PPD-PRSD: ¿propuestas transgresoras?
La dramática muerte del general director de Carabineros, José Alejandro Bernales, y su comitiva en un accidente aéreo durante una visita oficial a Panamá, postergó el anuncio de las medidas adoptadas por el Gobierno para hacer frente a las nuevas alzas del precio del petróleo y su impacto en todos sus derivados. Esta resolución de la Presidenta trasunta que el comité político muy inaparente durante las últimas semanas, incluso en la fijación de las prioridades que la Mandataria incorporó en su discuso del 21 de mayo logró hacer ver la relevancia de abordar la proyección social del alza del petróleo con medidas proactivas que se conocerían mañana.
El deceso del general Bernales también introdujo una pausa en las tensiones políticas que afectan a la Concertación y que parecen manifestar una insatisfacción de la política chilena consigo misma. La exitosa transición, por la madurez exhibida en los acuerdos alcanzados y en los momentos cruciales del cambio de régimen, rodeó de prestigio a la política, y su reencuentro con la ciudadanía fue un período de orgullo para la actividad partidista.
En la actualidad, el cuadro ha variado sustancialmente, en parte como consecuencia del propio éxito logrado. El entorno es de absoluta normalidad institucional y de abierta competencia por el respaldo ciudadano. La hegemonía de dos décadas de la Concertación aparece amenazada, y el desafío radica en ofrecer una auténtica "estrategia país" expresión que empleó hace unos días el experto mundial en competitividad Michael Porter, en un análisis crítico del desempeño de Chile.
Para la cultura y la práctica políticas es difícil adaptarse a este cambio. La ciudadanía, incluso la motivada por el acontecer político, tiende a retraerse de integrar un partido, sea por mayor interés en sus propios ámbitos laborales o como fruto de un clima de opinión muy crítico para con el quehacer partidista.
Como todo pacto político, la Concertación requiere renovación en el tiempo. Transcurridas dos décadas, su valor se aprecia de modo muy distinto por el PDC y por los restantes socios. En sus orígenes, los partidos de esa coalición se alinearon tras la DC. Ésta era la que certificaba la conversión democrática de la izquierda y aportaba la sintonía con el centro político. También existió una gran generosidad entre los aliados para reconocerse espacios electorales.
Hoy, los partidos se observan tensados por sus exigencias internas, con directivas obligadas a exhibir resultados frente a sus bases y a competir sin contemplaciones por el uno o dos por ciento del electorado, incluso al riesgo de sacrificar, si es necesario, el espíritu fundacional de la Concertación.
Esto último se ve facilitado porque la coalición no se ha redefinido en términos de reentusiasmar a la ciudadanía con un horizonte de futuro, como supo hacerlo con su papel protagónico en el restablecimiento de la democracia. A falta de un sueño en común, lo que hoy convoca es la retención del poder y el impedir la llegada de la derecha a La Moneda.
De ahí la preocupación de las figuras fundadoras de la Concertación frente a la decisión del PPD y del PRSD de hacer competir en la próxima elección municipal a todos los partidos en igualdad de condiciones. Eso busca multiplicar el número de candidatos, lo que permitiría captar más votos y recursos económicos. Sería una opción pragmática sin ulterior intención, pero inquieta a la cúpula histórica y a la DC, que podría ver disminuida su votación y preponderancia en la coalición.
Sin embargo, en puros términos de imagen de mayor competencia, el mensaje PPD-PRSD contrasta con las listas cerradas, los acuerdos con calculadora y otras prácticas que restringen las opciones de elección.
Oportunidad para reflexionar
La declaración pública de Hernán Larraín, anticipando que no repostulará a la presidencia de la UDI, no tiene precedentes en la vida de esa colectividad y refleja el exigente trance por el que atraviesa. Ella exhibe una exitosa trayectoria, y su vocación testimonial, definición de principios y decisión para disputar el poder han sido reconocidas por aliados y contendores. En ocasiones ha sido comparada con la Falange Nacional: su fuerte apoyo juvenil y del mundo popular, la homogeneidad de su dirigencia y la disciplina que ejerció la UDI también fueron características similares, en otro espectro político, a las de aquélla. Adicionalmente, en medio de ese proceso contó con un candidato presidencial como Joaquín Lavín, que la llevó a las puertas de La Moneda. Así lo han reconocido destacadas figuras de Gobierno, cuyos estudios lo daban como ganador a pocas semanas de las elecciones de 1999. La estrecha derrota en segunda vuelta, en 2000, y el revés sufrido frente al precandidato aliado de RN en 2005, causaron un hondo impacto colectivo y personal, agudizado por posteriores desencuentros entre la colectividad y su abanderado.
En esa conmoción brota el reflujo parlamentario que experimentan los partidos nuevos: la creencia de sus representantes de que han alcanzado ese estado por sus atributos personales, en desmedro de los factores de identificación con las corrientes de pensamiento y organizaciones partidistas en que están insertos. Y, en este escenario, también es complejo el papel que cabe a las figuras fundadoras del partido.
Administrar ese desconcierto no ha sido fácil. Así lo evidencia el gesto de Hernán Larraín, que tras una lucida gestión en la presidencia del Senado y dotado de una visión política de largo plazo, opta por resignar su opción de conducir al partido durante los próximos años.
Con todo, hay aquí también una oportunidad de reflexión y reencuentro de la UDI con su vocación más profunda, la que inspiró a su fundador, el asesinado senador Jaime Guzmán, y que la convirtió en el principal partido político chileno. Sin duda, la vertiginosa transformación en pocos años, de movimiento a partido mayoritario y de discusión abierta, conlleva muchos desafíos.
CONSULTEN, OPINEN , ESCRIBAN LIBREMENTE
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en RSE de la ONU
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