La crisis bancaria es también una crisis ética
Ignacio García de Leaniz publicaba en Expansión Empleo hace unos días un interesante comentario a la película Hannah Arendt, en un artículo titulado "La perplejidad ética de la banca española". La filósofa judía Hannah Arendt, que asistió al juicio de Adolf Eichmann, el oficial de las SS nazis que fue secuestrado por Israel y juzgado en ese país por sus crímenes durante la segunda guerra mundial, quedó asombrada por "la banalidad del mal", título que dio al libro que escribió para transmitir sus impresiones en el juicio. Lo que encontró en él no fueron seres depravados y sádicos, sino "hombres corrientes y buenos ciudadanos, padres de familia, celosos funcionarios y escrupulosos profesionales, [que] eran capaces de conducir a los campos de exterminio a millones de personas siguiendo una gigantesca maquinaria burocrática en la que ciertos individuos ya no son percibidos como personas".
García de Leaniz traslada esta "banalidad del mal" al sistema financiero español, para entender "la bancarrota moral que ha asolado a los profesionales de nuestros bancos y cajas con el escándalo de las preferentes. ¿Cómo ha sido posible que directores de sucursal normales y corrientes, buenos ciudadanos y profesionales, engañaran masivamente y de forma consciente a tantos ahorradores? La pregunta se extiende a los respectivos directores de área y a los máximos responsables del diseño de tales productos, alta dirección incluida. Ninguno de ellos se siente moralmente culpable en la escala de la responsabilidad".
"Nuestra protagonista diría en este caso que al despersonalizar al cliente (…) y ver en él una mera fuente de ganancia en un momento de apuros inconfesables, nadie se para a pensar en la aberración que suponen tales prácticas. En nombre del bonus o de las presiones de la central, o del bien de la organización, miles de profesionales han contribuido directamente a cometer un delito-saqueo inaudito en la historia financiera española con la misma diligencia y eficacia con que se realiza el arqueo o el seguimiento de la mora".
Supongo que muchos de aquellos profesionales pasaron muy malas noches, sobre todo cuando fueron conscientes de las consecuencias económicas, sociales, humanas y morales de lo que habían hecho. La moraleja que quiero sacar de todo esto es que sí, que necesitamos la ética en todas nuestras acciones. La ética personal, que nos lleve a preguntarnos, cada noche: ¿he hecho hoy lo que debía hacer, o me he dejado engañar por argumentos más falsos que Judas, para mirar hacia otro lado? Segunda moraleja: no basta la ética personal; alguien en las organizaciones tiene que pensar si las reglas del juego, las rutinas, los procedimientos, las estrategias y las estructuras no estarán ocultando manejos inmorales, bajo la apariencia de problemas técnicos. Hay más moralejas, claro, pero por hoy ya hay bastante. ¡Ah, perdón! Una más: la ética es también para nosotros, los ciudadanos corrientes, los que nos sentimos correas de transmisión de las decisiones de otros. No podemos contestar, como los carceleros de los campos de concentración, que nosotros solo cumplimos órdenes.
Saludos
Rodrigo González Fernández
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