Sin utilizar la fuerza más de lo estrictamente necesario, permitiendo que los ciudadanos griten y se expresen con libertad y utilizando la mentira, la manipulación y el miedo como arietes, el poder político moderno ha aprendido a ejercer un dominio implacable con sorprendente eficacia y sosfisticación. Las actuales tiranías, aparentemente legales porque casi todas ellas buscan legitimarse en las urnas, esclavizan al hombre mejor que cualquier otra a lo largo de la Historia.
Las nuevas tiranías burocráticas han conseguido hacer realidad el sueño que han compartido todos los tiranos de la historia, desde los faraones a los emperadores corruptos de Roma, sin olvidar a los sátrapas, a los señores feudales y a los monarcas absolutos: que los ciudadanos, asustados y desconcertados, se encierren en sus hogares al anochecer, presas del miedo, y se dediquen a dormir, vegetar, fornicar, trabajar y producir, pagando impuestos y multas al poder, al que ya sólo le interesa recaudar, dominar y mandar.
Otro de los mayores sueños históricos del sátrapa opresor es ya casi una realidad plena en nuestros tiempos: el gobernante ha logrado ser impune y no responde ante el pueblo de nada, ni de su corrupción, ni del abuso de poder, ni de los errores que comete, ni de la injusticia, ni de la hiriente desigualdad, ni siquiera de haber convertido a la mentira en la verdadera presidenta de su gobierno.
La represión ostentosa ha dejado de ser necesaria, y la vieja censura es una reliquia. Los nuevos tiranos han convertido en innecesarias a las guardias pretorianas y a los escuadrones de la muerte, mientras que el ciudadano, asustado ante la fuerza invisible pero agobiante del poder, se autocontrola y autocensura para no ser proscrito.
La nueva tiranía no es, como la vieja, un recurso que surge de la misma democracia, un paréntesis irregular abierto en casos de crisis o de emergencia, que después se cierra para retornar al derecho y a la legalidad. La nueva tiranía es una irregularidad permanente, un delito constante, aunque oculto y camuflado, contra la dignidad humana y la legalidad democrática. Mientras que los viejos tiranos griegos y romanos eran hijos de la misma democracia, como lo fueron Mario, Sila y el propio Julio César, la nueva tiranía es hija de la oligocracia, un sistema mil veces peor y cien veces más bastardo que la peor de las democracias.
Pero el mayor logro de los nuevos tiranos es que no sólo han aprendido a ocultar la suciedad de su sistema de dominio y de gobierno, sino que, además, han conseguido el apoyo de las masas, que, insensatas, aclaman a quienes les esclavizan.
La mayor debilidad de la nueva tiranía oligárquica reside en la naturaleza de sus votantes, que suelen ser la parte más inculta, débil y cobarde de la sociedad, la más fácilmente manipulable y la que se deja conducir como un estúpido rebaño. Pero los tiranos sofisticados compensan esa debilidad atrayéndose mediante compra y soborno a poderosos aliados como los grandes empresarios, los gestores de los medios de comunicación y a legiones de intelectuales, a los que someten a cambio de prebendas.
Pero los nuevos tiranos, conscientes de que de esos degradados caladeros humanos de votos depende la aparente legitimación de su dominio y la perpetuación de la farsa, cuidan y miman a los esclavos y los prefieren a los ciudadanos libres, a los que odian en secreto, marginan de los beneficios del poder y, a veces, hasta persiguen y aplastan, tras haberlos antes "señalado" con etiquetas que buscan provocar desprecio y desprestigio, como las de "rebeldes", "antisistema", "peligrosos" o "intelectuales".
Aquella vieja y sabia máxima de que "Cuando el gobierno teme al ciudadano, existe democracia, y cuando es el ciudadano el que teme al gobierno, existe dictadura" es la mejor prueba de que la dictadura ha tomado el poder en nuestros días. El ciudadano está hoy aterrorizado ante el poder e indefenso ante el gobierno. Aunque nos dicen que somos libres porque podemos chillar y decir lo que queramos, la libertad ha muerto y la ciudadanía está bajo dominio de los amos.
Una vez más, como ha ocurrido muchas veces antes en la Historia, la razón de la fuerza se ha impuesto sobre la fuerza de la razón.