El caballo salvaje, descendiente de los equinos traídos por los españoles a América, es un símbolo del Oeste, pero su proliferación al amparo de leyes de protección se ha convertido en un problema de espacio vital en Estados Unidos.
El Buró de Gestión de Tierras (BLM), una dependencia del Departamento del Interior, tiene a su cargo actualmente 33.780 caballos y 6.825 burros salvajes que trotan, galopan, pastorean y se reproducen libres en unos 12 millones de hectáreas de tierras federales.
Los equinos no tienen predadores naturales y las manadas y recuas pueden duplicarse en unos cuatro años, por lo cual el BLM tiene que sacar cada año a miles de animales para controlar la población en las tierras federales, en su mayor parte en diez estados del oeste del país.
La población de caballos y burros salvajes en libertad excede en casi 14.000 la cifra que el BLM ha determinado que pueden sustentar los recursos de esas tierras. Se considera que el nivel máximo sostenible es de unos 26.677 animales.
Aunque los territorios abiertos para los rebaños son extensos, la realidad es que los caballos no se distribuyen de manera pareja, sino que viven en manadas que usan porciones específicas de pastos y recursos localizados de agua.
A mediados de febrero fuera de las tierras federales había otros 49.246 caballos y burros salvajes alimentados y cuidados en corrales para estancias de corto plazo y en unas 137.000 hectáreas de pasturas privadas de largo plazo ubicadas mayormente en Kansas y Oklahoma.
En 1971 el Congreso de Estados Unidos aprobó una ley para atender el problema de la faena para consumo de carne y el envenenamiento de caballos salvajes, considerados como una peste por los ganaderos.
Pero la protección del "mustang", elogiada por los defensores de la diversidad biológica y el ambiente, resulta cuatro décadas y media después en un problema complejo.
El BLM tiene un programa de adopciones: el año pasado colocó 2.671 animales al cuidado de individuos privados, pero la cifra es pequeña comparada con la adopción de más de 5.000 caballos al año a mediados de la década pasada.
Una herramienta para el manejo de población es, obviamente, el uso de anticonceptivos, y en el año fiscal 2013 el BLM aplicó ese tratamiento a 509 yeguas, otra vez poco comparado con las 1.051 yeguas del año anterior, y una cifra ínfima comparada con el tamaño de las caballadas.
La aplicación de anticonceptivos no es fácil, como bien lo saben los encargados del manejo de unos 175 equinos salvajes en la Isla Assateague, en Delaware.
El tratamiento se administra disparando un dardo a la yegua, lo cual requiere, primero, encontrar al animal salvaje y aproximarse sin que salga al galope.
Y los caballos aprenden: cuando el arma requería un acercamiento a unos diez metros, los caballos de Assateague aprendieron a mantenerse a quince metros.
Cuando mejoró el arma y bastaba con acercarse a veinte metros, aprendieron a mantenerse a treinta metros de distancia, y luego aprendieron a mantenerse a más de cuarenta metros.
Llevado esto a las dimensiones de los territorios abiertos donde viven los "mustang", la aplicación de anticonceptivos se torna una herramienta de uso limitado.
Hay quienes han sugerido que, ya que son animales salvajes, debería dejarse que la naturaleza opere libremente: los caballos y burros que no encuentren comida o agua suficientes morirán y eso reducirá las tropillas al número que el territorio pueda sustentar.
El problema es que la ley de 1971 obliga al BLM al cuidado de los caballos, y la agencia no puede permitir que sufran hambre o sed.