En noviembre hay elecciones presidenciales en Chile. El principal interrogante no es quién será presidente. Salvo que ocurra un imprevisto, Michelle Bachelet ganará por un amplio margen, en un contexto de gran deslegitimidad del gobierno de Sebastián Piñera, quien se encamina a ser responsable de que la derecha tenga un paso fugaz por el poder (al menos mediante la vía democrática).
La pregunta es, entonces, cuánto girará Chile hacia la izquierda. En qué medida el segundo mandato de Bachelet será una ruptura respecto a los anteriores gobiernos de la Concertación, los cuales tuvieron una dosis de status quo mayor al componente transformador.
El inminente gobierno progresista que asumirá en el 2014 tendrá algunos rasgos distintivos que permiten, al menos, especular con cambios importantes en el país trasandino. Desde el retorno democrático en 1990, los gobiernos progresistas fueron la expresión de una alianza entre la Democracia Cristiana, el Partido Socialista y el Partido por la Democracia, más algunas formaciones de menor calibre.
"En qué medida el segundo mandato de Bachelet será una ruptura respecto a los anteriores gobiernos de la Concertación, los cuales tuvieron una dosis de status quo mayor al componente transformador."
Hace pocos días, en un hecho histórico, el Partido Comunista chileno decidió apoyar la candidatura a presidente de Michelle Bachelet. Ya lo había hecho en el 2006, pero con una diferencia notable. En aquella oportunidad, el apoyo había ocurrido quince días antes de la segunda vuelta, esta vez lo hace antes de que la propia Concertación elija a la ex mandataria como candidata.
Si bien el PC no pasará a integrar la Concertación, su apoyo a Bachelet en estas instancias implica sumar a la izquierda en instancias programáticas y, es de suponer, candidaturas y futuros espacios en el gobierno. Guillermo Teillier, presidente del PC, lo dejó en claro cuando declaró que con el apoyo temprano a Bachelet "se nos han abierto las puertas para que nosotros podamos intervenir en esa discusión".
¿Qué elementos tendría esa "discusión" de cara a este nuevo eje de las alianzas políticas de la Concertación? Una parece ser la legislación laboral, notoriamente atrasada en Chile. Una semana antes de recibir el apoyo del PC, Bachelet había tenido otro gesto de corrimiento a la izquierda, cuando visitó a la cúpula de la CUT, la central de trabajadores alineada con esa fuerza política. Cuando salió afirmó que en Chile tenía que venir un tiempo con "más sindicatos, más representativos y con más fuerza a la hora de negociar".
En esta misma ronda de conversaciones con sectores de la izquierda,
Bachelet incluyó en la nueva agenda una posible nacionalización del agua. Paradójicamente, fue un gobierno de la Concertación, el del democristiano Eduardo Frei, quien en 1998 privatizó los servicios de agua potable en el país.
Otro punto importante -y que tiene su peso a la hora de negociar el acuerdo político- es el educativo. A diferencia de otros casos en la región, el neoliberalismo en Chile no explotó junto al modelo económico, pero viene mostrando su agotamiento en la esfera educativa. Todo el mandato de Piñera estuvo atravesado por una inédita movilización de estudiantes y docentes que reclaman un cambio de raíz en un sistema educativo basado en la contraprestación monetaria. Desde el 2011, esa movilización dejó de ser sectorial para convertirse en un movimiento social amplio, con un apoyo mayoritario de los chilenos.
El núcleo de las demandas de los estudiantes es la gratuidad de la enseñanza universitaria, que desde la dictadura de Pinochet se encuentra arancelada. Bachelet tuvo, en este punto, un cambio de discurso notable, que puede entenderse como parte de su viraje de alianzas. Hasta hace pocos meses, la ex mandataria se oponía (como buena parte del sentido común chileno) a la gratuidad sin más del sistema, limitándose a proponer un incremento en la ayuda para que las familias pagan los estudios. Sin embargo esta postura cambió en los últimos días, cuando la candidata socialista anunció en un acto su intención de " avanzar hacia una gratuidad universal".
