Una serie de extraños movimientos financieros constató una investigación periodística que indagó la Parroquia de El Bosque, que dirigió durante años el sacerdote Fernando Karadima, quien ahora vive retirado tras ser hallado culpable de abusos sexuales por la propia Iglesia Católica.
Se trata de "Los Secretos del Imperio de Karadima", escrito por Juan Andrés Guzmán, Gustavo Villarrubia y Mónica González, periodistas de Ciper Chile.
Son "ingresos y egresos que no calzan", "millonarios depósitos destinados a caridad que terminan invertidos en fondos mutuos" y "pagos irregulares a empleados y desembolsos cuantiosos hechos en la época en que Fernando Karadima viajaba a Europa acompañado de un séquito de jóvenes feligreses", detalló el Centro de Investigación e Información Periodística.
En el libro se da cuenta de "los interrogatorios que se hicieron en torno al manejo de los dineros parroquiales al obispo Andrés Arteaga y a miembros del Consejo Parroquial de El Bosque, que debía asesorar al párroco en el manejo de los recursos aportados por los fieles. Dicho consejo estaba compuesto por Juan Pablo Bulnes Cerda, abogado y presidente de esa instancia; Guillermo Tagle Quiroz, ingeniero comercial; Francisco Costabal, ingeniero civil y presidente de la Acción Católica, y Francisco Prochaska, ingeniero, quien servía a Karadima en múltiples propósitos. Según el libro de Ciper, todos eran hombres de absoluta confianza de Karadima y negaron estar al tanto de las situaciones irregulares descritas por la pericia realizada en septiembre de 2010 y que está firmada por subprefecto de Investigaciones Raúl Morales Ceballos".
Los detectives, explica "Los Secretos del Imperio de Karadima", estuvieron tras la pista de 100 millones de pesos "depositados en septiembre de 2009, y determinaron que estos dineros rápidamente fueron invertidos en fondos mutuos".
En su informe, sostuvieron "sería saludable conocer a quién pertenece y cuál es el fin último de esta transacción ya que si consideramos que el dinero que se recibe en la parroquia debe ser usado para caridad, sobre todo con los necesitados, llama la atención que ese dinero permanezca inmóvil al estar en fondos mutuos y sólo está generando intereses, o sea, incrementando su monto. Ese no es el espíritu que convoca el recibir donaciones".
Los autores constataron que "mientras la parroquia recibía 23 millones de pesos al año por concepto de arriendo de las propiedades que estaban a su nombre, en el libro se anotaban sólo 12 millones. ¿Dónde iban a parar los dineros no anotados? Los peritos no lograron establecerlo".
"Los Secretos del Imperio de Karadima" fue editado por la alianza entre la Fundación Ciper, la Escuela de Periodismo de la Universidad Diego Portales y Editorial Catalonia.
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Fernando Karadima.
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A Karadima le importaba muchísimo el dinero, más de lo que cabría esperar de un hombre que ha consagrado su vida a los asuntos del espíritu. Le importaba tanto que a veces perdía el control. En cierta oportunidad vació las cajas de la colecta dominical sobre su cama y lanzó los billetes al aire. Fernando Gómez Barroilhet estaba con él. Mientras el dinero caía el sacerdote murmuraba: «Y pensar que todo esto es mío».
Los billetes y monedas que terminaron en su cama deben haber sumado unos 4 millones de pesos, que es lo que se recaudaba en una misa de domingo, según sacerdotes que formaron parte de la Pía Unión. Para ellos El Bosque, en los años de gloria de Karadima, era la iglesia que más recaudaba en Chile.
Durante la época en que Verónica Miranda, entonces esposa de James Hamilton, fue de su máxima confianza, Karadima le pasó la llave de la pieza donde se dejaban las cajas con la colecta al final del servicio. Con frecuencia, antes de que ese dinero fuera contabilizado y depositado, Karadima le decía a Verónica que fuera a la pieza de las cajas, sacara 100 mil o 150 mil pesos y se los dejara en su habitación. Durante un buen tiempo fue así hasta que tanta informalidad le llamó la atención y ella le preguntó al sacerdote cómo se contabilizaba ese dinero, pues tenía entendido que una parte era para el Arzobispado y para las iglesias más pobres.
