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Un acuario -donde nadan anémonas, peces ángel o cirujano, junto a mariposas y dragones- es la metáfora perfecta con que el escritor Rafael Gumucio identifica los tipos de mujeres que hoy se encuentran en las agitadas aguas del mundo laboral. Mientras las anémonas representan a las jefas, dispuestas a dirigir; las mariposas y dragones se dejan llevar por la corriente, a la espera de las órdenes.
Jueves 18 de Diciembre de 2008 Hablar de las mujeres en el trabajo, me advierte mi esposa, es una tema tan amplio como hablar de los peces en el mar. Hay de todas las formas, colores, actitudes; un ecosistema entero y tan diverso, que es difícil encontrar una constante. Ejecutivas, telefonistas, trabajólicas, flojas rematadas, madres en potencia, machos cabríos. Tratar de describirlas a todas es perder el tiempo.
Rafael Gumucio, Ilustración: Alfredo Cáceres.
Tiene razón mi mujer: no se puede describir el mar, pero sí se puede describir un acuario. Pedazo de océano entre cuatro paredes de vidrio. Peceras en que se han ido convirtiendo las salas de reuniones, oficinas privadas, y salas de esperas de las oficinas. Oficinas que se han ido transparentado con la llegada de la mujer a la oficina, porque al convertirse el trabajo en un mundo mixto, pierde la mística del secreto, de la jerarquía; deja de ser el trabajo el castillo en que los caballeros se entrenan para ser parte de una cofradía; el mundo del trabajo deja de ser ese escondite en que los hombres viven todos los placeres, menos - o en otra medida- de los del sexo; el trabajo deja de ser un refugio, se abre hacia los secretos del hogar, no del todo distinta a la casa.
La pecera no es el mar, pero juega a serlo. Para lograrlo tiene que seleccionar con cuidado las especies que las habitan y su interacción. Aquí, algunas de esas especies típicas:
LA ANÉMONA
La anémona, la sola, la única, la invisible, la jefa, que ama el trabajo porque le permite mostrar en público una agresividad, una astucia, una velocidad y una inteligencia, que en casa, con los amigos del esposo y los papás de los otros niños es mal vista. Así, vive en la oficina con todo placer su verdadero ser oculto: su agresiva coquetería invencible.
Rápida, agitada, urgente, sonriente, lucha a brazo partido por cosas que le importan apenas; porque a ella le gusta incluso más la lucha que la victoria. Sus tentáculos se mueven en todas direcciones, pero ella en sí nunca se mueve; siempre permanece en su lugar al fondo mismo del acuario.
Tiene muchas ideas propias, pero prefiere mil veces que otros crean que son sus ideas; no quiere los créditos, sino el poder; no quiere ser famosa, sino dirigir, mandar, saber. Lograr que otros hagan lo que tú no puedes o no te atreves a hacer, sigue siendo su principal placer. Para lograr su objetivo -que es siempre devorar identidades, pasiones, visiones ajenas-, usa dos armas que con los hombres nunca fallan: el halago y la culpa.
Sabiamente sabrá hacer sentir al hombre -parasitario pez payaso que come de sus sobras y limpia su agua- el más inteligente del mundo, dejando siempre en claro que ella y sólo ella lo sabe, porque otros más allá lo niegan; que los enemigos, disfrazados de mejor amigo, de parientes, de compañeros de oficina, quieren destruirlo.
Ella entonces se ofrece como guardiana de tu talento, adivina tus pensamientos. Rastrea tus próximos pasos, te pide disculpas por crímenes que no ha cometido aún, te cuenta su vida para que a cambio le cuentes la tuya. Aunque la vida de ella cambia totalmente dependiendo de la ocasión, y la tuya sigue siendo siempre la misma, como un anillo más en unos de sus dedos.
Por más enorme e impersonal que sea la empresa para la que trabaja, ella es siempre para ella y sólo para ella, una persona encantadora, viva, real.
Todo es estrictamente personal para la anémona. Cuando se trabaja bien, se hace para darle placer, para ver cómo se cumplen sus halagadoras profecías sobre tu talento. Si no cumples, si defraudas, la defraudas a ella en lo más hondo. Ahí interviene la otra arma, la culpa. Y luego te informan de todos los sacrificios que ella se ha visto obligada a sufrir por el trabajo, niños sin dentistas, divorcios varios, noches sin dormir. Si sigues fallando, te impone una inesperada frialdad oficial, papeles, jerarquías, burocracia que hasta ahora parecía no existir. No fuiste lo que se esperaba de ti en el informe semestral, y a vista y paciencia del mundo entero te descalifican por entero, como hombre, amigo, padre o amigo, para siempre jamás. Aunque generalmente el arma de la culpa las mujeres la reservan para las otras mujeres que trabajan con ellas.
