Felipe Larraín B.
Economista
Semana pródiga en noticias económicas ha sido ésta. El lunes conocimos el Informe de Política Monetaria (IPOM) que elabora el Banco Central, documento que siempre provee un interesante análisis técnico. Luego se presentaron dos rankings de competitividad de respetadas instituciones internacionales: el Institute for Management Development (IMD) y el Foro Económico Mundial. Y las comisiones de Hacienda y Agricultura del Senado, unidas, entregaron un documento ampliamente difundido. Todas estas publicaciones dan, con distintos matices y énfasis, mensajes de alerta para la economía chilena.
El IPOM corrobora una visión de menor dinamismo para nuestra economía al bajar su estimación de crecimiento 2008 de un rango entre 4,5% y 5,5% (estimado en enero pasado) a uno de 4 a 5%, a la vez que aumenta algo su proyección de inflación (de 4,5% a 4,7%). Este cambio va en la dirección correcta, pero resulta todavía muy optimista, porque es mucho más probable que el crecimiento 2008 esté en torno al 4% y no al 4,5%, que es el punto medio de la nueva proyección. Esto no es pesimismo, sino realismo. Sorprenden en el IPOM otros dos temas. Primero, se pinta una visión externa marcadamente pesimista. Sabidos son los problemas por los que atraviesa la economía norteamericana y el escaso dinamismo de Europa y Japón, pero los mercados emergentes, particularmente en Asia -y especialmente China y la India-, siguen muy dinámicos. Y si no, ¿cómo explicamos los porfiados aumentos en los precios de los commodities? Segundo, se atribuye a nuestros problemas energéticos la responsabilidad casi única dentro de los elementos domésticos de la desaceleración económica y la preocupante caída de productividad. Si uno se queda con este diagnóstico, pareciera que hay muy poco que hacer para cambiar nuestra fortuna: los problemas o vienen de fuera o están en un área donde poco podemos hacer en el corto plazo, porque dependemos de los envíos de gas de Argentina, del clima y de la maduración de proyectos de inversión, que es larga. Pero la realidad es distinta.
El ranking de competitividad del IMD, elaborado con la Universidad de Chile, muestra que nuestro país se sostiene en la posición 26 (entre 55 países), pero pierde puntaje respecto de la medición anterior, mientras que muchos de nuestros vecinos avanzan. Así, se acortan las brechas entre Chile y el resto de la región: si en 2005 Chile tenía 20 puntos (sobre 100) de ventaja sobre Colombia (el más cercano seguidor), hoy la ventaja se ha reducido a ocho puntos; y es Perú el que nos pisa los talones. Nuestras principales debilidades en esta medida: el desempeño macroeconómico y la infraestructura. Por su parte, el Networked Readiness Index del Foro Económico Mundial mide la capacidad de un país para aprovechar las tecnologías de información y mejorar así su competitividad. Aquí caímos de la posición 31 en 2007 a la 34 en 2008, aunque se aumentaron en cinco los países cubiertos. Nuestras principales debilidades en este índice: la legislación laboral, la burocracia estatal, la calidad de nuestra fuerza laboral y la situación impositiva.
El diagnóstico de los dos informes entrega una visión más adecuada de nuestras debilidades que la del IPOM. Este último nada menciona de los problemas laborales (las leyes y la agitación), de las ineficiencias en uso de los recursos públicos, que requieren una reforma urgente del Estado, de las regulaciones y lentitud de los permisos que entraban proyectos de inversión, y de la existencia de impuestos distorsionadores que inhiben el dinamismo de nuestra economía, particularmente de las pymes. El documento de los senadores, que pertenecen al más amplio espectro político, revela una preocupación por muchos de estos temas e interesantes proposiciones de flexibilización laboral, reducción en las demoras de los permisos ambientales, rebajas en el impuesto de timbres y estampillas y en el que grava la importación de servicios, entre otras.
Es de esperar que estos diagnósticos, propuestas y el debate económico que se ha producido nos lleven de la palabra a la acción, para que nuestra economía sea capaz de recuperar el dinamismo que ha extraviado en los últimos años. No escapa a la atención de los chilenos que nuestro país antes lideraba el crecimiento en América Latina y hoy está de la media bastante hacia abajo (en promedio, duodécimo en 2006-2008) -ni hablar respecto de competidores más exigentes como los países asiáticos con los que nos gustaba compararnos-. Los índices de competitividad de instituciones internacionales prestigiadas e independientes nos ayudan a entender por qué.
Saludos
Rodrigo González Fernández
DIPLOMADO EN RSE DE LA ONU
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