por Leopoldo Lavín Mujica
Cuando un ex presidente de Chile y líder político demócrata cristiano, considerado por algunos una reserva moral del país, impide a los militantes de su partido debatir abiertamente sobre un documento autocrítico, redactado por dos intelectuales sinceros con el fin de que la colectividad se reconcilie con su pasado golpista, cabe preguntarse si se puede hablar de un partido político moderno de un país moderno.
Y cuando la derecha exige que el busto de un dictador anti-moderno (por el uso de la fuerza y el desprecio por la Razón), que la comandó y sometió como un sátrapa y no como un líder honorable, sea erigido frente a La Moneda, a la que bombardeó con alevosía y cuyas imágenes son un símbolo planetario de la destrucción de la Democracia en el siglo XX, es obvio preguntarse si se trata de una derecha responsable y moderna.
Cuando la alta jerarquía militar del Ejército no sólo decide rendirle postreros honores militares a un terrorista internacional acusado de mandar a matar con cargas explosivas a un compañero de armas en Buenos Aires y a un compatriota diplomático en Washington, sino que además permite que el acto se convierta en una evidente apología de la violencia militar y se banalice el putchismo, vale la pena preguntarse si las FF. AA son profesionales, modernas, respetuosas de la soberanía popular y de las instituciones y los valores republicanos.
Y si la jerarquía del clero católico de Chile(*) lanza por la borda su capital de simpatía heredado de la resistencia democrática de tantos sacerdotes y monjas que lucharon por los valores del humanismo cristiano en los años de plomo de la dictadura para santificar la obra de un dictador que asesinó a sus palomas, adhiriendo en la práctica a la opción de los más poderosos y defendiendo en la escena pública los valores de la derecha integrista que la alejaron en el pasado de las mayorías chilenas, es pertinente plantearse si la Iglesia es capaz de entender los cambios culturales de un país que aspira ser moderno.
De más están los comentarios acerca de los criterios poco modernos (racional y burocrático weberianos de eficiencia) de un Poder Judicial que no quiso dotarse de los instrumentos legales para juzgar y condenar en vida al primer responsable de crímenes de lesa humanidad. Al no hacerlo renunció a aplicar el principio hegeliano y jurídico moderno que sostiene que en el Estado el Hombre tiene una existencia conforme a la Razón. Idea socrática, llena de profundo contenido democrático, que señala de que nadie está por encima de la Ley.
Y cuando el ministro de Hacienda viaja a un país nórdico a copiar el modelo de flexiseguridad del fluido mercado laboral danés (entiéndase: el trabajo-mercancía debe regularse según las exigencias y necesidades del Capital), omitiendo referirse a la inexistencia de las condiciones mínimas para instalarlo en Chile, debido las relaciones de fuerza asimétricas existentes entre un movimiento sindical chileno fragilizado y un empresariado empoderado y favorecido por 32 años de políticas del Estado chileno, cabe interrogarse si se puede describir como un país moderno aquel donde sus autoridades son incapaces de expresarse franca y claramente, sin manipular a su auditorio, es decir, sin privarlo de los antecedentes contextuales que le permitan formarse por sí mismo una opinión.
Cuando el descarado favoritismo del Estado por el empresariado bajo la dictadura, se transforma en cultura de la corrupción bajo la democracia de baja intensidad de la Concertación, la que en vez de democratizar el sistema político y reemplazar el sistema binominal por uno proporcional se limita a medidas de maquillaje, sin siquiera exigir la renuncia a los diputados y senadores responsables de corruptela o de doble empleo, habría que reflexionar si el sistema de partidos del régimen político postdictadura genera condiciones para el ejercicio de la probidad y la transparencia, componentes fundamentales de una ética del servicio público en una sociedad moderna y democrática.
