Mantener la carga a los combustibles encarece un proceso esencial para que la economía funcione
Por Adolfo Zaldívar, Presidente del Senado
Presidente del Senado Adolfo Zaldívar
Finalmente y después de largas negociaciones y esperas, contradiciendo las peticiones de los consumidores y de la ciudadanía en general, el ministro de Hacienda mantuvo el Fondo de Estabilización del Petróleo como su arma amortiguadora de los elevados precios de los combustibles.
El pobre resultado no se hizo esperar ya que ante una rebaja esperada de la autoridad de $60 a $80, se obtuvo en sus inicios una mera rebaja de $ 22 y que con las alzas de esta semana quedarán en la nada.
A este ritmo de aumento del precio del petróleo, el Fondo no durará más de algunos meses, en tanto que Hacienda plantea que durará hasta 2010. Es claro que estamos en presencia de una porfía propia de una sociedad inmovilista. ¿Por qué razón?.
La primera, es que en el inmovilismo, un impuesto no desaparece más, por irracional e injustificado que sea mantenerlo. Mañosamente se quiere relacionar una eliminación del impuesto con una reforma tributaria que compense los ingresos perdidos, sin preguntarse si esos ingresos son necesarios, y sin darse cuenta que la millonaria recaudación del IVA que conlleva el precio del crudo, está dando con creces los fondos que por ahora dejarían de obtenerse en caso de eliminar el impuesto.
Están apareciendo una serie de argumentos ambientales -evitar la polución- que intentan a toda costa mantenerlo, cuando el sólo precio del petróleo, literalmente en las nubes, es suficiente para disuadir su uso sin necesidad de ponerle una carga adicional.
La eliminación del impuesto tiene una justificación en si misma. Se impuso para reparar caminos dañados por el terremoto del 85, etapa claramente superada y mejorada, así que no tiene sentido que continúe. En segundo lugar, en el corto plazo, su eliminación es muy eficaz, porque alivia la inflación y el costo de una materia prima en su momento más álgido, que golpea a la ciudadanía en forma inmisericorde, produciendo un IPC que sólo se veían en la épocas de desajustes macroeconómicos que no es el actual caso de Chile. Y mantenerlo encarece un proceso-el transporte y la calefacción- que es esencial para que la economía funcione en forma más competitiva, cuando la productividad del país está seriamente cuestionada a nivel local e internacional.
Subyace, al insistir en el uso del Fondo -y no eliminar el impuesto- la manía de inamovilidad de la máquina recaudatoria y pérdida absoluta de la fe en un mayor crecimiento del país que allegará fondos fiscales en forma más racional que con este mecanismo y en particular, en este preciso momento que el petróleo ya supera los US $ 140 el barril.
Porque con el Fondo como mecanismo de rebaja de los precios, y no la eliminación del impuesto, al bajar el precio del crudo , el Fondo requerirá que se reintegren la platas prestadas, lo que se logra manteniendo el precio de los combustibles más altos que lo que correspondería a su precio internacional más los recargos normales. En tanto, eliminando el impuesto, esta carga artificial desaparecería para siempre, pero sin duda dejaría al país en un pie mucho más eficiente y con una población tratada con mayor justicia, porque ya no discriminaría rebajas entre diesel, bencina y parafina, camioneros o automovilistas, sino en un beneficio que es común para todos.
Las proyecciones económicas de Chile, artillado hasta los dientes con multimillonarias reservas fiscales y monetarias, permiten proyectar un crecimiento que allegará cualquier ingreso fiscal en forma más eficiente que este antediluviano e irracional impuesto, y para ello se requiere una autoridad que haga del crecimiento una tarea prioritaria.
No se logrará sin duda, si la autoridad persiste en mantener lo que se ha producido por simple agregación durante décadas, y maximizando a cualquier costo los ingresos fiscales, como sucede ahora.
La autoridad no está haciendo buena economía. El sector privado requiere menos impuestos y más justicia en los impuestos, pero en esa tarea, las rémoras que persisten en la peor de las situaciones, claramente no tienen cabida.