Downton Abbey, Piketty y el Día D
No ha habido en la historia de la humanidad una destrucción tan grande de capital físico y humano como en la primera mitad del siglo XX. A los aproximadamente 15 millones de seres humanos —entre civiles y militares— caídos en la Primera Guerra Mundial, hay que agregar a las víctimas de la llamada influenza española, pues de 1917 en adelante, la movilización y concentración de tropas facilitó el contagio del virus AH1N1, hasta causar aproximadamente la muerte de 50 millones de personas. Después, la Gran Depresión de 1929 trajo el deterioro en la salud de la fuerza de trabajo norteamericana y el deterioro de tierras agrícolas y plantas industriales que se mantuvieron forzosamente ociosas. Entre 1939 y 1945, murieron en la Segunda Guerra Mundial y en la Guerra Sino-Japonesa unos 70 millones de personas. Puentes, carreteras, fábricas, puertos, instrumentos de trabajo, casas habitación, instalaciones sanitarias y de distribución de agua y energía, escuelas, ciudades enteras fueron barridas por la fuerza de la guerra. El equivalente a la actual población de México y Centroamérica fue aniquilado en tres décadas.
La extensión de la destrucción en Europa y Japón fue tan grande que, a la derrota de Italia, Alemania y Japón, en vez de una nueva versión del infame Tratado de Versalles, se ideó el Plan Marshall para la reconstrucción física y la recuperación económica de Europa; la política de ocupación norteamericana en Japón impulsó también la reconstrucción y la democratización del país del sol naciente. La venganza, ejemplificada por las condiciones humillantes de saqueo y rendición impuestas a Alemania en 1919, probó ser antieconómica y políticamente fatal.
Ése es el mural de memorias que enmarcó la celebración del 70 aniversario del desembarco de las Fuerzas Aliadas en Normandía, el 6 de junio de 1944, iniciativa que aceleró la derrota de la Alemania nazi. Obama estuvo ahí, mascando chicle y tuvo algún encuentro informal con Vladimir Putin. Semanas antes, la exsecretaria de Estado, Hillary Clinton, comparó la anexión de la península de Crimea a Rusia a las iniciativas de Hitler durante la década de los 30, para proteger y dar pasaporte a los "alemanes étnicos" asimilados en otros países. Si uno vuelve a recordar los detalles de la Anschluss, la anexión de Austria y de otras regiones de los Balcanes al Reich nazi, no parece haber tanta diferencia, incluyendo el uso de herramientas democráticas cosméticas, como los referéndum ganados abrumadoramente por Hitler en 1938 y por Putin en 2014.
¿Tenemos de qué preocuparnos? Por supuesto. La solución ideada por Jean Monnet y otros líderes europeos, como el general De Gaulle y Konrad Adenauer, en la posguerra, para lograr una sólida base económica para la paz y la reconciliación europeas y que ha fructificado en la Unión Europea ha sido cuestionada en las pasadas elecciones al Parlamento Europeo. Partidos de ultraderecha, como el de Marine Le Pen, con posiciones antisemitas, coqueteo abierto con propuesta racistas y un regreso al nacionalismo populista de triste memoria, ganaron las elecciones o avanzaron sustancialmente. Ganó el desencanto.
Seis años de austeridad incapaces de dar salida a la crisis y reiniciar un vigoroso crecimiento se han combinado con los efectos de la revolución tecnológica y científica, que han alargado la esperanza de vida y amenazado el empleo formal tradicional. Excesos en el llamado estado de bienestar, impulsado por las socialdemocracias, imposibles de prolongar bajo la crisis iniciada en 2008, se han sumado a las presiones para desmantelar o degradar las conquistas sociales de la población europea, que las ha vivido como derechos adquiridos irrenunciables. El desencanto europeo con los partidos socialdemócratas y de centro derecha tiene también sólidas bases económicas.
Al mismo tiempo, descrito en forma sistemática y comunicado en forma comprensible por el economista francés Thomas Piketty en su libro El capital en el siglo XXI, ha habido un marcado aumento en la desigualdad en los países que analiza. Según la obra de Piketty y colaboradores, un nivel de desigualdad que sólo se compara al vivido por ciertos países europeos, como Francia e Inglaterra, antes de la Primera Guerra. Digamos, un regreso a los esplendores deDownton Abbey, pero sólo para 1% o, más bien, para 0.1% de la población.
De hecho, el mercado de lujo o ultralujo apenas se vio afectado por la crisis financiera que explotó en 2008. Es el regreso a Downton Abbey, sin nobleza, barones o duques, pero con la misma diferencia abismal entre el siguiente grupo de consumidores. Piketty desarrolla varias hipótesis para explicar la creciente desigualdad dentro del grupo de países que analiza. Algunas de ellas han llevado a varios de los reseñistas de su exitoso libro a encontrar un impulso económico hacia la destrucción de capital, a través de la guerra, para aumentar la relación entre la producción de riqueza física y los rendimientos del capital. Debemos preocuparnos.
Si bien ha habido debate e incluso cuestionamiento a algunas de las cifras presentadas por Piketty, su hallazgo de niveles de desigualdad tan pronunciados, que constituyen factores antieconómicos y una amenaza a la paz y la democracia, continúa sólido y, lo mejor, generando ideas y propuestas.
Lo que denuncia Piketty no es la desigualdad en sí, sino una especie de regreso a la perpetuación de la riqueza por la vía hereditaria, a la Downton Abbey. Hay un acuerdo casi generalizado de que su propuesta, un impuesto a los superricos, es difícil de implementar en la práctica. Especialistas en el tema han evidenciado las limitaciones de ese impuesto y enriquecido el abanico de propuestas no para eliminar la desigualdad, sino para moderarla.
Si en Europa el contraste entre el superlujo y la erosión del nivel de vida de la clase media es irritante, en México puede resultar peligroso. Más importante, el fomento al mercado de lujo aquí no resulta en un impulso lo suficientemente vigoroso para contribuir en forma importante al crecimiento. Sin eliminar el mercado de lujo, rinde más mejorar paulatina y prudentemente el salario y su poder de compra para los millones que han sufrido su deterioro. Nos vemos en Twitter: @ceciliasotog
*Analista política
Saludos
Rodrigo González Fernández
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