Una primera dama en sus dominios
Cecilia Morel dice que no le da pena dejar su cargo en La Moneda. Aunque reconoce todo lo que eso le cambió la vida: desde el uso de su tiempo hasta la forma de relacionarse con un marido Presidente. Aquí, puertas adentro, habla de política, de cuando visitó a Pablo Longueira después de su depresión y no fue capaz de verlo, de los momentos en que ha visto afligido a Sebastián Piñera. Se niega a imaginar siquiera qué hará después del 12 de marzo. "Me cuesta mucho relajarme en ese tema", reconoce.
por Marisol Olivares - 18/08/2013 - 02:48
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Cecilia Morel baja lento la escalera de su casa del barrio San Damián, en el sector oriente de Santiago. Se le ve perfectamente maquillada, bien peinada. Luce un vestido café y zapatos de taco alto. Se queja del frío que se siente en esta mañana de miércoles 14 de agosto.
Cuando la conversación apenas ha arrancado y la primera dama toma su taza de café con endulzante instalada en su living, se escucha de lejos la inconfundible voz del Presidente que habla con la empleada sobre la ropa que tiene que meter en su maleta.
-¡Cecilia, Cecilia! -grita el Jefe de Estado, que sabe que su esposa no está sola.
El living de los Piñera Morel es grande. Tres sillones, dos bergères y una mesa de centro de acrílico. En las paredes, cuatro cuadros del surrealista chileno Roberto Matta, que les regaló en París la última esposa del pintor, Germana. Por la ventana se ve el patio, la piscina, la terraza. De la cocina comienza a salir olor a comida casera.
-¿Dónde está, Cecilia? -continúa el Presidente, quien se asoma a la sala.
Le acerca la mejilla y ella lo besa.
-¿Me dejó con rouge? -pregunta Piñera a su mujer.
-No -responde ella.
-Una vez me dio un beso en la mejilla -explica él a la visita-. Yo llegué en la noche con rouge y Cecilia me retó... ¡Y había sido ella misma!
La señora del Presidente sonríe y explica, por si quedara alguna duda: "Eso es una broma". Varias veces se referirá al humor de su marido. Y a otras cosas también, como que hace mucho que perdió la batalla y ya no lo aconseja sobre su vestimenta. "Ya me entregué hace mucho tiempo con eso", comenta. No le complica el estilo más informal de su esposo.
Morel tampoco es formal. Trata de seguir yendo alguna vez al supermercado y les pide a sus escoltas que no la sigan. Considera que los peinados y el maquillaje que le exige su cargo son una pérdida de tiempo: aunque tiene una peluquera que la ayuda, dice que "trato de peinarme y maquillarme yo sola". Pese a que asumió el 11 de marzo de 2010, aún le sigue incomodando que la llamen primera dama. Hasta entonces, prefería las faldas largas, los jeans y las botas. Jamás, como ahora, se tenía que vestir de traje dos piezas formal un domingo. Eran tiempos donde Cecilia Morel -orientadora familiar del Instituto Carlos Casanueva- era presidenta de la fundación Mujer Emprende, dedicada a la capacitación laboral de mujeres en situación de vulnerabilidad. Dos veces a la semana les impartía cursos de desarrollo personal en Renca. Le quedaba mucho tiempo para la familia, la casa y, según confiesa, hasta se aburría con algunas de las actividades sociales de su marido empresario y político.
Pero la señora del Presidente también ha cambiado: a siete meses de dejar La Moneda, Cecilia Morel hoy es una figura con una valoración ciudadana superior a la de su marido. Mientras el Mandatario tiene un 37% de popularidad, según la última Adimark, de acuerdo con encuestas internas de La Moneda -donde Morel ha sido medida durante toda la gestión-, la aprobación de la primera dama se empina por sobre el 70%. Su fuerte son las mujeres de sectores populares -donde Piñera tiene problemas- y su retrato ya ha comenzado a aparecer en las campañas de candidatos de la Alianza en las próximas elecciones parlamentarias. El gobierno analizó incluso la posibilidad de que postulara al Congreso. Ella, sin embargo, es enfática en descartarlo.
-¿Se presentaría a un cargo de elección popular?
-Por ningún motivo.
El domingo 21 de julio, Cecilia Morel y el Presidente Piñera viajaron a Melipilla. En una de las habitaciones de una casona de ese lugar guardaba reposo el ex ministro de Economía Pablo Longueira. Cuatro días antes se había retirado de la carrera presidencial a causa de una depresión severa.
La primera dama saludó a su esposa, a sus siete hijos y a sus padres, dueños de la hacienda. En ese momento, sin embargo, algo la detuvo. Ella misma recuerda: "Sebastián entró a su habitación. La señora Cecilia Brinkmann me pidió que entrara a saludarlo y yo no quise. Encuentro que una cosa es que no tengamos tabú, pero para mí la salud mental es un tema que me importa y llega muchísimo. Está bueno hablarlo, pero hay cosas tan íntimas…".
