Abdica el rey Juan Carlos: se marcha el "macho alfa" de la "Casta"
Nota
El rey Juan Carlos ha abdicado en un momento especialmente delicado, cuando España afronta los mayores problemas desde que murió el general Franco. Él era el "macho alfa" de una clase política que se ha cubierto de fracaso y que ha convertido a España en un verdadero problema para el mundo occidental.
Los políticos y sus amigos periodistas se han apresurado a resaltar sus méritos y valores, pero ocultan sus muchas sombras y carencias. Vamos a intentar, con este artículo, acercarnos a la verdad y a un balance justo de la labor del monarca.
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Juan Carlos I abdica por sorpresa en el peor momento imaginable. No es cierto, como afirman los políticos y periodistas habituados a mentir, que el momento elegido es propicio. Deja la Jefatura del Estado, institución suprema y última defensa de la patria, a su inexperto hijo Felipe, que tendrá que ganarse la autoridad nominal que hereda y defender la nación frente a vicios terribles, enemigos tenaces y saboteadores insistentes, entre los que destacan los políticos, rechazados y odiados por el pueblo, los nacionalismos vasco y catalán, que quieren independizarse, el desempleo masivo, el cabreo de los ciudadanos y el auge de los pequeños partidos, que debilitan y socavan el poder del PP y del PSOE, los dos partidos que sostuvieron la Corona en las últimas décadas.
Los peores augurios vaticinan una España atravesada por conflictos callejeros, infectada por el populismo de izquierdas, desmembrada por los procesos independentistas y con la economía en estado de coma. Otras previsiones son diametralmente opuestas y hablan de relanzamiento de la economía y del retorno de una cierta prosperidad que actuará como un bálsamo y que hará retroceder las grandes amenazas de ruina, violencia y rebelión cívica.
Pero si se cumplieran los peores vaticinios, es probable que el flamante rey Felipe VI carezca de esa autoridad suficiente, que se había ganado su padre ante las Fuerza Armadas y la clase política, necesaria para adoptar las decisiones dramáticas que demanden las circunstancias.
El rey que se marcha era el jefe indiscutible de una tribu de políticos españoles que se ha llenado de oprobio durante sus gobiernos. España, que a la muerte de Franco crecía vertiginosamente y tenía por delante un futuro prometedor, ha dilapidados aquellas ventajas de partida y es hoy un país dramático, arruinado y plagado de problemas, que ocupa un liderazgo mundial solo en algunos deportes, pero que está gravemente herido por dramas como la corrupción, el desempleo, el tráfico y consumo de drogas, el blanqueo de dinero, la prostitución, la baja calidad de la enseñanza, el fracaso escolar, el alcoholismo, la delincuencia internacional y muchas otras lacras, entre las que quizás destaque como ninguna otra el gravísimo problema del rechazo de los ciudadanos a sus políticos y a un sistema que hacen pasar por democracia, cuando es una simple dictadura de partidos políticos y de políticos profesionales cuajados de privilegios inmerecidos y rechazados por la ciudadanía.
Ese es el verdadero país que Juan Carlos I deja en herencia a su hijo Felipe VI, no el que describen las televisiones y periódicos sometidos al poder. Al triste panorama hay que añadir el importante obstáculo de que muchos españoles preferirían una República a la desgastada Monarquía.
El rey ha acumulado algunos méritos durante su reinado, entre ellos la extraña defensa que hizo del sistema cuando el fracasado golpe de Tejero, que fue mas una opereta esperpéntica que un verdadero golpe de Estado. También ha sido un embajador útil para las grandes empresas españolas, a las que ha ayudado a conseguir contratos, sobre todo en el mundo árabe, con el que Juan Carlos mantuvo siempre, al igual que Franco, lazos muy estrechos.
Pero en su balance hay también demasiadas sombras: enriquecimiento inexplicable, cacerías lujosas y carentes de sensibilidad, fama de comisionista y un comportamiento irresponsable y probablemente delictivo de miembros de su propia familia implicados, como su hija, la infanta Cristina, y a su marido, Iñaki Urdangarín.
Muchos españoles sospechan que hay algo detrás de la abdicación precipitada, que no se cuenta, lo que refleja otro defecto de la institución: su opacidad extrema, que se ha intentado suavizar en los últimos años, a raíz del desprestigio creciente de la Casa Real.
Como guardia supremo de la Constitución y de la calidad del Estado, el rey Juan Carlos ha tenido muchas carencias y fracasos: ha permitido que el nacionalismo, apenas simbólico cuando murió Franco, se convierta hoy en una marea independentista imparable; ha cerrado los ojos ante la corrupción galopante que ha invadido España, impulsada desde arriba, desde el mismo corazón del poder; no ha hecho nada para preservar la democracia, a la que los políticos españoles han vapuleado y desvirtuado, convirtiéndola en un monigote de risa, sin separación en los poderes del Estado, sin controles a los partidos políticos, sin una sociedad civil que ha sido tristemente "ocupada" por los políticos y sus partidos, sin una Justicia igual para todos y con un Estado enfermo de obesidad, en el que sobran casi la mitad de sus funcionarios y el 90 por ciento del casi medio millón de políticos que viven ordeñándolo a diario.
