"Energía para el futuro: a imaginar Chile de otra forma", por Pedro Rivera
"Deberíamos imaginar que el país no necesita 15.000 MW en los siguientes 20 años; lo que necesita son 500 fuentes de 30 MW".
Hay tantas cifras y visiones dando vueltas que armarse una opinión en torno a las demandas futuras de energía en Chile, y en general sobre cada aspecto del debate energético, está haciéndose algo cada vez más complejo. Lo último que ha señalado el ministro Laurence Golborne es que hay que duplicar la generación para los siguientes 20 años. Esto significaría 15.000 MW adicionales a los 15.000 MW actuales, antes del 2030. ¿Cuáles son las opciones?
Sobre la energía nuclear, habrá que estar atentos a la discusión política para poder otorgarle algún rol en el desarrollo futuro. Es posible que el impacto de la crisis en Japón sea muy menor en un país como Chile, en que no existe ni ha existido energía de este tipo. Como mucho, se postergará algunos años una discusión que ya se ha postergado por varios. Por el momento, y mirando el 2030, es difícil imaginar centrales nucleares en Chile. Supongamos entonces que no constituye en la práctica una opción real.
Aunque la hidroelectricidad ha sido indicada como la alternativa más interesante luego del asunto Barrancones y de la nube negra en que se han desarrollado algunos proyectos termoeléctricos, estos proyectos están cubiertos por un manto de desinformación y engaño, como lo ha demostrado la irrupción del proyecto HidroAysén y su campaña publicitaria.
Ya sea por generar energía con agua en vez de con un recurso fósil, o por no emitir gases efectos invernadero, o por la creencia popular de que agua que se deja correr se pierde, los proyectos hidroeléctricos han sonado como alternativa limpia y sustentable. Pero la experiencia ha mostrado que un proyecto hidroeléctrico puede ser tan limpio y sustentable como contaminante y agresivo.
HidroAysén por ejemplo, por muy hidroeléctrico que sea de sustentable no tiene nada. Las cinco centrales en la Patagonia serán operadas de tal forma que los ríos se manipulan a nivel diario, de una forma jamás vista en un proyecto hidroeléctrico en Chile. Tanto el Baker y Pascua, que son ríos muy estables y que casi siempre se encuentran en la misma condición de caudal, se transformarían en ríos que cambian a cada hora, en ríos que van y vienen. En ríos que en la mañana casi ni se ven, y que bruscamente en la tarde se trasforman en imponentes. Y de paso, al hacerse de todas las aguas de estos ríos, HidroAysén limita las posibilidad de desarrollo local en una serie de dimensiones.
Es posible que la ejecución de HidroAysén gatille cierta seguridad para los otros HidroAysén. O sea, HidroAysén podría dar paso a otros proyectos hidroeléctricos monumentales, altamente impactantes, en zonas con muy poca intervención en el sur de Chile, destructores de ríos, y muy poco usuales en otras partes del planeta.
Si HidroAysén genera poco más de 2.500 MW, supongamos que se pueden hacer proyectos hidroeléctricos por otros 4.500 MW adicionales. Esto es bastante coincidente con las estimaciones de Endesa sobre el potencial hidroeléctrico de Chile. No hay que olvidar que estos 7.000 MW totales suponen una alteración grotesca de todos los ríos prístinos que van quedando, un escenario bastante posible en el caso de realizarse un proyecto tan agresivo como HidroAysén.
La misma desinformación es observable en el caso de las energías renovables. Por una parte se dice que en un país como Chile las oportunidades para este tipo de energía son enormes, y que éstas tengan un rol importante en el desarrollo de las fuentes de energía depende de mejorar la regulación y otorgar a las fuentes convencionales el costo real incluyendo los impactos ambientales y otras externalidades negativas. Por el contrario, desde otro sector se segura que las renovables pueden aportarle al sistema pequeñas cantidades y que son poco confiables debido a la irregularidad de las fuentes de energía renovable, y que con la legislación actual ya existen los incentivos suficientes.