Sabe a lo que se refiere: su hermano Cristián falleció en 1995, a los 31 años, a causa de una depresión. Cecilia Morel se pone seria por primera vez en la conversación: "No quiero meter a mi familia". Pero continúa: "Sí, indudablemente es un tema. Es algo frente a lo que tengo mucha percepción, casi exagerada. Ando viendo y haciendo interpretaciones sicológicas a la gente que está cerca de mí y no debería hacerlas. Es un tremendo temor. Estoy trabajando para soltar esas cosas".
La esposa del Presidente -60 años- no sólo descarta de plano una carrera pública: desde que llegó a La Moneda ha evitado referirse a la coyuntura política. Pero hubo una excepción: en abril apoyó al ex ministro de Educación Harald Beyer, después de ser destituido por el Congreso: "Mala noticia para Chile que las presiones y populismo primen por sobre el bien y el futuro del país. ¡Qué pena! ¡Fuerza Beyer!", escribió en Twitter. Aunque no es fanática de esa red social: "Se presta para mucha violencia. Yo sufría cuando me decían garabatos con rabia, pero ya no".
-¿Qué siente ahora cuando a su marido lo critican desde su propio partido, RN?
-Da pena, porque hay un sentido de grupo, de pertenencia. Yo siento que hay papeles distintos en los partidos. Nosotros nos comprometimos con las famosas cuotas y todos pelean su parcela de poder. Cada partido es hipersensible y se les olvida ser gobierno.
Cecilia Morel no milita. Es hija de una dueña de casa y de un ingeniero eléctrico que salió de Chile en el gobierno de la UP, los dos de derecha. Pero en su familia había de todo: tuvo dos hermanas del Mapu y una de la Izquierda Cristiana, que actualmente es DC. También, una tía exiliada y un cuñado preso. "Para mí, lo más difícil no fue la escasez ni la amenaza de quiebre del país, sino las divisiones familiares. Fue un momento de demasiada pasión y polarización", recuerda sobre los años 70. El mismo día del golpe de Estado su novio, Sebastián Piñera, le pidió matrimonio. Por teléfono.
Luego -relata-, ella supo perfectamente lo que era la dictadura (se ríe y levanta una ceja cuando pronuncia el concepto). "Yo opinaba mucho y muy apasionadamente y mis amigos me decían: 'Uy, ya está la comunacha'. Y lo peor es que no soy nada de comunacha. Salía a cacerolear afuera de mi casa en Las Condes y otro cercano me decía: '¿Me puedes no cacerolear en la oreja?'. Y yo le pegaba a la olla con más ganas".
En 1988, como su marido, votó por el No en el plebiscito.
-Usted es la primera mujer de un mandatario de derecha después de Lucía Hiriart.
-Oh... chuta, qué divertido. No se me había ocurrido nunca compararme… De partida, no me siento de derecha ni de centroderecha, como que siempre ha primado más la Cecilia Morel. Claramente, soy de este sector y cada vez tengo más claridad del camino que hemos tomado.
Dice no guardar rencores y recuerda la conmoción familiar a causa del "Piñeragate" en 1992, hace 21 años: "Hay hijas o mi suegra que les dolió, ufffff... Bueno, a mí me dolió mucho y me afectó, pero pude tomar una cierta distancia dentro de la gravedad política, no lo encontré trascendente para la vida humana. Hoy es importante otra cosa... a mí me da exactamente lo mismo".
-¿Entonces no le costó dar vuelta la hoja y apoyar la candidatura de Evelyn Matthei?
-No me costó tanto. Menos que a otras personas.
Una de las cosas que más echa de menos Cecilia Morel es su privacidad. Con un marido Presidente, ella y su familia están siempre expuestas. Uno de los pocos espacios dónde sólo entran ella, su esposo y sus cuatro hijos -Magdalena, Cecilia, Sebastián y Cristóbal- lo tienen en el teléfono: son los únicos miembros de un grupo familiar de WhatsApp, a través del cual se comunican. En casi todo el resto están en el ojo público.
Por eso, por ejemplo, la primera dama dice que extraña pasearse en traje de baño sin pareo por su casa de veraneo en Caburgua, donde hace tres veranos abundan los periodistas. Durante los dos primeros años, cuenta, ni siquiera se atrevió a meterse al lago. Incluso, iba al baño con la luz apagada, ya que la ventana da al exterior y ella no quería alertar a nadie de afuera de los movimientos al interior de la casa. Aunque igual se dejaba espacios para el relajo: "No soy de canapecitos finos. En Caburgua, a puro cooler con sándwich, lo más fino era queso crema con atún y un poquito de ciboulette y tomates. Engordábamos".
