La élite y la lectura
- Por Axel Kaiser
Si hay algo que caracteriza a las sociedades culturalmente -y económicamente- desarrolladas, es que en ellas, las élites leen.
Chile tiene desafíos relevantes en esta materia. Y es que uno de problemas propios de un país con una élite emergente es precisamente el poco interés intelectual que suelen tener quienes han hecho fortuna en una o dos generaciones. Y puesto que el destino de los países, especialmente de los emergentes, depende en gran medida de la forma en que las élites se involucran en los asuntos públicos, y sobre todo del modo en que estas logran que el resto las perciba, una comprensión integral del mundo y del ser humano resulta esencial para la sana convivencia y la proyección del sistema económico y social existente.
Esta comprensión es la que antiguamente otorgaba la educación clásica. Obras de Platón, Cicerón, Shakespeare, Goethe, Aristóteles y tantos otros, así como la música de un Mozart o un Beethoven y el arte de un Goya o un Rafael, eran parte de la cultura general en todo círculo social influyente en países avanzados. Y también lo era en el mundo de la política, hoy reducido a la chabacanería y el slogan. Si usted revisa la historia de Estados Unidos, por ejemplo, se percatará de que los padres fundadores de ese país eran ciudadanos sin alcurnia de ningún tipo. Todos, sin embargo, eran personas cultísimas formadas en la alta teoría política, en historia, derecho, filosofía, economía y literatura. Hasta el día de hoy los escritos de Madison, Jefferson, Franklin, Hamilton, Adams y tantos otros que sentaron las bases intelectuales e institucionales de Estados Unidos, se estudian como fuente inagotable de riqueza filosófica y sabiduría política. Estados Unidos entonces, mucho antes de haber sido una potencia relevante en algún sentido, tuvo una élite compuesta por individuos extraordinariamente ilustrados. Pero si los padres fundadores americanos, en lugar de haber dedicado buena parte de sus vidas a la lectura, se hubieran empecinado únicamente en acumular dinero, probablemente Estados Unidos no habría pasado de ser una colonia británica de segunda categoría.
Parte de la tragedia que vivimos hoy en Chile, en que se pretende hacer una tabla rasa con nuestras instituciones para volver a la clásica mediocridad latinoamericana, tiene que ver con el excesivo descuido que la élite, salvo notables excepciones, ha tenido del mundo intelectual y cultural. En otras palabras, porque no se cultiva a sí misma ha carecido de las herramientas para entender su entorno y para relacionarse constructivamente con él. Cuántas veces, por ejemplo, no se oyó el burdo argumento, derivado de un economicismo simplón, de que mientras las personas fueran a los malls a comprar el sistema de libre empresa estaba garantizado. Habría bastado leer a Adam Smith, filósofo moral antes que economista, para haber advertido la tosquedad de esa idea.
También los miles de pequeños excesos que se cometen día a día por muchas grandes empresas reflejan falta de profundidad cultural, pues lo único que realmente se logra es minar la credibilidad del enorme aporte que sin duda han hecho al país esas mismas empresas en el largo plazo. Y de eso se alimentan quienes empujan por el regreso del populismo redistributivo estatista.
Una dirigencia empresarial culta entendería que su propia subsistencia depende a la larga de la confianza que es capaz de generar con sus clientes y la sociedad, y que ella no pasa por hacer buen marketing sino por jugar limpiamente a todo nivel. Se podrá argumentar que la vida empresarial muchas veces deja poco tiempo para leer e ilustrarse y es verdad. Pero eso se aplica en todos los países del mundo. La diferencia es que en otros no se descuida de manera tan generalizada el mundo intelectual y cultural como en Chile. Las élites en otros rincones se hacen cargo de fomentar las artes y la cultura entre sí y entre los demás miembros de la comunidad. Y también se encargan, al menos en parte, de mantener vibrantes en la sociedad aquellos valores e ideas que permiten conservar las instituciones a las cuales ellas mismas se deben.
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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