Todas esas carencias y fracasos han convertido al monarca español, enormemente popular al comienzo de la Transición, en un tipo distante, alejado del pueblo y poco comprensible para el ciudadano, que lo ve ahora como el gran jefe de la tribu mas odiada del país, la de los políticos y sus amigos.
Los peores augurios vaticinan una España atravesada por conflictos callejeros, infectada por el populismo de izquierdas, desmembrada por los procesos independentistas y con la economía en estado de coma. Otras previsiones son diametralmente opuestas y hablan de relanzamiento de la economía y del retorno de una cierta prosperidad que actuará como un bálsamo y que hará retroceder las grandes amenazas de ruina, violencia y rebelión cívica.
Pero si se cumplieran los peores vaticinios, es probable que el flamante rey Felipe VI carezca de esa autoridad suficiente, que se había ganado su padre ante las Fuerza Armadas y la clase política, necesaria para adoptar las decisiones dramáticas que demanden las circunstancias.
El rey que se marcha era el jefe indiscutible de una tribu de políticos españoles que se ha llenado de oprobio durante sus gobiernos. España, que a la muerte de Franco crecía vertiginosamente y tenía por delante un futuro prometedor, ha dilapidados aquellas ventajas de partida y es hoy un país dramático, arruinado y plagado de problemas, que ocupa un liderazgo mundial solo en algunos deportes, pero que está gravemente herido por dramas como la corrupción, el desempleo, el tráfico y consumo de drogas, el blanqueo de dinero, la prostitución, la baja calidad de la enseñanza, el fracaso escolar, el alcoholismo, la delincuencia internacional y muchas otras lacras, entre las que quizás destaque como ninguna otra el gravísimo problema del rechazo de los ciudadanos a sus políticos y a un sistema que hacen pasar por democracia, cuando es una simple dictadura de partidos políticos y de políticos profesionales cuajados de privilegios inmerecidos y rechazados por la ciudadanía.
Ese es el verdadero país que Juan Carlos I deja en herencia a su hijo Felipe VI, no el que describen las televisiones y periódicos sometidos al poder. Al triste panorama hay que añadir el importante obstáculo de que muchos españoles preferirían una República a la desgastada Monarquía.
El rey ha acumulado algunos méritos durante su reinado, entre ellos la extraña defensa que hizo del sistema cuando el fracasado golpe de Tejero, que fue mas una opereta esperpéntica que un verdadero golpe de Estado. También ha sido un embajador útil para las grandes empresas españolas, a las que ha ayudado a conseguir contratos, sobre todo en el mundo árabe, con el que Juan Carlos mantuvo siempre, al igual que Franco, lazos muy estrechos.
Pero en su balance hay también demasiadas sombras: enriquecimiento inexplicable, cacerías lujosas y carentes de sensibilidad, fama de comisionista y un comportamiento irresponsable y probablemente delictivo de miembros de su propia familia implicados, como su hija, la infanta Cristina, y a su marido, Iñaki Urdangarín.
Muchos españoles sospechan que hay algo detrás de la abdicación precipitada, que no se cuenta, lo que refleja otro defecto de la institución: su opacidad extrema, que se ha intentado suavizar en los últimos años, a raíz del desprestigio creciente de la Casa Real.
Como guardia supremo de la Constitución y de la calidad del Estado, el rey Juan Carlos ha tenido muchas carencias y fracasos: ha permitido que el nacionalismo, apenas simbólico cuando murió Franco, se convierta hoy en una marea independentista imparable; ha cerrado los ojos ante la corrupción galopante que ha invadido España, impulsada desde arriba, desde el mismo corazón del poder; no ha hecho nada para preservar la democracia, a la que los políticos españoles han vapuleado y desvirtuado, convirtiéndola en un monigote de risa, sin separación en los poderes del Estado, sin controles a los partidos políticos, sin una sociedad civil que ha sido tristemente "ocupada" por los políticos y sus partidos, sin una Justicia igual para todos y con un Estado enfermo de obesidad, en el que sobran casi la mitad de sus funcionarios y el 90 por ciento del casi medio millón de políticos que viven ordeñándolo a diario.
Todas esas carencias y fracasos han convertido al monarca español, enormemente popular al comienzo de la Transición, en un tipo distante, alejado del pueblo y poco comprensible para el ciudadano, que lo ve ahora como el gran jefe de la tribu mas odiada del país, la de los políticos y sus amigos.
Fuente:www.votoenblanco.com
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
Diplomado en "Gestión del Conocimiento" de la ONU
Diplomado en Gerencia en Administracion Publica ONU
Diplomado en Coaching Ejecutivo ONU(
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