Comentario crítico del libro: Fernando Amado, En penumbras. La Masonería uruguaya (1973-2008), Editorial Fin de Siglo, Montevideo, 2008, 9ª edición).
3. La condena de la Iglesia católica a la Masonería
Ahora comentaré el comienzo del Capítulo IV, titulado "La Iglesia católica y su adversario de todas las horas: la Masonería". Citaré el texto del autor en letra itálica, intercalando mis comentarios en letra normal.
"1. ¿Ser católico y ser masón, es posible?
1.1 La condena universal de la Iglesia católica
Lo primero que debemos señalar es que la respuesta a esta pregunta nos introduce en un terreno harto sinuoso, de múltiples y variadas respuestas." (p. 77)
En realidad, no es así. Esa pregunta admite sólo dos respuestas: "Sí" (la respuesta masónica) o "No" (la respuesta católica).
"Sin embargo, históricamente la contestación es algo más sencilla, al punto de que, según se dice, hubo varios Papas masones." (Íbidem).
Resulta chocante que en un libro que pretende ser el resultado de una investigación periodística seria, y en el que además se rechaza gratuitamente como mitos o leyendas varias acusaciones contra la masonería, se incluya la absurda afirmación de que "hubo varios Papas masones", basándola únicamente en un "se dice". De un periodista que hace bien su trabajo cabría esperar al menos que indicase la lista de los supuestos "Papas masones" y que apoyase esa lista en –por lo menos– una fuente confiable de información histórica.
"Pero la embestida católica universal contra la Masonería comienza en 1738 cuando se emite la encíclica In eminenti, que instituye la excomunión de todos los católicos que pertenecían o pretendían ingresar a la sociedad secreta conocida como Masonería." (Íbidem).
Aquí el autor parece contradecirse. Es sabido que la masonería moderna nació en 1717, en la ciudad de Londres. Apenas 21 años después, lo cual es poco tiempo para una época en la que el ritmo de los acontecimientos históricos era mucho más lento que el actual, el Papa Clemente XII condenó la masonería, condena que la Iglesia Católica ha mantenido invariablemente desde entonces hasta hoy, a tal punto que el autor (siguiendo el punto de vista masónico) habla de "la embestida católica universal contra la Masonería". ¿Qué espacio queda entonces para los supuestos "Papas masones"? ¿Hubo, según Fernando Amado, varios Papas masones de 1717 a 1738, en la época en que la naciente masonería moderna comenzó a difundirse por Europa y en que Roma tomó conciencia de sus amenazas contra la fe católica? ¿O bien hubo, según Amado, varios Papas masones de 1738 en adelante, Papas que a la vez mantuvieron firmemente la condena papal a la masonería? ¿O quizás Amado se refiere al período anterior a 1717, ignorando que la masonería moderna (nacida en ese año) es sustancialmente diferente de la masonería medieval (que era plenamente católica), asemejándose a ella sólo en algunos aspectos externos, no en su espíritu? Sería interesante saberlo.
Por lo demás, "la embestida católica universal contra la Masonería" (o, como tituló más arriba el mismo autor, "la condena universal de la Iglesia católica" a la masonería) no deja ningún espacio para el "terreno harto sinuoso, de múltiples y variadas respuestas", postulado poco antes por Amado.
Agrego una última precisión: la referida excomunión afecta sólo a los católicos que han ingresado a la masonería, no a los que pretenden hacerlo, según la interpretación rigorista del autor.
4. ¿Católicos y masones a la vez?
Entrevistado por el autor, el Dr. Luis Alberto Lacalle, ex Presidente de la República, declaró lo siguiente: "Antes que nada quiero decir que yo no soy masón;… Tengo por tanto un gran respeto por la institución masónica, y creo que en la versión moderna las antinomias y las prohibiciones que nos alcanzaban a los católicos respecto de la misma han desaparecido, y tengo grandes amigos que son integrantes." (p. 154).
Debo decir que el Dr. Lacalle está mal informado respecto a la actual relación entre el catolicismo y la masonería. A continuación (y hasta el final de este numeral) haré una exposición basada en gran parte en un artículo publicado en Aciprensa, titulado "¿Por qué un católico no puede ser masón?".
A lo largo de su historia la Iglesia católica ha condenado la pertenencia de sus fieles a asociaciones contrarias a la fe cristiana o que podían poner en peligro esa fe. Entre esas asociaciones se encuentra la masonería. Actualmente rige el Código de Derecho Canónico promulgado por el Papa Juan Pablo II el 25 de enero de 1983, el que, en su canon 1374, establece: "Quien se inscribe en una asociación que maquina contra la Iglesia debe ser castigado con una pena justa; quien promueve o dirige esa asociación ha de ser castigado con entredicho".
