Max Colodro
Domingo 16 de Diciembre de 2007
La entrenadora y su nuevo delantero
El nombramiento de Francisco Vidal en la vocería del Gobierno es una señal aislada y todavía débil, pero anticipadora de una posible inflexión en las orientaciones del Ejecutivo. El nuevo ministro asumió afirmando que estábamos ad portas del "segundo tiempo del partido" y que la Concertación y la Alianza por Chile se encontraban en una situación de virtual empate. Puede ser cierta la analogía en el sentido de que ninguno de los dos equipos tiene aún ganada o perdida la brega, que quedan por delante dos largos y decisivos años en que se disputarán contiendas municipales, parlamentarias y presidenciales; es decir, veinticuatro meses en los que todo estará en juego, y donde los aciertos y errores serán decisivos en el resultado final.
Sin embargo, la metáfora del ministro no se hace cargo de las condiciones en que se llega a la situación actual y, menos aún, del estado físico y anímico en que están hoy los equipos en contienda. A algunos en la Concertación puede parecerles una ingenuidad hablar de "empate" en las actuales circunstancias, pero para un equipo que llevaba diecisiete años acostumbrado a ganar, y muchas veces a golear, el resultado es más bien sombrío. Y sobre todo porque en el primer tiempo sólo ha recibido autogoles producto de su impericia; tiene ya una buena parte del equipo lesionado o expulsado (hay varios todavía que merecen tarjeta roja); a lo que se agrega una entrenadora que parece carecer de un diseño estratégico y de razonamiento táctico, que no logra dar aún con un "esquema de juego" definido, y por tanto con las condiciones para armar un plantel competitivo. Por si todo esto fuera poco, ha sido tan deficiente lo mostrado por el equipo en la cancha, que no sólo se ha perdido el entusiasmo de la hinchada, sino que la mayoría del estadio está, literalmente, pifiando y gritando en contra.
Esos son algunos de los factores que definen este "empate" y es por eso que no es tan fácil para la Concertación ser optimista respecto del resultado final del partido.
Pero en estos días la entrenadora ha realizado una modificación que puede reforzar un aspecto de fondo. La llegada de Vidal al comité político quizás signifique finalmente una toma de conciencia respecto de que este partido no estaba ganado antes de salir del camarín, y que no se podía por tanto experimentar o probar fórmulas descabelladas sin arriesgar su resultado. A lo mejor tuvo que jugarse un mal primer tiempo para que se llegara a la convicción de que la política fue inventada hace ya siglos, que posee ciertas lógicas elementales y que en su esencia implica la disputa por la obtención y control del poder. Así, por mucho que hoy algunos se esfuercen en convencernos, la política no es un desfile de modas o un paseo de curso. No es el espacio en el que todos somos amigos y guitarreamos al calor de una fogata. Al igual que en un partido de fútbol, en política, para que un equipo gane, el otro tiene que perder, para que una hinchada salga contenta del estadio, la otra tiene que salir triste. Así son sus reglas y eso no pasa por una cuestión de buenas o malas intenciones, de más o menos espíritu constructivo. Es cierto: en la administración de las políticas públicas hay espacio para los acuerdos, para aunar voluntades en función de objetivos de bien común. Pero es una gigantesca confusión creer que eso supone que la política ya no se basa en proyectos de gobernabilidad en competencia, y que las reglas de la competencia suponen el éxito o la derrota, y no ambas cosas a la vez. Esa manera de ver las cosas, esa ingenuidad de origen, es lo que ha estado en la base del "gobierno ciudadano" y de la obsesión tecnocrática: creer que se puede gobernar sin política, recurriendo a los buenos oficios de los académicos y de los especialistas. Esa ilusión, en realidad un poquito naif, le ha resultado cara al Gobierno y a su coalición, y hoy empieza a pasarle también la cuenta a la Alianza por Chile, que observa perpleja cómo Lavín intenta ahora convencerlos de que la política no es el ámbito de la disputa por el poder, sino una actividad de beneficencia.
La llegada de Vidal al Gobierno puede en efecto implicar un cambio de eje, precisamente porque él representa a la política en su concepción más primaria. Es un hijo del rigor, de la aspereza propia de la disputa de ideas y de los espacios de poder. Sin embargo, el Gobierno debe tener claro que Vidal no será por sí mismo una solución a sus problemas políticos si no va acompañado de los complementos que potencien este nuevo eje. En rigor, el tiempo político de la pirotecnia y de la farándula se acabó. En marzo comienza un ciclo de duras y decisivas contiendas electorales. Y un buen delantero no podrá meter goles por más que lo intente si no tiene un equipo afiatado que juegue junto a él.
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