Extraña también poder disponer de su propio tiempo. "No soy dueña de mi agenda. Lo que más echo de menos son los cafés con mis amigas. Casi no las veo. A veces, volviendo de las actividades de los sábados y domingos, tipo mediodía, las llamo y nos juntamos en el Tavelli media hora. Después hay almuerzo y vienen los niños".
Los niños son los nietos. Ya tiene seis: cuatro de su hija Magdalena y dos de Cecilia. Son los únicos que se mueven en los días de la primera dama sin espacio planificado de antemano. "A veces se vienen tres niños y todos se meten a la cama. Yo tengo que terminar durmiendo en una pieza abajo. Sebastián se queda con todos, y el que duerme con niños amanece mojado (…). Ellos son lo más importante en mis espacios más libres, me dan el mayor placer. De La Moneda trato de salir a las 6 pm y paso a ver a los nietos. Sebastián es más fanático, los pasa a buscar a las 9.30 de la noche y cuando yo me estoy quedando dormida, aparece él en la pieza con dos nietos a alojar. Me gustaría ayudar más a mis hijas como abuela. Mi compromiso para este otro año es hacer una tarde de tareas con uno y otra tarde con otro", dice.
Queda en silencio. Y entonces agrega: "¿Sabes?, no me gusta adelantarme para este otro año, trato de no pensar en lo que va a venir, es desgastarse. Pero pensar en que voy a ayudar a mis hijas no es desgastarme".
Mientras tanto, continúa siendo la mujer del Presidente. Cecilia Morel reconoce que antes, hace cuatro años, la vida era distinta. Ella pasaba horas en la casa, se reunía con amigas, cuidaba a los nietos, iba al supermercado y dirigía la fundación Mujer Emprende. Su esposo se dedicaba a la vida empresarial y política. Hoy, según Morel, "la relación está más unida. Nosotros teníamos mundos muy diferentes. Sebastián era el ejecutivo, acelerado, y yo estaba en la intimidad. Salvo la familia, es la primera vez que hemos estado juntos en un proyecto de trabajo, vibrando y sufriendo a la par. Antes, las comidas formales de negocios que tenía me daban un poquito de lata. Ahora somos parte de lo mismo". A veces, cuando ambos están en sus oficinas en La Moneda, ella cruza a almorzar con él.
Morel es la única persona que ve a Piñera cuando ya no hay público. En la intimidad del hogar compartido. Puertas adentro. "El tiene otro nivel de responsabilidad. Yo veo cómo él se mata, cómo trabaja, cómo se levanta en la noche, contesta el teléfono...", cuenta. Dice que a veces lo ha visto afligido, pero que él es muy prudente con eso. "Sebastián es muy reservado, trata de no traspasar los problemas de él hacia otros, pero yo lo conozco por la respiración, la expresión corporal, se pone para dentro, le cuesta dormirse, inhala mucho rato. El no me dice nada... a lo más: 'Usted no sabe la cantidad de problemas que tengo que resolver'. Es resiliente, como esos monos porfiados del Coco Legrand que se caen y se vuelven a parar. Nunca se queja".
- ¿Y cómo toma usted los chistes que se hacen del Presidente?
-Mira, cuando le cuentan las "Piñericosas" (sección de The Clinic, donde hacen humor con los dichos del Presidente), todos nos matamos de la risa. Mi hija Manena (quien en La Moneda oficia como asesora de su padre) se ríe de cosas que ni siquiera el The Clinic ha pescado. El humor es un rasgo muy Piñera.
-¿Alguna vez le ha dado vergüenza algo que él haya dicho?
-Sí, pero es como una vergüenza divertida. Como que nos tapamos la cara y decimos "no... Esto no puede ser". Lo que más le pido es "por favor, no digas tus chistes, son chistes anacrónicos, de otra época". Le digo que hay ambientes para chistes y otros no.
- Difícil olvidar cuando el mismo Presidente tuiteó un porrazo suyo a la bajada de un avión…
-Es el sentido del humor de él, lo conozco hace 40 años…
Cuatro décadas. Cecilia Morel cuenta que sí, que está a meses de cumplir 40 años de matrimonio. Entre risas, dice: "Me falta poco para el bono de las bodas de oro. Le digo a Sebastián: 'Me tenís que dar el medio bono'".
Cecilia Morel Montes se sube a un Hyundai Eqqus del año 2012. Es la una de la tarde. Viene saliendo del Colegio Providencia. Sus escoltas -dos carabineros y una carabinera vestida de civil- y algunos miembros de su gabinete le recuerdan que la visita sólo debía durar media hora. Ella gastó el doble de tiempo.
