el lobby
Todo el mundo sabe que la Primera Enmienda protege las libertades de religión, reunión, expresión y prensa. ¿Pero cuántos recuerdan que la Primera Enmienda protege además una quinta libertad, la de hacer presión? Por supuesto, la Constitución no utiliza la palabra lobby. Lo llama el derecho "a solicitar al Gobierno una compensación por agravios". Los miembros de los grupos de presión son personas contratadas para hacer eso por ustedes, a fin de que puedan quedarse en casa con los niños y ganar dinero con su trabajo en lugar de desperdiciar su vida en los pasillos de Washington.
Escuchando a los candidatos de esta campaña presidencial, cabría pensar que hacer presión se sitúa tan solo un escalón por debajo de la tortura por ahogamiento simulado, y que el lobby es un oscuro arte practicado por ricos malhechores para mantener a la clase media en un perpetuo estado de nerviosismo sobre todo tipo de azotes a la nación: dependencia petrolera, gases de efecto invernadero, hipotecas impagables o esos minúsculos aperitivos que te sirven en los restaurantes franceses.
Aunque el derecho a ejercer presión está constitucionalmente amparado, esto no significa que nos tengan que gustar siempre. Acordemos fruncir el ceño ante un mal lobby, por ejemplo el de los recortes fiscales para un sector económico concreto, y celebremos el bueno (la auténtica compensación por un agravio real), como el que se esfuerza por proteger su vivienda frente a los gobiernos locales que desean reducirla a escombros para dejar el terreno libre a algún proyecto de desarrollo urbanístico.
Incluso existe una defensa de la mala presión. Es la siguiente: no sería necesario buscar ventajas del Estado si éste no se hubiera apropiado en el siglo XX de todo tipo de poderes, regulaciones, intrusiones y manipulaciones (con frecuencia a través de la legislación fiscal) que nunca se habrían producido en el siglo XIX, y que ciertamente nunca concibieron los Padres Fundadores de nuestro país. Lo que aparece como búsqueda de rentas no es sino compensación por un agravio mayor: la insufrible intervención gubernamental en lo que tradicionalmente se había considerado un zona de libre empresa.
La buena presión, por otra parte, no exige una explicación tan complicada. Es un preciado derecho de la Primera Enmienda, tan necesario como los demás para proteger a un pueblo libre contra un Estado autoritario y potencialmente tiránico.
¿Cuál sería un ejemplo de exigencia de compensación al Estado por un agravio real? Supongamos que es usted un medio de comunicación desea adquirir unos estudios de televisión en Pittsburgh. A causa de la gigantesca estructura regulatoria federal, necesita a la fuerza la aprobación de un organismo estatal. En este caso se llama Comisión Federal de Comunicaciones.
Bien, uno de los papeles del Congreso es garantizar que los antedichos burócratas interpreten y ejecuten las leyes del Congreso con imparcialidad y eficacia. Todos los miembros del Congreso, aparte de lo populistas que sean y de lo mucho que despotriquen contra los "intereses especiales", protegen con entusiasmo este derecho de supervisión. Por tanto, una de las tareas del presidente del Comité de Comercio del Senado es garantizar que los burócratas de la Comisión están haciendo su trabajo.
¿Qué sería no hacer su trabajo? Un ejemplo de manual sería que la Comisión retrasase dos años enteros una petición pendiente para adquirir unos estudios de televisión en Pittsburgh. No podría haber mejor ejemplo legítimo de "petición de compensación" que la entidad privada antes mencionada solicitase al presidente del comité de supervisión correspondiente del Congreso que exija a estos burócratas renuentes una decisión. De manera que el presidente hace eso mismo, dirigirse por escrito a la Comisión para exigir una decisión (cualquiera) al tiempo que afirma explícitamente que no está solicitando ningún resultado particular.
Esto, por supuesto, es lo que hizo John McCain en representación de Paxson Communications al enviar dos cartas a la Comisión General de Comunicaciones en las que solicitaba una votación acerca de unas adquisiciones pendientes por parte de la cadena de televisión. Estas cartas son las dos únicas pruebas remotamente claras en un artículo de portada de 3.000 palabras del New York Times que intentaba arrojar dudas sobre la ética de John McCain. Por esta razón, lo que se suponía iba a ser un escándalo se ha convertido en una farsa, acompañada del hecho de que la otra sobrecogedora revelación no consiste sino en lejanos rumores de un presunto lío de faldas hace nueve años.
Debe decirse de McCain que él mismo ha abierto la puerta a acusaciones tan asombrosamente insustanciales en su contra al haber hecho carrera a base de de cuestionar ostentosamente las motivaciones y la ética de aquellos que se han resistido a su reforma de la financiación de las campañas electorales y a otras medidas que imagina que liberarán al Congreso del tráfico de influencias.
La autosuficiencia ostentosa puede ser un pecado, pero no un escándalo. Tampoco es una violación de la ley ni un tipo de corrupción. La noticia del Times es un ejemplo clásico de periodismo descuidado pillado in fraganti. Pero también es un ejemplo de que la demagogia sobre los lobbies ha penetrado tanto en la conciencia popular que su simple mención junto al nombre de un senador prominente es considerada motivo suficiente para publicar un artículo crítico, y además nebuloso.