Después de formular esa pregunta, no le pasaron más las llaves de la colecta.
La religiosa Marta Gutiérrez, secretaria de la parroquia entre 1992 y 2001, testificó ante la jueza Jessica González que Karadima cobraba «aportes» muy altos cuando prestaba la iglesia para un matrimonio, un bautizo o un funeral: «Justificaba esos precios con mentiras como, por ejemplo, supuestos arriendo de alfombra, pago de gastos extra de iluminación, pagos al personal por quedarse hasta mas tarde y otros».
Sobre el destino del dinero recaudado, Marta Gutiérrez dijo tener dudas pues presenció prácticas parecidas a las descritas por Verónica Miranda: «Todos los pagos en cheques por sumas superiores a 100 mil pesos tenía que entregárselos directamente a él, sin que quedara constancia en ninguna parte».
La monja agregó que, así como «Karadima tenía un interés desmedido por el dinero», también despreciaba a los pobres: «Los hacía echar con Carabineros. Tenía problema con quienes ayudábamos a los pobres y teníamos que hacerlos venir a la parroquia en los horarios en los que no estaba el padre Karadima o cuando estaba ocupado en misa. El año 2000 se introdujo una señora de aspecto humilde y lo encaró diciéndole que era malo con los pobres y después encaró al padre Morales en los mismo términos».
En agosto de 2010 el fiscal Xavier Armendáriz ordenó a la Policía de Investigaciones determinar si había habido pagos a testigos de los abusos de Karadima, con el fin de que no declararan ante la justicia. En dicho escrutinio aparecieron documentos que acreditaban lo que los testimonios de Verónica Miranda y la religiosa Marta Gutiérrez denunciaban: que Karadima manejaba las arcas de la parroquia no para socorrer a los necesitados ni ayudar a la Iglesia.
Los investigadores policiales revisaron documentos y archivos financieros del periodo 2009-2010, entre ellos el libro de la contabilidad parroquial llamado «libro caja», donde se registraban las donaciones hechas a la parroquia y el aporte del 1% de los fieles, conocido como Cali. También se anotaban ahí los dineros obtenidos por los arriendos de las propiedades que la Unión Sacerdotal tenía en el sector.
Según el «libro caja», en 2009 entraron a la parroquia 262 millones 656 mil pesos, un promedio de 21 millones de pesos mensuales. Durante el primer semestre de 2010, es decir, durante los primeros seis meses de la investigación contra Karadima, los ingresos crecieron a 26 millones de pesos mensuales, enterando 156 millones 700 mil pesos.
La encargada de llevar la contabilidad de El Bosque era María José Riesco Bezanilla, una laica consagrada, es decir, una mujer que ha hecho los votos de castidad, pobreza y obediencia, sin ser monja. Cuando los peritos la interrogaron, sostuvo que la parroquia era más bien modesta: «La parroquia a la cual represento no recibe grandes montos de dinero, toda vez que vive y existe con lo justo».
Pero 262 millones no son pocos recursos. Y pese a lo que sentía Karadima, ese dinero no era suyo. El Cali era en buena parte para financiar a la Iglesia entera. Y, probablemente, muchos de los que donaban a El Bosque confiando en que el sacerdote les daría a esos dineros un uso cristiano -después de todo lo había formado el santo Hurtado-, no le habrían entregado nada si hubieran sabido que su criterio era satisfacer sus propios deseos.
A los peritos les llamó atención que ese dinero estuviera en manos de una persona como María José Riesco, que carecía de los conocimientos mínimos de contabilidad. También les llamó la atención que existiese un Consejo Parroquial de alto nivel profesional y que este no hubiesen advertido a Karadima del desorden con que manejaba los millones donados por los fieles, desorden que impedía saber si los dineros llegaban a quienes tenían que llegar.
El Consejo Parroquial lo constituían Juan Pablo Bulnes Cerda, abogado y presidente de esa instancia; Guillermo Tagle Quiroz, ingeniero comercial; Francisco Costabal, ingeniero civil y presidente de la Acción Católica, y Francisco Prochaska, ingeniero, quien servía a Karadima en múltiples propósitos. Todos eran hombres de absoluta confianza de Karadima y todos fueron mencionados por los denunciantes como personas cuya voluntad estaba controlada por el sacerdote.
