Una discusión improbable: respuesta a Jorge Alemán
El pensador español Ignacio Castro Rey decide en este artículo responder a la respuesta ejercitada por el psicoanalista, escritor y agregado cultural de la embajada argentina en España Jorge Alemán, a una nota del filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han publicada en el País de Madrid bajo el título¿Por qué hoy no es posible la revolución?(elpais.com/elpais/2014/09/22/opinion/1411396771_691913.html)
"No, querido amigo, aunque está claro que Han no es un nuevo Heidegger ni otro Deleuze, y tampoco se presenta así, no me parece justo ni el tono ni el contenido de tu comentario. Para empezar, no está del todo bien responder de manera tan sumaria, ni siquiera en el bazar de bisutería llamado Facebook, a un texto (largo, para el tamaño actual de los mensajes) que maneja argumentos. En tu respuesta es como si estuviéramos hablando, otra vez, para los ya convencidos. Pero de ser así, esto confirmaría la circulaciónendogámica que precisamente denuncia Han en la izquierda postmoderna. ¿Laizquierda lacaniana no quería ser otra cosa? Si ninguna alternativa puede escuchar los argumentos de Han, tomarlos en serio y sopesarlos, entonces las perspectivas de algún cambio (que permita pensar que lasalternativas no son parte del sistema) son más estrechas todavía de lo que él pensó.
Desde fuera, pero no puede ser, tu respuesta parecería que tiene la función básica de mantener unida a la tribu. Quiero decir, cerrar la función sectaria de la ideología al conseguir que los que no han leído a Han, la inmensa mayoría de militantes que ponen sus likes, no se les pase por la cabeza intentarlo. Una vieja historia: ignorar sin complejo de culpa, o sea, la ideología política como coartada para la privatización partidaria. Pero no puede ser, pues tu izquierda no tiene nada que ver con una tribu, ni necesita ese tipo de coherencia sectaria. Entonces, ¿de qué se trata, cuál es la explicación de esta respuesta tuya tan fulminante?
Lo piensas, pero creo que no es justo colocar a Han en la lista de los pensadores cómplices con el neoliberalismo y la ideología imperial triunfante. Los cuatro libros que conocemos en español de él pueden tener varios defectos, pero no otros. En sus textos no hay ni una sola línea de complacencia con la democracia capitalista como Summa final de la historia. Fijémonos en un momento cualquiera de En el enjambre, un libro posiblemente menor (y un poco repetitivo) comparado con La sociedad del cansancio o La agonía del Eros: La cultura digital descansa en los dedos que cuentan. Historia, en cambio, es narración. Ella no cuenta.Contar es una categoría posthistórica. Ni los tweets se cuentan para dar lugar a una narración. Tampoco la timeline narra ninguna historia de la vida, ninguna biografía. Es aditiva, no narrativa.
Pero es que, además, el texto publicado por Han el pasado día 3 en El País presenta dos críticas distintas al capitalismo, la de él y la de Negri. De hecho, Han acusa a Negri de ser desoladoramente ingenuo en su crítica. Según su punto de vista el fin de la Historia (el final de las posibilidades de un cambio profundo) estaría del lado de Negri, no de Han. De lo que él acusa a toda una onda política alternativa, no sólo a Negri, es de ignorar la profunda implicación del capitalismo, como cultura, en el consenso numérico contra la negatividad, contra un afuera real que para Han (por sus lazos con Heidegger y con otros) sigue siendo referencial. Por el contrario, según él, el conjunto de la cultura, incluida su ala alternativa, funciona en circuito cerrado. Aunque sea múltiple y de geometría variable, con sus venas abiertas al espectáculo de la cultura urbana, la cultura capitalista funciona sin ninguna relación con la exterioridad. En tal sentido, Han acusa a Negri y a su órbita de trabajar para el fin de la Historia. Cosa que, dicho sea de paso, no está tan lejos de aquel argumento de Tiqqun (y antes, de Deleuze y Foucault) contra buena parte de la izquierda alternativa. Han acusa a ese nuevo comunismo que está en boga de ser un mero simulacro para consumo interno, una fiesta alternativa que reanima el poder mundial del Imperio. Como si dijésemos: donde no llega el Tea Party, llegarán los Simpson.