Esta redacción supuso novedades respecto al Código de 1917, pues no se menciona expresamente a la masonería como asociación que maquina contra la Iglesia. Previendo posibles confusiones, exactamente un día antes de que entrara en vigor el nuevo Código en 1983, fue publicada una declaración firmada por el Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. En ella se señala que el criterio de la Iglesia sobre la masonería no ha variado en absoluto con respecto a las anteriores declaraciones, y que la nominación expresa de la masonería se había omitido por incluirla junto a otras asociaciones. Se indica, además, que los principios de la masonería siguen siendo incompatibles con la doctrina de la Iglesia, y que los fieles que pertenezcan a asociaciones masónicas no pueden acceder a la Sagrada Comunión.
La Iglesia ha condenado siempre la masonería. En el siglo XVIII los Papas lo hicieron con mucha fuerza, y en el siglo XIX persistieron en ello. En el Código de Derecho Canónico de 1917 se excomulgaba a los católicos que dieran su nombre a la masonería. En el Código de Derecho Canónico de 1983 desaparece la mención explícita de la masonería, lo que ha podido crear en algunos la falsa opinión de que la Iglesia aprueba o tolera que sus fieles sean masones.
Es difícil hallar un tema sobre el que las autoridades de la Iglesia católica se hayan pronunciado tan reiteradamente como en el de la masonería: desde 1738 a 1980 se conservan no menos de 371 documentos críticos sobre la masonería, a los que hay que añadir las abundantes intervenciones de los dicasterios de la Curia Romana y, a partir sobre todo del Concilio Vaticano II, las no menos numerosas declaraciones de las Conferencias Episcopales y de los Obispos de todo el mundo. Todo ello está indicando que nos encontramos ante una cuestión importante.
Casi desde su aparición, la masonería generó preocupaciones en la Iglesia. Clemente XII, en su encíclica In eminenti (de 1738), condenó a la masonería. Más tarde, León XIII, en su encíclicaHumanum genus (de 1884), la calificó de organización secreta, enemigo astuto y calculador, negadora de los principios fundamentales de la doctrina de la Iglesia.
El canon 2335 del Código de Derecho Canónico de 1917 establecía que "los que dan su nombre a la secta masónica, o a otras asociaciones del mismo género, que maquinan contra la Iglesia o contra las potestades civiles legítimas, incurren ipso facto en excomunión simplemente reservada a la Sede Apostólica".
Este delito consistía en primer lugar en dar el nombre o inscribirse en determinadas asociaciones. En segundo lugar, la inscripción se debía realizar en alguna asociación que maquinase contra la Iglesia: se entendía que maquinaba aquella sociedad que, por su propio fin, ejerce una actividad rebelde y subversiva o la favorece, ya por la propia acción de los miembros, ya por la propagación de la doctrina subversiva; que, de forma oral o por escrito, actúa para destruir la Iglesia –esto es, su doctrina, sus autoridades en cuanto tales o sus derechos– o la legítima potestad civil. En tercer lugar, las sociedades penalizadas eran la masonería y otras del mismo género, con lo cual el Código de Derecho Canónico establecía una clara distinción: mientras que el ingreso en la masonería era castigado automáticamente con la pena de excomunión, la pertenencia a otras asociaciones tenía que ser explícitamente declarada como delictiva por la autoridad eclesiástica en cada caso.
Algunos de los motivos que fundamentaron la condena de la masonería por parte de la Iglesia católica fueron el carácter secreto de la organización, el juramento que garantizaba ese carácter oculto de sus actividades y los complots perturbadores que la masonería llevaba a cabo en contra de la Iglesia y los legítimos poderes civiles. La pena establecía directamente la excomunión, estableciéndose además una pena especial para los clérigos y los religiosos en el canon 2336.
Después del Concilio Vaticano II se produjeron muchos diálogos entre masones y católicos. En algunos países (sobre todo Francia, los países escandinavos, Inglaterra, Brasil y Estados Unidos) se empezó a cuestionar la actitud católica ante la masonería, revisando desde la historia los motivos que llevaron a la Iglesia a adoptar su actitud condenatoria y pretendiendo que se hiciera una mayor distinción entre la masonería regular, tradicional, supuestamente religiosa y apolítica, y la masonería irregular, francamente irreligiosa y política.