Allí dentro, los niños la agarraron a besos, se puso delantal blanco y mascarilla, se rió a carcajadas con las cocineras y sirvió en bandejas plásticas el almuerzo. Un niño se quejó de que la primera dama le sirvió poco arroz. Luego, Morel se paseó por las 40 mesas del casino, recordándoles a los niños la importancia de comer frutas y mascar los alimentos 10 veces antes de tragar. Para graficarlo, ella les hizo el gesto con la boca. "No importa que parezcan vacas -les dijo-, van a saborear mejor la comida y quedar llenitos por más horas".
Así es ella cuando anda en terreno en su rol de líder del programa "Elige Vivir Sano", que en La Moneda ya se conoce como la ley Morel y que ella ha llevado incluso a su propia casa. Allí también se come liviano. Los aperitivos familiares son ahora con salmón y verduras y, por primera vez, ella sigue una rutina de ejercicios: media hora en una bicicleta estática. No fuma hace cinco años.
"Mi agenda es como un puzzle, está todo copado. No soy tan dueña de mi tiempo", advierte Morel ya dentro del auto. "Nunca voy al Spa ni al sauna, qué ganas!", dice. Todas sus actividades las coordina con su equipo de trabajo, que incluye una jefa de gabinete, dos periodistas y una de sus mejores amigas desde el colegio Jean D'Arc, Francisca Aninat. Con ellos también tiene un grupo de WhatsApp. Se llama "First Lady".
Cecilia Morel habla francés, idioma que aprendió en el colegio. Y eso le ha servido ahora. "Con Sarkozy me hicieron entrar y, como hablo francés, me hablaban a mí. A veces los presidentes nos hablan a los dos juntos, como si yo fuera ministra del Interior", dice entre risas.
La primera dama se acomoda en el auto con asientos de cuero y vidrios polarizados. A esos vidrios ella hizo que agregaran otra cubierta negra, para no desconcentrarse. En esos trayectos suele leer y revisar mensajes del celular.
Muchos de esos viajes en auto terminan en su oficina, en el segundo piso de La Moneda. A 20 metros de ella se encuentra el Salón Blanco Salvador Allende, donde se recreó la misma oficina que explotó el 11 de septiembre de 1973. La de Morel da a la Plaza de la Constitución, es luminosa, hay un escritorio con un computador que ella encuentra demasiado lento y tiene 10 marcos con fotos. En siete aparecen sus hijos y sus nietos. En tres, el Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, quien es uno de los personajes que Morel reconoce que más le gustó conocer.
En el centro de una mesa lateral está la imagen del Presidente Piñera, sentado en el escritorio de la Casa Blanca, con Obama al lado de él. A Cecilia Morel le encanta esa imagen. "La encontré genial… Es el sueño del pibe".
A siete meses de abandonar La Moneda, Cecilia Morel asegura que no le da pena dejar su cargo. Sí su grupo de trabajo y las fundaciones que están bajo su responsabilidad, desde las Orquestas Juveniles hasta el Museo Interactivo Mirador (MIM). "Es una despedida y una pérdida", reconoce.
Tampoco ha querido ponerse a pensar en qué hará después de salir de La Moneda. El asunto la estresa. "Me cuesta mucho relajarme en ese tema. He pensado en proyectos, pero siento que todavía estoy en la diversidad de este cargo (…), no quiero preocuparme del futuro… Ser abuela, un poco lo que era antes, volcada al área sicosocial. Pero me importa el ahora, a lo mejor ni voy a estar en seis meses más…
-¿Y qué piensa de que el Presidente vuelva a postularse para el 2017?
-Mi marido puede trabajar en lo que quiera, pero un proyecto que involucre el proyecto familiar implica que conversemos. Hoy no me pongo en ese escenario, no quiero desgastar mis energías. No me pidas que piense en eso, por favor…
Cecilia Morel está seria. Distinta de hace algunas horas, cuando a este mismo living entró el Presidente Piñera a saludarla y a reírse con ella. Porque entonces no sólo hablaron de la escena del rouge en la mejilla. También de un viaje. La escena, entre una primera dama sentada y un Presidente de pie, con una pequeña maleta en la mano, fue exactamente así:
-Cecilia, necesito que me acompañe a Paraguay -le pide el Presidente.
-Estaba hablando de la flexibilidad de este cargo... y él se enoja cuando no lo acompaño -dice Morel, como dando explicaciones.
-Lógico, pues... si sin ti, yo no soy nadie -ataca Piñera.
-Ah, claro... pero yo no puedo hacer todo. Quiere que lo acompañe todo el rato y además tengo mis responsabilidades... ¿cómo lo hago?
-¿Cuál es la respuesta? -insiste Piñera.
-Ya... no puedo ir.
-Tú debieras acompañarme siempre.
-Te acompaño harto, harto, harto...mujer
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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