La Universidad, las nuevas tecnologías y su comunitarismo virtual, las asambleas digitales con votación instantánea... Más el apoyo de las redes sociales y las cadenas privadas de televisión, aunque a veces rocen la telebasura: ¿vendrá de ahí la Revolución pendiente? El propio Lenin, ¿no se partiría de risa con este asalto al cielo desde los pisos altos de las Facultades de Política y Sociología? Precisamente una de las argumentaciones de Han es que, en una panorámica global, las mil aberraciones que padecemos a diario provienen de un exceso de cielo. Habría que buscar, seamos obreros o profesores, nuevas vías para la dureza de la negatividad, sin la cual no hay ninguna autonomía. Esto significa, sin duda, luchar materialmente por las reivindicaciones sectoriales que sean, pero también abrir otra vía anímica con la alteridad rechazada en nuestras vidas. Abrir nuevas grietas en nuestro automatismo smart: ¿es esta idea intolerable para nuestros delicados oídos radicales?
¿Refrito, dices? Sí, esto es lo grave. Cuando nadie se acuerda ya de Heidegger o de Levinas, tampoco de Hegel, aparece en Alemania un señor de origen surcoreano (el dato es importante) que, con un simple refrito del romanticismo europeo, vuelve a decir algunas verdades elementales. Entre ellas, ésta: nuestras enfermedades masivas son infartos ocasionados no por la negatividad de lo otro inmunológico, sino por un exceso de positividad. Refrito guiado, entonces, por una intuición potencialmente muy popular: la vuelta a la negatividad olvidada por el orden social imperante. Han insiste en la implicación profunda de la subjetividad occidental (habla más de Europa y Norteamérica que de Colombia o Argentina) en el mantenimiento del orden establecido, un poder que tiene en la exclusión de lo real su piedra de toque. ¿Fin de la historia? Precisamente la negatividad reprimida de la que habla Han, este cierre de la historia en un fin ilusorio, anuncia nuevas catástrofes, una hilera de historias demoníacas. Y esto incluso cuando todo va bien, en medio de nuestro confort. El exceso de positividad supone de hecho una promiscuidad de las ideologías y de las clases, una fusión neuronal en un gigantesco conglomerado medio que desvanece cualquier posible ruptura. Fijémonos cómo, en el llamado Primer Mundo, se integran los justos y distintos movimientos indignados. Reparemos en el efecto inevitablemente reformista de los más virulentos movimientos sociales. A su manera minimalista, el autor de La sociedad del cansancio se fija en lo que queda fuera de nuestra permanente voluntad de reforma del capitalismo.
No creo que Han, dentro de sus límites, se refiera a un tiempo histórico caducado, en el cual no se podría hacer nada. En su reivindicación del afuera y la negatividad, su posición nada tiene que ver con la complacencia de Fukuyama en un fin de la historia que enseguida se mostró un completo fiasco (jamás ha habido más conflictos que desde la caída del Muro). Más bien parece que Han denuncia el complot de los intelectuales (políticos, profesores, comunicadores, expertos), la nueva casta dirigente de la que hablaba Deleuze, para que esos mil conflictos que se relevan intramuros no se precipiten en un cambio en la relación con lo real. Esto impide que las luchas que a diario recorren Alemania, Italia o España confluyan en algo distinto a engrosar las filas del imperio, a veces con sangre muy fresca. Han habla contra un fin de la historia pactado por el conjunto del espectro político, pacto que él sitúa en lasolución final que nuestra elite ha impuesto a la exterioridad, a la común existencia mortal. Y pone tal claudicación en todo el abanico ideológico, de derecha a izquierda, unido contra la negatividad de la existencia... y la mayoría de los pueblos de la tierra. De ahí que piense que la palabra revolución, omnipresente en el mercado informático y en el espectáculo social, es un arma retórica de nuestra endogamia neuronal.