Y eso sería todo. El resto de las demandas nuevas, más de la mitad, deberán ser cubiertas con termoeléctricas si las cosas siguen igual. O sea, unos 8.000 MW. Entonces, la discusión pública y política sobre la energía se ha dado en relación a ciertos tópicos que no cambian en nada los problemas y las necesidades al largo plazo.
Por eso todos estos números hacen cada vez menos sentido. La gran conclusión es que no pueden mirarse los siguientes 20 años de la misma forma en que se han recorrido los últimos 20. Las bases de diseño del sistema eléctrico pudieron ser correctas en un escenario energético como el de hace 30 años, pero evidentemente en un escenario como el actual requiere de enormes modificaciones.
La política sobre el crecimiento de la matriz energética tiene que abordar muchos más temas que simplemente subirle proyectos al sistema: hay que mirar diversos aspectos del modelo de generación, transmisión, abastecimiento y entrega. Sin mirar estos asuntos, todo proyecto nuevo, todo incremento de generación, no modifica en nada la condición en el largo plazo.
Y como al corto plazo las demandas están cubiertas, el desafío para los siguientes años no debiera ser generar proyecto por los 15.000 MW adicionales, sino que ajustar el modelo integral, y sincronizarlo con las demandas. Y acompañar esto desde la política, con transparencia y honestidad. También se pueden realizar algunos proyectos nuevos, pero como la condición de largo plazo no se ve modificada evitemos realizar proyectos tan impactantes y controversiales como HidroAysén.
Un aspecto importante que debiera incluir una revisión crítica del modelo integral en el escenario actual, es sobre las ventajas y los inconvenientes de considerar que los desarrollos energéticos futuros alimenten un sistema interconectado, como el actual, que centraliza la oferta para distribuir a las demandas. Puesto que en el sistema interconectado todos los proyectos son como uno solo, hay una pregunta que falta responder y que apunta a las bases del sistema: ¿es mejor, en el escenario actual, pensar para el futuro un proyecto de 15.000 MW o 15 proyectos de 1.000 MW? ¿O 30 proyectos de 500 MW?
Las energías renovables, por tratarse de fuentes difusas, pueden tener un rol mucho más activo cuando se piensa en cubrir demandas nuevas especificas, con proyectos energéticos pequeños y acotados. Un análisis económico para fundamentar esto es necesario, y más necesario aún para resolver los problemas al largo plazo es asignarle un costo realista a la energía, considerando las externalidades negativas. Para qué hablar de los ahorros de las pérdidas por energía que hoy tiene el sistema interconectado debido a mover alta energía en tanta distancia. Esto toma más fuerza cuando se caracteriza en detalle la expansión de las demandas futuras, mayoritariamente industriales y mineras y asociadas a ciertos desarrollos.
Deberíamos imaginar el país de otra forma: uno en que el sistema para abastecer las demandas de energía en el futuro no se trate de un cable grande y gordo que atraviesa todo el país para conducir la energía a las demandas, sino que uno que se trate de muchos cables pequeños, distribuidos, con baja capacidad de conducción, con distancias reducidas entre proyectos de energía renovable y demandas difusas, desperdigados en el territorio, con un cable que atraviesa todo el país y que no es ni más grande ni más gordo que lo que hoy es. Deberíamos imaginar que el país no necesita 15.000 MW en los siguientes 20 años; lo que necesita es 500 fuentes de 30 MW. O algo por el estilo.
Pedro Rivera es Ingeniero Civil de la Universidad Católica, Magister en Ciencia. Especialista en Hidrología y gestión del agua. Ha realizado proyectos de investigación y desarrollo en la PUC y luego en el MOP. Fue Jefe de Estudios y Planificación de la Dirección General de Aguas, asesor de diversos Ministros, y Director Subrogante de la DGA. Es bloguero de El Dínamo. |
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Rodrigo González Fernández
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