El último libro del economista Thomas Piketty, titulado Le capital au XXIème siècle (El capital en el siglo XXI), ha suscitado el entusiasmo del mundo académico, hasta el punto de que el Premio Nobel de Economía Paul Krugman lo haya considerado como uno de los mejores libros de economía de los últimos diez años, y cierta polémica en la esfera mediática y política. Es preciso recordar que Piketty es uno de los economistas europeos más precoces y brillantes de su generación como da cuenta de ello tanto su obra como su trayectoria académica. A lo largo de estos años ha dedicado la mayor parte de sus investigaciones y reflexiones a la dinámica histórica de la renta y del patrimonio, sabiendo que buena parte de estas investigaciones han sido llevadas a cabo en colaboración, especialmente con Anthony Atkinson y Emmanuel Saez.
En Le capital au XXIème siècle, el joven economista galo intenta analizar la dinámica del reparto de la riqueza a nivel mundial, tanto dentro de cada país como entre países, desde el siglo XVIII hasta hoy en día. Presta una atención particular al caso francés, básicamente por la antigüedad, variedad y accesibilidad de las fuentes. De hecho, la Revolución francesa ha puesto en marcha un incomparable observatorio de las fortunas: el sistema de registro del patrimonio terrenal e inmobiliario instaurado en los años 1790-1800 es especialmente moderno y universal por la época y explica por qué las fuentes sucesorias francesas son especialmente ricas.
Piketty constata que el reparto de la riqueza constituye una de las cuestiones más debatidas actualmente aunque nuestro conocimiento sobre su evolución a largo plazo sea limitado. Este economista se pregunta en su libro si ¿la dinámica de la acumulación de capital privado conduce inevitablemente a la concentración cada vez superior de la riqueza y del poder entre las manos de algunos o las fuerzas reequilibrantes del crecimiento, de la competencia y del avance técnico conducen espontáneamente a la reducción de las desigualdades y a una estabilización en las fases más avanzadas del desarrollo? A lo largo de las 976 páginas que componen su libro, Piketty intenta contestar a la siguiente pregunta: ¿qué sabemos realmente sobre la evolución de la distribución de la renta y del patrimonio desde el siglo XVIII, y qué lecciones podemos extraer de ello para el siglo XXI?
Aun reconociendo que sus respuestas son imperfectas e incompletas, subraya que su estudio se basa en datos históricos y comparativos mucho más extensos que todos los trabajos realizados anteriormente y sobre un marco teórico renovado que permite mejorar nuestra comprensión de las tendencias y mecanismos vigentes. Defiende la hipótesis según la cual, a partir del momento en qué la tasa de beneficio del capital supera duraderamente la tasa de crecimiento de la producción y de la renta, lo que era el caso en el siglo XVIII y que corre el riesgo de serlo en el siglo XXI, el capitalismo produce mecánicamente unas desigualdades que cuestionan los valores meritocráticos sobre los cuales se fundamentan las sociedades democráticas.
Para demostrar su tesis, el economista galo recurre a dos tipos de fuentes: las que aluden a la renta y a la desigualdad de su distribución, y las que se refieren al patrimonio, a su reparto y al vínculo que mantienen con la renta. En el primer caso, su labor ha consistido en extender a una escala espacial y temporal superior el trabajo novedoso y pionero de Kuznets (1953) que medía la evolución de las desigualdades de renta en Estados Unidos de 1913 a 1948. Esta extensión permite poner en perspectiva las evoluciones constatadas por Kuznets y conduce a cuestionar el vínculo optimista que establece entre desarrollo económico y reparto de la riqueza. Ha intentado utilizar las mismas fuentes, los mismos métodos y los mismos conceptos para todos los países estudiados. En el segundo caso, ha reunido todos los datos disponibles sobre el patrimonio, su reparto y la relación que mantienen con la renta, sabiendo que el patrimonio juega un papel importante sobre la renta a través de la renta del patrimonio. En ese sentido, los datos de la WTID ofrecen mucha información sobre la evolución de las rentas del capital a lo largo del siglo XX.
Sobre la base de estos datos, Pïketty extrae dos conclusiones fundamentales. Por una parte, considera que es preciso desconfiar de cualquier determinante económico en esta materia, ya que la historia del reparto de la riqueza es siempre una historia profundamente política y no puede resumirse a mecanismos meramente económicos. Especialmente, la reducción de las desigualdades observadas en los países desarrollados entre los años 1900- 1910 y 1950-1960 es ante todo el producto de las guerras y de las políticas públicas implementadas tras estos dramas. Asimismo, el incremento de las desigualdades desde los años 1970-1980 resulta en gran medida de los cambios políticos acontecidos a lo largo de las últimas décadas, sobre todo en materia fiscal y financiera. Por otra parte, el economista galo estima que la dinámica del reparto de la riqueza pone en juego a poderosos mecanismos que empujan alternativamente hacia la convergencia o hacia la divergencia, y que no existe ningún proceso natural y espontáneo que permite evitar que las tendencias desestabilizadoras y fuentes de desigualdades se impongan duraderamente.
Pero, Piketty amplía su reflexión a la ciencia económica dado que considera que la disciplina económica está prisionera de su pasión por las matemáticas y las especulaciones teóricas e incluso ideológicas, en detrimento de la investigación histórica y de la aproximación a las demás ciencias sociales. Estima que a menudo los economistas están ante todo preocupados por problemas matemáticos que solo les interesan a ellos mismos, lo que les permite dar una apariencia de cientificidad y evitar contestar a preguntas mucho más complejas provenientes de la sociedad que los rodea. A ese respecto, observa una diferencia entre Estados Unidos y Europa donde los economistas no gozan del mismo prestigio y se ven obligados a abrirse a otras disciplinas y a la sociedad.
Piketty considera que los economistas no deben esforzarse en alejarse de las demás ciencias sociales y la ciencia económica solo podrá desarrollarse gracias a un diálogo fructífero con ellas. Observa que numerosos economistas desconocen buena parte de la producción científica en sociología, historia o antropología, lo que les ha llevado a no prestar la atención suficiente a la dinámica histórica del reparto de la riqueza y la estructura de clases. Estima que conviene ser pragmático y movilizar métodos y enfoques provenientes de otras disciplinas, en lugar de limitarse a las perspectivas estrictamente económicas. Subraya que su trabajo ha consistido inicialmente en reunir fuentes y en establecer hechos históricos sobre el reparto de la renta y del patrimonio, antes de recurrir a teorías, modelos y conceptos abstractos, pero intenta hacerlo con parsimonia, es decir únicamente en la medida en que la teoría permite una mejor comprensión de las evoluciones estudiadas.
En definitiva, Le capital au XXIème siècle es una obra documentada, sólida, ambiciosa e innovadora: documentada por la variedad y amplitud de los datos movilizados; sólida por el rigor científico de la demostración, de la utilización de datos y de su comparación; ambiciosa por la amplitud temporal (desde el siglo XVIII hasta la actualidad) y geográfica (la totalidad del planeta) del estudio; e innovadora tanto por la problemática planteada como por las hipótesis y posteriormente conclusiones formuladas. Está llamado a ser una de las obras de referencia en la economía política en general y en la evolución del reparto de la renta y del patrimonio en particular. Confirma las expectativas generadas por las obras anteriores y por la trayectoria académica de Piketty, y será, sin lugar a dudas, uno de los mejores economistas de los próximos años a nivel mundial. En este sentido, antes de polemizar interesadamente sobre su último libro, es preciso leerlo y extraer las conclusiones pertinentes que contiene.