Sobre el profesionalismo de María José Riesco para manejar esos dineros, la religiosa Marta Gutiérrez aportó un dato. Dijo a la justicia que la verdadera «consagración» de Riesco era obedecer a Karadima: «Cada vez que se equivocaba la hacía hincarse ante él. El portero Guido Chacón me contó en una oportunidad que la había tenido largo tiempo de rodillas a la vista de los feligreses».
Para chequear si los datos anotados en el «libro caja» eran reales, los peritos los cotejaron con los montos que aparecían en la cuenta corriente de la parroquia, donde estos dineros eran depositados. Esta era la cuenta 16252168-05 del Banco Chile, perteneciente a Pía Unión Sacerdotal, organización que alguna vez pretendió ayudar a los sacerdotes a acercarse a Dios, pero que ahora era la propietaria de departamentos en la zona de la parroquia y del terreno mismo de la iglesia. La revisión mostró que en la cartolas de la cuenta corriente había «ingresos superiores a los registrados en el libro caja», situación que se debía a que en la misma cuenta se mezclaban los ingresos de dos entidades: la parroquia y la Pia Unión. Los peritos se preguntaron por qué el Consejo Parroquial permitía esto, si por su experiencia sus miembros «conocen claramente que no es sano mezclar dineros de dos entidades distintas. Esta situación corresponde ser aclarada por dicho Consejo y por los miembros de la Unión Sacerdotal».
Al analizar más en detalle los ingresos, los peritos determinaron otras incoherencias. Por ejemplo, que el dinero que cobraban por los arriendos de las propiedades era de 23 millones de pesos al año; pero en el libro se anotaban sólo 12 millones. «Del mismo modo, para los 7 primeros meses de 2010, la parroquia debió haber recibido un total de $13.532.750, sin embargo, los registros efectuados en la contabilidad reflejan la suma de $9.639.949. Esto significa una disminución de los ingresos en $3.892.801 para la parroquia».
¿Dónde iban a parar los dineros no anotados? Los peritos no lograron establecerlo.
La contabilidad de los gastos en 2009 tampoco salió bien parada del examen pericial. Dicho ítem, que incluía desde sueldos de los sacerdotes y del personal, hasta las cuentas de internet, cable, gas y también «la ayuda fraterna», sumó egresos por 177 millones 550 mil 624 pesos. Del examen mes a mes resultó que los meses más caros para la parroquia en 2009, fueron enero ($23.742.147) y septiembre ($17.458.681), justamente los meses en los que Karadima y sus seguidores viajaron a Europa.
La diferencia entre los ingresos y los gastos deja un saldo de aproximadamente 90 millones por año. ¿Donde están esos recursos? Aquí los peritos sí encontraron algunas pistas. Se detectaron retiros millonarios sin destinatario conocido y también inversiones en fondos mutuos.
«En la revisión de las cartolas bancarias de la cuenta de la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús en el Banco de Chile, se observó que en el mes de julio de 2009 hubo un abono por 60 millones de pesos, los cuales fueron girados en 2 cheques de 40 y 20 millones, giros que se realizaron en septiembre del mismo año, desconociéndose a quiénes beneficiaron esas salidas de dinero». Además, el informe de la PDI establece que el 17 de noviembre de 2009, un depositante desconocido abonó en la cuenta de la parroquia 100 millones de pesos. Esos dineros encontraron uso rápidamente pues «el 18 de noviembre fueron destinados a fondos mutuos, desconociéndose quién tomo el depósito y por qué razón» .
Al respecto los peritos estimaron que «sería saludable conocer a quién pertenece y cuál es el fin último de esta transacción ya que si consideramos que el dinero que se recibe en la parroquia debe ser usado para caridad, sobre todo con los necesitados, llama la atención que ese dinero permanezca inmóvil al estar en fondos mutuos y sólo está generando intereses, o sea, incrementando su monto. Ese no es el espíritu que convoca el recibir donaciones».