Estos motivos, diálogos y debates, y las más o menos constantes peticiones llegadas de varias partes del mundo a Roma, hicieron que, entre 1974 y 1983, la Congregación para la Doctrina de la Fe retomase los estudios sobre la masonería. En este ambiente de cambios, no extraña que el cardenal Krol, arzobispo de Filadelfia, preguntase a la Congregación para la Doctrina de la Fe si la excomunión para los católicos que se afiliaban a la masonería seguía estando en vigor. La respuesta a su pregunta la dio la Congregación a través de su Prefecto, en una carta de 19 de julio de 1974. En ella se explica que, durante un amplio examen de la situación, se había hallado una gran divergencia de opiniones, según los países. La Sede Apostólica no creía oportuno, consecuentemente, elaborar una modificación de la legislación vigente hasta que se promulgara el nuevo Código de Derecho Canónico. Se advertía, sin embargo, en la carta, que existían casos particulares, pero que continuaba la misma pena para aquellos católicos que diesen su nombre a asociaciones que realmente maquinasen contra la Iglesia, mientras que para los clérigos, religiosos y miembros de institutos seculares seguía rigiendo la prohibición expresa para su afiliación a cualquiera de las asociaciones masónicas. Las dudas no tardaron en plantearse: ¿cuál era el criterio para verificar si una asociación masónica conspiraba o no contra la Iglesia?; y ¿qué sentido y extensión debía darse a la expresión "conspirar contra la Iglesia"?
Esta situación algo confusa comenzó a ser aclarada por la declaración del 28 de abril de 1980 de la Conferencia Episcopal Alemana sobre la pertenencia de los católicos a la masonería. Esta declaración explicaba que, de 1974 a 1980, se habían mantenido numerosos coloquios oficiales entre católicos y masones; que por parte católica se habían examinado los rituales masónicos de los tres primeros grados; y que los Obispos católicos habían llegado a la conclusión de que había oposiciones fundamentales e insuperables entre ambas partes: "La masonería –decían los Obispos alemanes– no ha cambiado en su esencia. La pertenencia a la misma cuestiona los fundamentos de la existencia cristiana." Las principales razones alegadas para ello fueron las siguientes: la cosmología o visión del mundo de los masones es relativista y subjetivista y no se puede armonizar con la fe cristiana; el concepto de verdad es, asimismo, relativista, negando la posibilidad de un conocimiento objetivo de la verdad, lo que no es compatible con el concepto católico; también el concepto de religión es relativista y no coincide con la convicción fundamental del cristianismo. El concepto masónico de Dios, simbolizado a través del "Gran Arquitecto del Universo" es de tipo deísta. Este concepto está transido de relativismo y mina los fundamentos de la concepción de Dios de los católicos. Según la doctrina masónica, no hay ningún conocimiento objetivo de Dios en el sentido del Dios personal del monoteísmo.
El 17 de febrero de 1981, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó una declaración en la que afirma de nuevo la excomunión para los católicos que den su nombre a la secta masónica y a otras asociaciones del mismo género, con lo cual, la actitud de la Iglesia acerca de la masonería permanece invariable hasta nuestros días.
A continuación citaré la última "Declaración sobre la Masonería" de la Congregación para la Doctrina de la Fe:
"Se ha presentado la pregunta de si ha cambiado el juicio de la Iglesia respecto de la masonería, ya que en el nuevo Código de Derecho Canónico no está mencionada expresamente como lo estaba en el Código anterior.
Esta Sagrada Congregación puede responder que dicha circunstancia es debida a un criterio de redacción, seguido también en el caso de otras asociaciones que tampoco han sido mencionadas por estar comprendidas en categorías más amplias.
Por tanto, no ha cambiado el juicio negativo de la Iglesia respecto de las asociaciones masónicas, porque sus principios siempre han sido considerados inconciliables con la doctrina de la Iglesia; en consecuencia, la afiliación a las mismas sigue prohibida por la Iglesia. Los fieles que pertenezcan a asociaciones masónicas se hallan en estado de pecado grave y no pueden acercarse a la santa comunión.
No entra en la competencia de las autoridades eclesiásticas locales pronunciarse sobre la naturaleza de las asociaciones masónicas con un juicio que implique derogación de cuanto se ha establecido más arriba, según el sentido de la Declaración de esta Sagrada Congregación del 17 de febrero de 1981.
El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la audiencia concedida al cardenal Prefecto abajo firmante, ha aprobado esta Declaración, decidida en la reunión ordinaria de esta Sagrada Congregación, y ha mandado que se publique.
Roma, en la sede de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, 26 de noviembre de 1983."
Esta Declaración está firmada por el Cardenal Prefecto Joseph Ratzinger, luego Papa Benedicto XVI. (Continuará).
Daniel Iglesias Grèzes