Sharing is caring. Contra los liberales tipo Jeremy Rifkin, para Han compartir es hacer circular, masiva y personalizada, la represión sonriente de la negatividad. Compartir es cuidar nuestro retiro masivo frente a la exterioridad que es eje de la presencia real. Ante ella nos enredamos: aislados e hiperconectados, vivimos solos para estar más juntos. Se comparte el narcisismo, el aislamiento de los perfiles que suman amigos. Han habla contra la prisión de régimen abierto que es la era del acceso. Una prisión múltiple, es cierto, tan flexible como nuestras cien franjas horarias. Si el real time es la obsesión del sistema es porque el poder debe confundirse hoy con el control del tiempo (un bien que nunca ha sido más escaso), 24 horas al día y 7 días a la semana. En resumidas cuentas, Han lucha contra el ideal de la informática por fin expandido al individualismo nómada. Contra un Gran Hermano ampliado a nuestro sedentarismo portátil. Los protocolos de la excepción, convertidos en norma del día.
En este aspecto, sin decirlo quizás abiertamente, Han denuncia una americanización de la vieja Europa, en una línea no muy lejana de la de Heidegger o Baudrillard. ¿Es esta revuelta metafísica incompatible con la fidelidad moral y política a las necesidades populares? No, en absoluto. Es complementaria, como lo fue en Sartre y tantos líderes de otras décadas, un poco menos castradas que ésta.
¿No es finalmente el turbocapitalismo un orden revolucionario desde hace mucho, partidario de derribar los últimos tabúes? Ya en el siempre olvidado Post-Scriptum, Deleuze ponía lo más pérfido del control mundial en el movimiento, en la ondulación permanente y alternativa; no en el quietismo rancio de antaño. Han será un conservador, como Pasolini, jamás un neoliberal: quiere conservar los otro entre nosotros, el demonio del afuera. ¿Es esto, tal como está el patio, un pecado mortal? Situarlo en la órbita de la ideología capitalista es como poner a Deleuze, Foucault y Baudrillard, porque han hablado de la fusión rizomática del control con la geometría variable de los espacios abiertos, en la órbita del neoliberalismo. A todas luces, valga la expresión, parece excesivo.
La agonía del Eros no está lejos de otra idea: la exterioridad que rechazamos dentro se manifiesta también en el odio que mantenemos a los otros pueblos y culturas de la tierra. ¿Masa interconectada? ¿Multitud cooperante? Tal multitud sigue fuera, en Egipto, Colombia o China. En los pueblos conectados, en suma, no por el aislamiento puritano de perfiles sumados, sino por una proximidad analógica, mortal. Por esto es justamente lo que nos repugna, lo que despreciamos como antidemocrático, tiránico y atrasado.
¿Qué quedó de aquellos deliciosos días de incertidumbre mediática en torno al 15-M? Tal vez otro partido más. Bienvenido. No obstante, por valiosa que sea su fuerza reformista, ¿cuánto durará bajo la sobreexposición de nuestra positividad? Un ejemplo colateral: Teresa Ramos sobrevivió al Ébola, incluso al gobierno. Enhorabuena, querida. La pregunta siguiente es: ¿cómo, con qué anticuerpos sobrevivirá ella a la información? ¿Se convertirá en una estrella mediática o tendrá que desaparecer? Preguntémonos por qué nuestra enfermedades se hacen crónicas (la depresión, el pánico, el cáncer...), alimentando series de televisión que se convierten en un nuevo culto. Es lo que este modesto pensador surcoreano ve tras el síndrome de burn out. Solo desde nuestra fatiga crónica, y nuestro aburrimiento compartido, las asambleas digitales parecen un nuevo Octubre Rojo".
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
Diplomado en "Gestión del Conocimiento" de la ONU
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Santiago- Chile