Solo por este punto (dineros recibidos como donaciones y que ganan intereses en fondos mutuos) el Servicio de Impuestos Internos (SII) debería haberse interesado en investigar las operaciones de Karadima y la parroquia. Por esa razón, una vez que en julio de 2010 Xavier Armendáriz debió cerrar su investigación -por tratarse de delitos que presumiblemente se cometieron antes de que entrara en vigencia la Reforma Procesal Penal- y el caso quedara en manos del juez Leonardo Valdivieso, el fiscal le entregó todo este expediente sobre los dineros de El Bosque al SII. Hasta el cierre de esta investigación no había ninguna información sobre qué se hizo con estos peritajes.
Los expertos de la PDI debieron hacer otras diligencias para intentar averiguar los orígenes y destinos de tanto dinero. Y decidieron interrogar al obispo Andrés Arteaga, quien era el director de la Pía Unión Sacerdotal, es decir, la persona que oficialmente controlaba la cuenta bancaria donde iban a parar todos los dineros de la parroquia.
Arteaga, además, había aparecido recientemente en la prensa criticando duramente las investigaciones de CIPER sobre las propiedades acumuladas por la Pía Unión y los manejos financieros en El Bosque: «En relación a algunos cuestionamientos sobre asuntos económicos y financieros de esta asociación aseguro enfáticamente que están en pleno orden, de acuerdo a su finalidad y a la legislación civil y canónica». Con calma, pero con decisión y molestia, argumentó que «la entrega de la información con toda la documentación disponible a la autoridad eclesial evidenciará la grotesca distorsión, falsedad e imprecisiones de muchas afirmaciones publicadas y que desgraciadamente, han encontrado al parecer eco entre algunos sacerdotes».
Frente al interrogatorio de los detectives, el obispo auxiliar Arteaga cambió el tono de sus respuestas. Se vio obligado a admitir que los libros de la parroquia no incluían inversiones financieras como «depósitos a plazo» cuyos montos él mismo desconocía. Explicó: «El libro que se lleva en la parroquia de El Bosque es un libro de entrada y salida de dineros, sin embargo, hay depósitos a plazo o dineros que se invierten en el sistema financiero de los cuales no conozco mayores detalles y que no están reflejados en esos libros. El Comité Parroquial es quien maneja mayores detalles. El responsable de estos dineros es el párroco (Juan Esteban Morales), puesto que yo trabajo en la universidad y no tengo mucho tiempo».
Tras esquivar sus responsabilidades, el obispo Arteaga agregó que pese a ser el representante legal de la Unión Sacerdotal, «no tengo poder de firma para firmar cheques. Solamente la tienen el párroco y al parecer la señora María José Riesco».
Al finalizar, detalló que entre los dineros que recibe la parroquia hay «algunas subvenciones de la Municipalidad de Providencia, entre otras cosas, pero desconozco mayores detalles. Tengo entendido que el señor Guillermo Tagle podría explicar con mayor precisión estos temas ya que es miembro del Concejo Parroquial».
El testimonio del ex sacristán Carlos Espinoza, que fue clave para que la fiscalía supiera de los pagos del sacerdote Diego Ossa a Óscar Osbén , también ayudó a demostrar que los números que aparecían en el «libro caja» e incluso en los contratos de los trabajadores de la parroquia, no eran reales. Como confirmaron los peritos, casi todo el personal de El Bosque recibía asignaciones extras distintas y no declaradas.
De hecho, el mismo Espinoza recibía pagos irregulares, porque lo irregular era la norma en El Bosque. Y relató que cuando en 2009 él pidió un aumento de sueldo, lo conversó con el cura Diego Ossa y este le ofreció subirle de 290 mil a 330 mil pesos líquidos más un dinero «por fuera», sin registro. «La razón de esto, según me dijo el padre Diego, era que no podían presentar una planilla de sueldo tan elevada al Arzobispado», explicó Espinoza a los policías. «El padre Karadima me ofreció directamente pagar mis gastos básicos de luz, agua, teléfono que en promedio ascendían a 130 mil pesos. Acepté dicha oferta. El padre Diego me enviaba un correo electrónico cada vez que se cancelaban las cuentas, las que se pagaban a través de Servipag».
