Un nuevo tipo de profesional ha surgido en el mercado laboral de nuestro país, cuyo ámbito de trabajo es (como ellos mismos señalan una y otra vez) el de "articular" el movimiento social. Me refiero así al mítico "agitador profesional".
Es sin duda una profesión ardua, pero que ofrece importantes oportunidades, como invitaciones al extranjero, entrevistas a nivel nacional e internacional, invitaciones a las distintas sedes del poder político, todo lo cual va convenientemente acompañado de un sólido y respetable estipendio, pagado unas veces por el Partido Comunista, otras por Patagonia sin Represas y otras, por la generosa Fundación Ford, sólo por nombrar algunos.
Otra de las ventajas de este nuevo campo laboral es que se goza de bastante libertad de agenda y objetivos; no hay que ir a marcar tarjeta a una oficina o esperar que los conflictos sociales estallen. No, nada de eso. Hay que hacer que las cosas sucedan, es decir, y acorde con nuestro sistema de mercado, se necesita de un verdadero "emprendedor" de la movilización social, es decir, alguien que los genere y alimente.
Es sin duda una profesión ardua, pero que ofrece importantes oportunidades, como invitaciones al extranjero, entrevistas a nivel nacional e internacional, invitaciones a las distintas sedes del poder político, todo lo cual va convenientemente acompañado de un sólido y respetable estipendio, pagado unas veces por el Partido Comunista, otras por Patagonia sin Represas y otras, por la generosa Fundación Ford, sólo por nombrar algunos.
Así es como podemos ver a nuestro agitador profesional cortándose las venas por una educación gratuita y al día siguiente marchando por los derechos de los aysesinos; para más adelante, aparecer con el puño en alto, reclamando por las ganancias del cobre que no se quedan en la ciudad de Calama.
Sin embargo, más de alguno se dirá que este tipo de personajes ya han existido en nuestra historia. Cómo no recordar a esos "revolucionarios" con pantalones pata de elefante, que vegetaban durante años en las universidades sin sacar nunca su título y que más de alguna vez vestían una sugerente boina, que sin embargo dejaba a salvo un frondoso pelo al viento y una barba de cinco días tan característica de la época.
Efectivamente, han existido con anterioridad otros agitadores sociales, pero para ser sinceros eran más bien revolucionarios part-time. Hoy día, la profesión es full-time, la competencia es feroz, no falta el líder local o estudiantil de verdad que les puede quitar protagonismo a los agitadores profesionales y, lo que es peor, siempre existe la amenaza que aparezcan liderazgos "sin la conciencia" suficiente sobre la necesidad de "articular" el movimiento social.
Es tan competitivo el ambiente para estos nuevos profesionales que incluso deben preocuparse con esmero de su ropa. Ya no basta la típica polera gastada con la cara del Che Guevara, no señor. Hoy en día nuestro agitador profesional debe ser muy riguroso a la hora de vestir prendas con "significado" (un verdadero profesional está siempre en su personaje) y por eso es frecuente verlos con poleras con mensajes como "Revolution", "La imaginación al poder", "Mis deseos son la realidad", y otras "grandes" frases por el estilo. Incluso, se ha puesto de moda el "hot pants" revolucionario, que tan bien lució una de las más distinguidas profesionales de este rubro.
Hasta aquí, todo bien con este nuevo profesional que está saliendo al mercado. Sin embargo, el problema está en que una de las herramientas de trabajo más utilizadas por estos emergentes personajes es algo que creíamos desterrado de la discusión (pública al menos); me refiero al inigualable, apetecible y nunca bien valorado mito.
Siempre que se quiere "articular" un movimiento social hay que partir de algún mito fundante, como por ejemplo: volver a la educación pública, gratuita y de calidad de la década de los 60; la teoría del abandono de determinadas zonas del país (cuando en realidad se tienen tasas de inversión pública muy superiores a otros lugares de Chile), o la siempre exitosa teoría conspirativa del robo organizado que se produce en alguna ciudad minera y que no permite ver a sus habitantes los frutos de su arduo trabajo (para efectos del mito, poco importa que en dicha ciudad se paguen los sueldos más altos de Chile y que sea el lugar donde más autos nuevos último modelo se venden cuando llega el famoso "bono", ya sea por trabajo o por término de conflicto).
La construcción de ese mito es fundamental, y el arma predilecta de este nuevo "emprendedor" revolucionario, pues la mayoría de esas ideas no resisten un escrutinio público serio e informado, pero sí son capaces de conseguir el grito en una barricada o los aullidos de lobo propios de la edad de piedra cuando se logra incendiar algún vehículo policial, todo, por supuesto, en nombre, en homenaje y en verdadera ofrenda a la necesaria "articulación" del movimiento social.
Sin embargo, esta no es una profesión fácil. Por el contrario, es sumamente demandante, por lo que este tipo de profesional debe estar en constante movimiento, ayer en la Alameda, hoy en la Patagonia, mañana en el Norte. El problema es que esa "libertad de movimiento" se realiza sin preocuparse mucho de los efectos que dejan estos profesionales en el ejercicio de su labor.
Me refiero a qué pasa con Juanito que marchó durante meses por la Alameda, pidiendo una educación gratuita y hoy se encuentra que repitió de curso y además debe seguir pagando. Me refiero a don Pedro, que tiene un almacén en Aysén y que producto del bloqueo no tiene qué vender, así que le dijo a su hija que estudiaba en Santiago que congelara el semestre en la Universidad, porque no tenía cómo pagar; o el caso de la simpática Pamelita, que tiene una hostería cerca de Calama y que seguramente deberá cerrar (lo que le angustia, porque debe mantener a su padre que se encuentra postrado hace 5 años), cuando empiecen los anunciados bloqueos.
Estas secuelas son sin duda uno de los ramos más importantes que les falta a estos nuevos profesionales y que los centros de formación profesionales en donde se está impartiendo este tipo de carrera (oficinas del PC, oficinas de Patagonia Sin Represas, Obispados patagónicos y otras sedes que se han abierto a lo largo del país), no han logrado incluir en sus mallas curriculares.
Para terminar, sólo quiero decir que me vuelve a la memoria una frase que escuché en mi juventud, en circunstancias que no es necesario recordar (ahora soy un devoto padre de familia) de un viejo conocido y que decía más o menos así: "Y cuando se acabe la música, quién cresta va pagar la cuenta".