¿Es posible caracterizar el Espacio Público como moderno y formador de la voluntad ciudadana aquel donde dos medios impresos del dispositivo mediático comparten el 80% de las ventas y debido al carácter oligopólico del mercado de la información, dos consorcios periodísticos se benefician con el 70% de la ayuda estatal en publicidad con el agravante de que no pierden ocasión para transformarse en mera caja de resonancia de los intereses de las elites dominantes y en hacer la apología post-mortem del dictador?
Va quedando el mentado Modelo. ¿Qué tiene de moderno un sistema económico rechazado por más del 80% de la ciudadanía, generador de profundas desigualdades, concentrador de la riqueza en menos del 8% de la población, desconectado con las necesidades y los valores sociales de una sociedad que aspira a la igualdad de condiciones? La conectividad con la economía global es una cualidad tecnológica. La regulación capitalista de una economía nacional es un mecanismo que responde a las dinámicas de la economía global para alimentar el sistema financiero mundial.
La Modernidad implica el dominio y el control en pos de objetivos humanos de procesos ciegos y de lógicas autónomas: la tecnológica y la económica. La sociedad moderna, para ser libre, debe someter los poderes de la tecnociencia actualmente fagocitados por la lógica del capital y la ganancia. Este continúa siendo el proyecto de la Modernidad.
Por suerte vimos este año un movimiento estudiantil moderno que pugna por un sistema de educación público de calidad para todos con medios tecnológicos al servicio del conocimiento y el aprendizaje; un movimiento mapuche que lucha por dotar a su comunidad de poderes autónomos; una ciudadanía reflexiva que desconfía de los cantos de sirena del neoliberalismo real y discursivo; un movimiento ecologista que comienza a luchar contra la mercantilización y destrucción del planeta y por una vida sana; un movimiento de DD.HH. con gran tradición que continúa la lucha por la justicia y la Razón histórica y un sindicalismo que por fin comienza a responder claramente a la arrogancia empresarial.
Esperemos que alce la cabeza un movimiento de mujeres que ponga la exigencia moderna de la igualdad de géneros y la equidad salarial en la agenda política.
Cabe preguntarse si algún político chileno puede exponer acerca del tema y defender la tesis, Chile País Moderno, en una aula o campus ante un público universitario de un país latinoamericano, europeo o norteamericano. Ante intelectuales y estudiantes educados en la racionalidad crítica y los valores de la modernidad (y no sólo en la cultura MBA de la racionalidad instrumental, del management y de la ideología del capitalismo global). El pensamiento moderno nacido en el siglo XVII en la lucha contra la arbitrariedad del poder, los abusos, la superstición religiosa, el poder patriarcal del clero, y los privilegios de la plutocracia y de las oligarquías militares, aún está vigente cuando se trata de enmendar rumbos.
Obvio, falta una Izquierda democrática, antisistémica y con voluntad de poder.
La Izquierda se encuentra todavía en pañales frente a las tareas urgentes. Jibarizada por la desunión. Atrasada en la comprensión de las condiciones objetivas y subjetivas (le deja la crítica del Modelo neoliberal a fracciones democristianas y sigue desgarrada entre la política del mal menor, de apoyo a la Concertación, o de asumirse con un proyecto autónomo de gobierno). Una lástima, esperemos que en el 2007 la Izquierda sepa crear instancias abiertas de reflexión y de acción sociopolítica común para dotarse de un programa que permita construir un país moderno, solidario y democrático.
(*) El clero romano acaba de negarse a celebrar ceremonias religiosas a un difunto ciudadano italiano que solicitó la eutanasia y el clero chileno participa obsequioso en un homenaje funerario que santifica al dictador Pinochet, responsable de crímenes contra la humanidad. Son las dos caras de una misma moneda. Pese a la retórica social del papa Ratzinger, la jerarquía eclesiástica católica adopta posiciones cada vez más integristas.
Leopoldo Lavín Mujica. Profesor del Departamento de Filosofía del Collège de Limoilou, Québec, Canadá.
RODRIGO GONZALEZ FERNANDEZ
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