Sin embargo, el aporte que recibía era aún mayor. Espinoza pidió otras cosas que le fueron compradas con cargo a una cuenta cuyo propietario no sabe identificar: «El padre Diego me ayudó a pagar mis lentes ópticos que costaron 180 mil pesos, más el gasto de la consulta médica. También me compraron unas zapatillas que valen 50 mil pesos y dos pantalones por 60 mil pesos. (...) Yo le informaba al padre Diego que me quería comprar dichos artículos y él me señalaba que los eligiera y le llevara la boleta. Posteriormente él me hacia una transferencia electrónica a mi cuenta corriente. Dichas transferencias provenían del Banco Bice y del Banco CrediChile, cuyo titular desconozco».
Según Carlos Espinoza, «todas estas compras fueron hechas en los meses de noviembre y diciembre de 2009», es decir, cuando ya se rumoreaba que un tsunami se aproximaba a El Bosque, pues ya en septiembre de ese año el Arzobispo Errázuriz le había advertido a Karadima sobre la investigación en su contra. Lo interesante es que esas cuentas nunca fueron revisadas.
Carlos Espinoza, además, dio luces sobre cómo fluía el dinero a El Bosque: «En el verano (2010) reemplacé al portero por 21 días en febrero y durante la primera semana recibí 4 cheques de aportes de feligreses cuyos montos fluctuaban entre 100 mil y 180 mil pesos. Me llamó la atención que estaban abiertos, indicando los montos, pero en blanco el espacio del destinatario en todos los cheques, los que entregué a la señora María José Riesco».
Todos los años las cuentas parroquiales eran revisadas por el Arzobispado a partir de un resumen que enviaba María José Riesco. La entidad eclesiástica superior de Karadima, sin embargo, no podía cotejar la información de la cuenta corriente de la parroquia. Por ello, cuando revisó los documentos referidos a 2009, el obispo Fernando Chomalí concluyó que «la parroquia lleva a cabo un correcto registro de sus ingresos y sus gastos».
Otra fuente de información que el Arzobispado no revisaba eran las cuentas corrientes de Karadima, Juan Esteban Morales o Diego Ossa. Ni siquiera lo hizo cuando los pagos de Ossa a Osbén pusieron un alerta sobre la discrecionalidad con que se usaban los recursos en esa iglesia. Por encargo del Arzobispo Errázuriz, el obispo Fernando Chomalí revisó las cuentas de la parroquia y en corto tiempo determinó que en los pagos hechos a empleados no se habían usado dineros donados por los fieles. Apoyando las tajantes declaraciones de Andrés Arteaga, el obispo Chomalí determinó que no había irregularidades en los dineros parroquiales. Pero fuentes del Arzobispado dijeron a los autores de este libro que lo que el obispo había tenido a la vista para dar su dictamen fue el citado «libro caja» que contenían información adulterada según demostraron los policías .
Sobre los cuestionados pagos a Oscar Osbén y a los empleados de la parroquia, la investigación policial también entregó datos interesantes.
Dejó claro, por ejemplo, que Óscar Osbén llevaba ya un tiempo recurriendo económicamente a Diego Ossa. Pareciera ser que la amistad que le brindó Ossa y las constantes invitaciones a El Bosque, lo llevaron a sentirse como un igual en ese mundo en que la mayoría de los jóvenes tenía mucho dinero sin hacer mayor esfuerzo. Lo cierto es que Osbén intentó vivir a un ritmo que no podía financiar. Cuando se casó en 2005, la fiesta de matrimonio le costó 6 millones de pesos, dinero que pidió prestado. No llevaba ni dos meses de matrimonio y estaban a punto de embargarlo. Recurrió a Diego Ossa, para pagar una parte de la deuda.
«Diego me dijo "no te preocupes, yo te lo cancelo", y así lo hizo», narró Osbén a los policías.
Oscar Osbén no aprendió. Las deudas se siguieron acumulando durante los siguientes cuatro años a un ritmo vertiginoso: un auto, un negocio fallido, una casa, y varios préstamos para tapar los agujeros que se iban abriendo. En 2009 estaba hasta el cuello e intentó de nuevo recurrir a Diego Ossa: «Pero esa vez el padre Diego no me quiso ayudar, me dijo "llama a tu papá" y cortó la comunicación».
