El género es un conjunto de seres que exhiben caracteres comunes. Esa tipificación se obtiene mediante la abstracción: el intelecto deja de lado los rasgos específicos o individuales e identifica lo que esos individuos o especies tienen en común. Así se forman los conceptos, útiles y necesarios para trasmitir conocimientos, dialogar y legislar.
La generalización está tomada de la realidad, pero no es en sí misma real. En la vida real sólo existen individuos concretos, irrepetibles, libres, imprevisibles. De ahí que resulte tan complejo, y arriesgado, generalizar tajantemente sobre mujeres y varones, niños, jóvenes y ancianos, chilenos, alemanes o gallegos, pobres y ricos, empresarios y empleados, políticos, militares y eclesiásticos, médicos, abogados y jueces. La abstracción permite, a lo sumo, generalizar rasgos morfológicos, tendencias sicológicas, patologías, carencias o ventajas características: en ningún caso virtudes o valores éticos.
El comportamiento moral, sintetizado básicamente en las virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza, templanza) y, para el creyente, en las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) es irreductible al género. No hay géneros "per se" santos o pecadores; la pertenencia a una categoría de personas en razón del sexo, la edad, la nacionalidad o la profesión no es predictiva ni significativa de superioridad o inferioridad moral alguna.
Una mujer puede prodigar ternura y abnegación, o eliminar fríamente la vida en ella concebida. Un adolescente puede ser generoso y puro de corazón, o convertirse tempranamente en ladrón y homicida. Ancianos hay ricos en serena sabiduría y también en desenfrenada impudicia o avaricia. Empresarios creativos y honestos coexisten con aprovechadores del talento y esfuerzo ajenos.
Alguien pretende que "los chilenos" son envidiosos, apocados e hipócritas: ¿cómo logró conocer a tantos y con tal profundidad y certeza? Otro reniega del modo de hablar de "los eclesiásticos" y los despacha a todos como escamoteadores de la verdad y encubridores de la atrocidad. ¿Cuántas misas y confesionarios frecuentó, cuántas parroquias visitó, qué sabe de la agenda, ética y ascética de 400 mil sacerdotes?
Ahora el Presidente de la Corte Suprema generaliza contra la idoneidad intelectual y ética de los abogados. Pero los jueces y ministros son también abogados. ¿Qué le autoriza a contaminar con un estigma de ignorancia y falta de probidad a un universo tan numeroso y diversificado de profesionales y profesores del derecho? En esa disciplina no se trabaja con abstracciones: cada afirmación, y en especial cada acusación se prueba rigurosamente, con mención explícita del nombre, fecha, lugar y circunstancias. Las generalizaciones estigmatizadoras son propias de ideologías y regímenes autocráticos. Repugnan a la justicia.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Revista Humanitas, www.humanitas.cl.
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Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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