Este punto programático se toca con uno de los hits de la próxima elección: la candidatura de Camila Vallejo, la popular líder estudiantil, que tiene decidido dar el paso a la representación política, compitiendo por un lugar en el Congreso. Vallejo, militante del PC, tendría casi asegurada su elección si, como se especula, el entendimiento a nivel nacional entre el PC y la Concertación, se repite a escala local y la coalición le despeja el camino a la izquierda. Para eso, la Concertación no debería presentar candidaturas en la circunscripción donde lo haga Vallejos. Esta extraña forma de apoyo es producto del estrecho sistema electoral chileno que impide la representación parlamentaria de las terceras fuerzas, en tanto reparte todos los escaños entre las dos fuerzas mayoritarias de cada circunscripción. Allí hay otra tarea pendiente de la sociedad chilena (tan alabada en nuestro país) que debería cambiar la vetusta constitución pinochetista, pensada para condicionar todo lo posible la participación democrática.
Desde las filas del oficialismo y de los medios de comunicación de la derecha (como El Mercurio), este acuerdo político fue duramente criticado, al que se lo denuncia poco menos que como un avance del castro-comunismo en Chile. Sin ir más lejos, el columnista político Gonzalo Rojas,
escribió que el apoyo del PC a Bachelet se explicaba por la supuesta pertenencia de la ex presidenta al Frente Patriótico Manuel Rodríguez, un grupo armado que actuó contra la dictadura de Pinochet en los años 80. El macartismo amarillista, aún en su torpeza metafórica, es una lanza para un objetivo político más fino: advertir a los votantes y políticos de la DC que la Concertación es un proyecto terminado. Sobregirar el corrimiento a la izquierda de Bachelet permitiría sumar para la fórmula de la derecha a los votantes más moderados de la Concertación y, en el mejor de los escenarios, romper a la coalición de partidos y que la Democracia Cristiana tenga una fuga de dirigentes que piensen en mudar su estrategia aliancista hacia el péndulo conservador.
"Una mirada optimista diría que el sistema político que Pinochet diseñó para que su modelo económico y social no se viera afectado, parece estar abriéndose a un sendero nuevo."
De todas formas, esa esperanza resulta compleja en un marco donde la candidatura de Bachelet tiene, según la última encuesta, un 43% de intención de votos, mientras que la derecha ve tambalear sus opciones electorales: hace un mes, el candidato puesto del gobierno, Laurence Golborne, ex ministro de Obras Públicas,
tuvo que renunciar a la postulación de su partido cuando se descubrieron estafas financieras contra los clientes de la cadena de supermercados Jumbo, mientras él era gerente en el 2006.
En definitiva, el escenario político chileno aparece movedizo, con un cambio político previsible en su nombre pero incierto en el grado de ruptura respecto al camino recorrido desde los años noventa. Una mirada optimista diría que el sistema político que Pinochet diseñó para que su modelo económico y social no se viera afectado, parece estar abriéndose a un sendero nuevo. Si un futuro gobierno de Bachelet impulsa la gratuidad de la enseñanza estará reformando mucho más que la vida en las aulas. Habrá incorporado una demanda surgida de la movilización social que, además, choca de frente contra el sentido común neoliberal que es el logro más perdurable del proyecto pinochetista.
Las contradicciones históricas de la sociedad chilena parecen estar cada vez más visibles. Al mismo tiempo en que avanza la candidatura de Bachelet, en un marco de alianzas que evoca los tiempos del allendismo, el actual gobierno gira en una cosmovisión draconiana. Piñera acaba de enviar al parlamento
un proyecto de ley que sanciona como delito grave el insulto verbal a un carabinero.
En noviembre, los chilenos resolverán en las urnas estos senderos que cada vez se bifurcan más. El famoso "consenso" chileno que había dominado a la política desde la apertura democrática, parece estar crujiendo. Ya era hora.