La respuesta no fue una ironía, sino un reflejo de lo que el mismo Ossa hacía. Según declaró ante los investigadores policiales él recibía 250 mil pesos de la Parroquia El Bosque por ser el vicario y 1 millón 200 pesos de su familia.
Osbén, sin embargo, no tenía una familia que lo sostuviera. Por otra parte, en el tribunal, el mismo sacerdote Diego Ossa declaró que su relación con Osbén era «de padre a hijo».
Oscar Osbén dijo a la policía que, poco después de que el sacerdote se negara a ayudarlo, recibió un llamado de Tomislav Koljaitic, obispo de Linares (ciudad donde residía), quien le dijo que Diego Ossa le había mandado un sobre. «Al abrirlo me percaté que había un cheque por 1 millón del padre Fernando Karadima».
Así estaban las cuentas entre el sacerdote y el feligrés antes del programa Informe Especial que hizo que Osbén se sintiera identificado con la historia de James Hamilton.
A partir de entonces se desató algo que Carlos Espinoza y Karadima llamaron «extorsión»; Osbén y su esposa, «compensación por daños»; Ossa y Bulnes, «ayuda fraterna para impedir un suicidio» .
Según el relato judicial de Oscar Osbén, aparte del millón de Karadima, recibió 3 millones 700 mil pesos para pagar lo que le quedaba de la deuda de su auto; 1 millón 800 mil pesos para cancelar los dividendos atrasados del crédito hipotecario («Bulnes lo canceló directamente en el banco y no tenemos comprobante»); y 2 millones de pesos por las cuotas atrasadas de un préstamo a nombre de su esposa, Pamela Chacón. Además, relata Osbén, se encontró dos veces con Bulnes y en ambas sacó algo. «En la primera oportunidad Bulnes me entregó 1 millón de pesos en efectivo; y la segunda, en su oficina, me entregó otros 2 millones de pesos, también en efectivo, haciéndome firmar un comprobante en el cual decía que me estaba dando un préstamo por las sumas indicadas».
Lo descrito por Oscar Osbén suma 11 millones 500 mil pesos. Poco si se considera que en algún momento éste solicitó a Diego Ossa una «ayuda fraterna» de 100 millones de pesos.
Cuando le preguntaron a Diego Ossa qué justificaba este flujo de dinero, declaró: «Al ver que tenía una presión sicológica muy grande, por deudas económicas y dado que interpretamos que él se podía suicidar, decidimos ayudarlo». Sobre el origen del dinero, explicó que 5 millones de pesos salieron de sus ahorros, 1 millón lo aportó Juan Pablo Bulnes «y otros 2 millones de pesos fueron aporte de un feligrés anónimo que quiso ayudar para que Óscar solucionara sus problemas financieros». La suma da 8 millones de pesos. No dijo nada del resto. Sólo agregó que «las ayudas a Óscar han estado motivadas por la caridad».
Cuando le pidieron ver sus cartolas para confirmar estas declaraciones y también corroborar el monto de sus ingresos así como los pagos efectuados a Carlos Espinoza, Diego Ossa se negó. Según los peritos, el sacerdote argumentó «que eran parte de su vida personal y que no quería que algunos de sus movimientos bancarios salieran a la luz pública, como en la investigación pasada realizada por el fiscal».
La investigación también aportó datos respecto de los otros empleados de El Bosque que habían recibido dineros en los últimos meses de 2009: Patricio Vasconellos, María José Riesco y la cocinera Silvia Garcés.
Según el testimonio de María José Riesco sólo los 10 millones que recibió Patricio Vasconcelos provenían de dineros parroquiales. Y ese monto, dijo la mujer, fue autorizado por el citado Consejo Parroquial que presidía Juan Pablo Bulnes.
Sin embargo, al revisar el «libro caja», los peritos de Investigaciones determinaron que la «ayuda» entregada a Vasconcelos, «aparece como disminuyendo los ingresos de ese año para la parroquia». Es decir, los 10 millones no fueron anotados como un gasto o una donación, ni siquiera como un préstamo, sino que se hicieron disminuir los ingresos, como si esos 10 millones de pesos nunca hubiesen llegado a la parroquia.