EL PEZ ÁNGEL
Los peces ángel, que generalmente pululan cerca de las anémonas, son las primeras en beber del veneno de la culpa.
Los peces ángel no trabajan por dinero, sino para corregir la imperfección del mundo mismo, para precisar los términos, para salvarse de sus propios pecados originales, dejando las planillas impecables. Tan impecables como sus cuerpos no pueden llegar a ser, tan puro como sienten que su propia condición de mujer y de humano no les deja ser.
Educadas por monjas o por profesoras normalistas con mentalidad monjiles, buscan en el trabajo no un sustento ni un pasatiempo, sino un convento en que el mundo tiene reglas, sentido, deber. Puede que no entreguen el informe a tiempo, porque para ellas ya no es un informe, un artículo, una encuesta, sino su propia carne, su propio crimen, el crimen de ser mujer. Tarde o temprano faltan al trabajo para parir. Pueden bailar como Salomé, pero es siempre su cabeza, su propia cabeza la que entregan en bandeja.
El pez ángel toma el trabajo de un modo eminentemente físico, rompiendo tacones de zapatos, vomitando en el baño, atrasando sus menstruaciones, cambiándose de ropa mientras caminan, porque siente que no tiene derecho a resfriarse, a caerse, a tomar demasiados días libres.
No pocas de ellas prefieren la estética del esfuerzo y del sacrificio al trabajo mismo. Como algunas santas, sienten que el fervor sólo puede expresarse en estigmas en el cuerpo. La simple rutina no les parece sólo absurda, sino insultante. No les gusta trabajar un poco todos los días, sino quemarse las pestañas y las manos una vez al mes para reventar y morir en el intento.
Los peces ángel no saben tomar su tiempo, pensar en todo y en nada, dejar para mañana lo que se puede hacer hoy. No saben aún del todo que el esfuerzo puede ser lo contrario del verdadero trabajo, que el sudor es muchas veces una disculpa, un escape, una cobardía cualquiera.
Los peces ángel tienen poco tiempo entre un embarazo y otro, entre el colegio del mayor y las clases particulares de la más chica; tienen que hacerlo todo ahora, sin reparar en lo que es el descanso, la inactividad, la espera. Así, estas ejecutivas resuelven más entuertos que sus compañeros hombres, pero desesperadas ante la calma, incapaces de saborear la paz, suelen construir de la nada toda suerte de problemas.
EL PEZ CIRUJANO
Precisa, sagaz, inteligente, esta subespecie del pez ángel sabe perfectamente hacer todo; consigue todo lo que se propone, pero no puede evitar, con su aleta filuda, herir a quien quiere acariciarla. Se sabe victoriosa en la pecera, pero se venga como puede de los desprecios que recibió en el océano. La quieren ahora porque es inteligente y eficiente, pero no puede olvidar que de niña la despreciaron por su falta de femineidad.
Sabe sacarse buenas notas, pero también reconoce que en otra categoría -la de la niña criada para ser esposa y madre- será siempre una mala alumna. Trató, pero tuvo que abandonar una de las dos posibilidades. Es así que por más que gane todas las competencias, siempre será una perdedora que arrastra una enorme amargura.
La satisfacción laboral, los halagos, pocas veces complacen a las mujeres, porque toda gloria, todo triunfo, es fruto de una renuncia. La más lograda de las mujeres es una perdedora que le falló al mundo en algo: su matrimonio, sus hijos, su dieta o en su pelo. En todo aplauso siempre hay un abucheo profundo que la derrota.
MARIPOSAS Y DRAGONES
Los peces mariposa y los aparatosos peces dragón circulan aparentemente triunfantes por el acuario. Rozan el vidrio para que todos los vean. Nadan lento; no tienen aparente necesidad de llegar a ninguna parte. El absurdo de su cautiverio parece pesarles como a nadie. Por semanas fingen agitarse, trabajar, compartir el mar de culpa del pez ángel; ser parte del banco de peces que da giros alrededor de la columna de burbuja, pero luego se descuelgan del grupo y nadan solos obedeciendo sólo a ratos las órdenes que les dan. Recogen a veces la admiración de los otros peces, pero luego eso no les basta y dejan de resistirle a la corriente para nadar junto a ella.
"Podría estar haciendo tantas cosas", piensan dragones y mariposas, aburridas detrás del mostrador. Esas cosas posibles que no pueden hacer por culpa del trabajo no son como en el caso de los hombres abstracciones, sino trámites, compras, urgencias de todo tipo. No sueñan con la libertad abstracta del hombre, sino con un tiempo propio lleno de otras obligaciones. Ellas pueden llamar a esto no hacer nada, pero esa nada es para cualquier hombre un estresante laberinto.
CONSULTEN, OPINEN , ESCRIBAN LIBREMENTE
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en RSE de la ONU
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