BARAJANDO LAS CARTAS
El país ha presenciado una serie de sucesos políticos inusuales: La creación de nuevos movimientos desde la Concertación y desde la Alianza por Chile, además de nuevos planteamientos de parte de dirigentes en ambos sectores, como Joaquín Lavín declarándose bacheletista-aliancista o de la Democracia Cristiana recogiendo las banderas de corrección del modelo con las que Adolfo Zaldívar venía reclamando sin éxito y soportando la crítica de los alvearistas.
Todos estos movimientos tienen una sola explicación: La necesidad de recomponer las fuerzas políticas, o barajar las cartas como se dice en el póker, con el fin de enfrentar las siguientes elecciones.
En la medida que Fernando Flores inventa ChilePrimero y Adolfo Zaldívar logra, al fin, el apoyo al menos formal de su partido para tratar de modificar el modelo económico, la única señal posible de entender es que en la propia Concertación han asumido que el actual esquema político no puede dar las garantías de que se pueda conquistar un quinto Gobierno concertacionista y que es urgente, por lo tanto, adoptar una nueva estrategia que ayude a reconquistar al electorado.
En la Alianza, por su parte, la jugada de Lavín sólo puede entenderse como la férrea oposición de la UDI a la candidatura presidencial de Piñera. Al igual que en 1990, cuando RN con Andrés Allamand al frente negociaba los votos de sus parlamentarios con el Gobierno y la UDI se les adelantó con Jaime Guzmán para la aprobación de las leyes "Cumplido", ahora es Lavín el que se adelanta a Piñera y lo deja solo a cargo de la tarea de oponerse al Gobierno mientras sus socios de pacto inician un camino de colaboracionismo, apostando a que los chilenos quieren entendimientos y castigarán electoralmente a quienes se queden en las peleas diarias de la política.
No hay que ser demasiado inteligente para darse cuenta que el empate entre Concertación y Alianza no beneficia a ninguno de los dos bloques. Ninguno de ellos puede gobernar sin el otro, y eso genera la impresión entre la ciudadanía de que los políticos no se diferencian demasiado entre ellos y sólo les interesa afirmarse o conquistar el poder, dependiendo de la posición de cada cual. No hay utopías ni emociones que puedan capturar el entusiasmo ciudadano.
Así es cómo la gente joven no se inscribe para votar y la juventud, en vez de participar en política como ha sido tradicional en Chile desde la misma independencia, prefiere dedicar su tiempo y energía a las organizaciones sociales de voluntariado.
El panorama podría seguir tal cual por muchos años, porque la clase política puede confiar en que, tarde o temprano, le tocará el turno de gobernar, pero el proceso de deslegitimación de la política puede llevar a todos al colapso de una aventura populista o militar, y en ese punto se hace obligatorio volver a barajar las cartas.
ANDRÉS ROJO T.
Periodista
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Rodrigo González Fernández
DIPLOMADO EN RSE DE LA ONU
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