Después de todo, tal vez el electorado argentino no esté dispuesto a marchar ordenadamente hacia el precipicio del socialismo autoritario del presidente Néstor Kirchner.
Esa fue la posibilidad que surgió cuando Mauricio Macri, del partido de centro-derecha Propuesta Republicana (PRO), parecía encaminarse a una victoria sobre el ministro de Educación de Kirchner, el peronista Daniel Filmus, en la segunda vuelta de las elecciones para la alcaldía de Buenos Aires. Filmus era el candidato escogido personalmente por Kirchner y el presidente movilizó todos los recursos de su investidura, en un país donde la transparencia es prácticamente inexistente, para favorecer a su hombre. De todos modos, el peronista falló. Macri tuvo una cómoda victoria electoral.
Los expertos aún esperan que Kirchner o su esposa, Cristina Fernández, postulen y triunfen en las elecciones presidenciales previstas para octubre. Pero la derrota del candidato oficialista en los comicios por la alcaldía de la ciudad de Buenos Aires sugiere que sus días de poder incontrarrestable han terminado. El pluralismo y la democracia argentina están de vuelta y no podría haber ocurrido en un momento más oportuno.
El que los porteños como se conoce a los habitantes de Buenos Aires le dijeran "no más" a Kirchner también es un acontecimiento positivo para la causa de la estabilidad, la paz y el crecimiento en toda Sudamérica. Hace apenas una década, Argentina tenía una relevancia geopolítica significativa, tanto así que Estados Unidos catalogó al país como "un aliado muy importante fuera de la OTAN". Pero desde que Kirchner asumió el poder en 2003, el perfil internacional del país se ha reducido al estatus de una república bananera. Se ha aliado con el amenazador presidente de Venezuela Hugo Chávez, ha apoyado la agenda antidemocrática del presidente boliviano Evo Morales, ha optado por meterse en una pelea fea con su vecino Uruguay, no ha respetado los contratos para enviar gas a Chile y ha invertido un enorme capital político en aguijonear a los inversionistas extranjeros. No sería exagerado decir que la Argentina de Kirchner no ha sido buena para la región.
Mientras Macri, que también es presidente del club de fútbol Boca Juniors, es considerado de centro-derecha, la ciudad que acaba de elegirlo no amerita la misma clasificación. En 2003 eligió al izquierdista Aníbal Ibarra, quien se había aliado con el ala kirchnerista del peronismo. En esta ocasión, los votos fueron para el otro lado y vale la pena preguntarse por qué.
Algunos atribuyen la derrota kirchnerista a la débil campaña de Filmus y la reciente victoria de Boca Juniors en la Copa Libertadores. Sin embargo, es innegable que un sentimiento anti-Kirchner también desempeñó un papel. Como el mandatario se involucró a fondo en la campaña, la elección no era sólo en torno a la alcaldía de Buenos Aires, sino se transformó también en un plebiscito sobre el gobierno del país.
El sólido crecimiento económico debería haber favorecido a Filmus. Pero los recientes problemas con el suministro de gas, en medio de un invierno que ha resultado inusualmente frío, han sido un recordatorio para los bonaerenses de que, tal vez, no todo marche miel sobre hojuelas con el modelo económico de Kirchner. El gobierno ha tenido que racionar el suministro de gas a las empresas y los taxis para satisfacer la demanda residencial. Esto ha presionado a la industria. Las empresas petroquímicas, químicas y siderúrgicas se han visto afectadas. Reuters informó la semana pasada que tres siderúrgicas, que pidieron no ser identificadas, indicaron que podrían realizar despidos como consecuencia de los racionamientos de energía.
No sería de extrañar que la energía se convierta en un mal presagio para la economía argentina. La escasez no se produce en las economías de mercado debido a que, a medida que la oferta se limita, los precios suben, lo que atenúa la demanda. Los consumidores pueden obtener todo lo que desean a un nuevo nivel de precios. Más importante es que el alza en los precios estimula nuevas ofertas a medida que los fabricantes tienen un mayor incentivo para invertir e innovar para lanzar productos al mercado y ser compensados por ello.
Desde fines de 2001, la agenda económica peronista ha rechazado estas sencillas leyes del mercado en pos del populismo económico. En diciembre de ese año, el gobierno anunció la cesación de pagos de su deuda, estableciendo un entorno incierto para el capital que persiste hasta hoy. En 2002, creó nuevas tensiones con los inversionistas al revocar contratos con las eléctricas e imponer controles de precios. Estas decisiones se tomaron antes de la llegada de Kirchner al poder, pero su gobierno ha empeorado las cosas al ampliar el alcance de los controles de precios y emprender una vendetta casi irracional en contra del sector privado, los acreedores y las ganancias corporativas.
El legado de Kirchner también ha difundido una ideología anti derechos de propiedad en el país. Los senados de las provincias de Catamarca y Corrientes contemplan la confiscación de terrenos en manos de extranjeros, reforzando el mensaje de que invertir en Argentina es una empresa riesgosa.
Los costos de todas estas tonterías se empiezan a manifestar. Los consumidores están deseosos de conseguir una variedad de productos cuyos precios son artificialmente bajos, desde el gas a los alimentos, pero el suministro va en la dirección opuesta a medida que los inversionistas brillan por su ausencia. Ergo, escasez. El problema es particularmente grave en el sector energético. Barclays Capital advirtió la semana pasada que la "inelasticidad de la oferta en una industria cuya producción enfrenta tasas en un declive constante hace que la falta de inversión en exploración y producción de petróleo y gas sea preocupante". "El marco de política económica poco ortodoxo podría estar llegando a su límite", dijo el informe. También ha habido escasez de leche y otros productos lácteos.
De todas maneras, la economía se encamina a crecer al menos 7% este año, lo que sugiere que la votación anti-Kirchner en Buenos Aires también tendría otras explicaciones. La lista podría incluir el disgusto de los electores con un masivo escándalo de corrupción en obras públicas, el despido de funcionarios que se negaron a "ajustar" las estadísticas nacionales de inflación, investigaciones de las finanzas de adversarios del gobierno y una inflación de dos dígitos. La inclinación del mandatario por enemistarse con sus vecinos y su esfuerzo de cuatro años por reanudar las divisiones de la Guerra Sucia también han provocado las críticas de los argentinos educados.
Cualquiera sea el motivo, el triunfo de Macri insinúa que hay fisuras en la maquinaria gubernamental que, hasta ahora, no había tenido mayores inconvenientes para aplastar a su oposición. El desenlace en Buenos Aires podría incluso apuntar a un cambio incipiente, pero profundo, en la política argentina.
La autora es editora de la columna de las Américas del Wall Street Journal.
Fuente: Wall Street Journal
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Rodrigo González Fernádez
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