Según explicó María José Riesco, el resto de las donaciones provino de recursos de Karadima. Tanto los 13 millones que le dio a ella en 2009 («me los regaló para cancelar el saldo del préstamo hipotecario que mantenía de la vivienda que yo habito actualmente»); como los 12 millones entregados a la cocinera Silvia Garcés para compara una casa («un dinero directamente del padre Karadima, por lo mismo, es dinero personal de él y no de la iglesia»).
Para confirmar que esos dineros efectivamente los había entregado Karadima, los policías pidieron revisar las cartolas de la cuenta que el sacerdote mantiene en el Banco de Chile. Pero solo les facilitaron las correspondientes al primer semestre de 2010 y no las de 2009, que es cuando se dieron las «ayudas».
Con todo, ese registro mostró importantes flujos de recursos sin que se supiera cuál era su origen ni su destino. Esto, entre otras cosas, pues Karadima, controlador absoluto de las finanzas de la parroquia, no declaró ante los policías pues su abogado alegó que estaba delicado de salud.
Fue Francisco Costabal, su secretario personal y último presidente de la Acción Católica de El Bosque, quien explicó los movimientos de las cartolas que se exhibieron a los peritos.
Tras el análisis los peritos informaron a la fiscalía: «De la exhibición de las cartolas del padre Fernando Karadima (28 de septiembre de 2010) se pudo observar y constatar gran movimiento de dineros. Entre ellos destacan traspasos hechos el 16 de febrero de 2010 por 38 millones de pesos a instrumentos financieros; montos importantes de donaciones de feligreses de quienes se desconocen nombres, toda vez que Francisco Costabal se reservó el derecho de omitir dichos antecedentes por respeto a dichas personas. El saldo inicial de la cuenta corriente con fecha 4 de enero fue de $33.391.697. Su saldo final al 3 de septiembre de 2010 fue de $13.484.317. A partir de julio de 2010 la cartola no presenta depósitos o transferencias de donaciones de feligreses como ocurría en los meses previos».
El material exhibido no permitió probar que el dinero entregado a los empleados proviniera de recursos propios de Karadima. El informe solo llamó la atención sobre la gran cantidad de recursos que el sacerdote manejaba.
¿De dónde salían esos recursos? ¿De donantes anónimos o de dineros parroquiales no anotados en los libros, de esos 100 mil pesos que Karadima le pedía a personas como Verónica Miranda que sacara de las colectas de cada misa?.
Los interrogatorios a los asesores financieros que participaban en el Consejo Parroquial de El Bosque tampoco fueron muy útiles para resolver esas dudas. Guillermo Tagle, experto en finanzas, le restó relevancia a las atribuciones del consejo: «Sus integrantes no tienen delegación de poder ni de representación y el consejo tampoco tiene mayores formalidades, como actas, registro de reuniones o reuniones periódicas». Según entendía, además, el presidente del consejo era el párroco Juan Esteban Morales, no Juan Pablo Bulnes.
En relación al monto de los dineros que donaban los fieles, Tagle explicó que él no tenía mucho que aportar: «Respecto a las donaciones que entregan los particulares no se lleva ningún registro ya que son entregadas directamente a los sacerdotes para que ellos las distribuyan de acuerdo a su parecer. También hay oportunidades en que llegan donaciones directamente para los padres o para sus gastos, que son del ámbito exclusivamente personal y el consejo asesor no tiene ninguna participación o conocimiento en la decisión del sacerdote respecto del origen, destino o monto de esas ayudas».
Sobre los motivos que habría tenido Karadima para entregar millones a empleados cuyos sueldos no superaban los 300 mil pesos, Guillermo Tagle dijo: «La caridad empieza por casa y debido a esto no hay otras motivaciones como silenciar o callar situaciones. Lo descarto tajantemente tanto en mi condición de integrante del comité asesor como particular».
