el futuro -esto es, anuncios de variada envergadura-, más que en un análisis crudo de las dificultades que se enfrentan y los modos específicos para superarlas. Y hay paradoja en su llamado a asumir responsabilidades, que, sin embargo, no se aplican como sería esperable respecto de las deficiencias que todos los chilenos observan, incluso en casos tan evidentes como el Transantiago. El conjunto del mensaje deja un sabor de cierta elusión de todo cuanto sea ingrato.
El aumento del gasto fiscal parece plantearse por la Mandataria como una panacea. De allí que lo central de sus palabras sea el anuncio de que se reducirá de 1,0 a 0,5 por ciento del PIB el superávit estructural desde el presupuesto de 2008. Esto permitirá gastar unos 750 millones de dólares anuales adicionales, lo que evoca la prevención del presidente del Banco Central, en la semana pasada, en cuanto a que eso podría afectar la inflación, la tasa de interés y el tipo de cambio. La Presidenta ostensiblemente presume que el mayor gasto público puede resolver los problemas sociales, pero omite aludir a las graves insuficiencias y deficiencias del aparato estatal, sin mandos, cuadros ni mecanismos que permitan un aprovechamiento adecuado de los recursos. Una cascada de gastos no significa necesariamente un equivalente desarrollo social. Baste recordar los ingentes montos ya gastados en salud, educación y el Transantiago, sin lograr resultados congruos, para probar dramáticamente esta realidad.
De allí que los anuncios de enorme desembolso adicional -siempre justificado- para educación dejen abierto el interrogante de rendimiento, pues no se tocan el Estatuto Docente, el mejoramiento del profesorado, su evaluación. También aquí se omite el "cómo", y se insiste, en cambio, en el rechazo al lucro, que la opinión técnica transversal ya ha descartado como factor incidente en la calidad.
En lo político, destaca una frase que no puede sino entenderse como, quizá, la más dura que un gobernante de la Concertación haya dirigido a su propia base de apoyo: ella tiene -dijo- "un compromiso de lealtad con los ciudadanos que no podemos defraudar. Llamo a mi coalición a no perder de vista ese compromiso, que se expresa en la conducción del Gobierno, en nuestro programa y en estas, nuestras prioridades". Estas frases parecen trasuntar inquietud por la visible fragmentación que se observa en la Concertación y, probablemente, expliquen la insistencia en temas que la aunaron en el pasado, como los derechos humanos y la reiterada apelación a un nuevo estatus de la mujer en la sociedad.
Como discurso programático de campaña, podría ser atractivo. Como cuenta presidencial, sin embargo, no marca un hito ni un rumbo nuevo, como se esperaba.
Posteado por El Mercurio
BIEN, LOS CIUDADANOS DEBEMOS ser más rigurosos a la hora de recibir mensajes presidenciales. El Mensaje del Presidente el 21 de mayo de cada año debe ser una "rendición de cuentas " a la Nación. El mensaje de su excelencia, este año, no ha sido una rendición de cuentas a la Nación.
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Saludos Rodrigo González Fernández
el-observatorio-politico.blogspot.com
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