Similares expresiones tuvo Juan Pablo Bulnes ante los peritos: «(Las ayudas solidarias) solo estuvieron motivadas por una acción social. El dicho "la caridad empieza por casa" calza perfectamente en este caso, ya que el padre Karadima siempre ha predicado la ayuda a los necesitados y estos también pueden estar al interior de la parroquia» .
Pero esa generosidad puertas adentro evidentemente no era suficiente para explicar erogaciones tan grandes de dinero por parte de Karadima. Los seguidores del sacerdote argumentaron en otros términos ante la PDI. «Este último tiempo, al ver al padre Fernando, tengo la impresión que se está preparando para su partida (muerte), lo noté después de que él estuvo muy enfermo y se está desprendiendo en vida de sus recursos personales», declaró Guillermo Tagle.
Casi las mismas palabras usó María José Riesco para explicar los 13 millones que recibió de Karadima en mayo de 2009: «Yo creo que el padre está "preparando su viaje", su "equipaje para la vida eterna" y se está deshaciendo de todas sus cosas ya que anteriormente tuvo un problema al corazón. Estos dineros han sido entregados por amor a Dios y no para silenciar a personas en relación a lo que le está afectando al padre en estos momentos».
Pero fue Juan Pablo Bulnes quien mejor desarrolló esa arista. Tras señalar a los policías que las indagaciones sobre los dineros parroquiales le parecían excesivas («esta investigación es funcional a intereses particulares y estoy sorprendido que se use tal cantidad de recursos públicos para estos fines»), Bulnes explicó: «Yo le confeccioné un testamento al padre Fernando Karadima hace dos años más o menos. Tengo la impresión que se está desprendiendo de todos sus bienes. El padre Fernando sufrió un infarto hace dos o tres años y creo que está haciendo caridad en vida».
Estas explicaciones sobre los orígenes y los motivos del dinero entregado a los trabajadores de la parroquia no convencieron a los peritos. En su informe concluyeron que los trabajadores «recibieron ayudas fraternas provenientes de los fondos reunidos a través de la donación, del Cali del 1% y de otros ingresos como los arriendos». Y agregaron: «Asimismo existieron donaciones en dinero provenientes de las cuentas particulares del padre Karadima y Diego Ossa a trabajadores de la parroquia como también a particulares que no tenían relación actual con dicha parroquia».
Poco después de concluida esta investigación policial sobre los posibles pagos para pagar silencios de testigos, en septiembre de 2010 el fiscal Xavier Armendáriz cerró su indagatoria. No ordenó revisar la cuenta corriente del cura Diego Ossa, pese a existir la constancia de que él manejaba recursos de la parroquia de forma irregular (como los pagos «por fuera» a Carlos Espinoza); tampoco se revisaron las operaciones de Karadima durante 2009, que es el periodo en que se hicieron los pagos a los empleados. Ni se exigió que el sacerdote explicara los montos sin respaldo encontrados en 2010.
La detención de la investigación tuvo un motivo legal: para perseguir los pagos como obstrucción a la justicia estos debían haber sido hechos después de que la investigación se iniciara en la justicia civil, es decir, después de abril de 2010, cuando los cuatro acusadores hicieron su denuncia. Y con excepción de los pagos que recibió Óscar Osbén, todas las «ayudas fraternas» se entregaron en 2009. Al menos, las que se detectaron.
Aunque la investigación demostró que Karadima usaba los dineros donados por los fieles a su antojo, esa debió ser una preocupación del Arzobispado y de los mismos fieles, pero no del sistema penal. Como se ha dicho, el obispo Fernando Chomalí determinó, mirando el «libro caja», que no había problemas con los dineros donados. Los fieles podían estar tranquilos. Y nadie más se pronunció sobre este asunto tan delicado que dejó en evidencia el nulo control de la Iglesia Católica sobre las finanzas de sus parroquias.
Uno de los usos conocidos que Karadima le daba a las donaciones de los fieles de su parroquia eran los viajes que con un grupo de sus predilectos emprendía cada año preferentemente a Europa. El sacerdote era siempre el principal financista de esas excursiones que a veces duraban tres meses. Del Viejo Continente, su destino favorito, volvía cargado de regalos santos y de relojes. Y nunca olvidaba pasar por alguna tienda de lujo para comprarle un regalo a su madre.