Ana Cárdenes
Teherán, 17 dic.- El cambio del gobierno iraní, con la sustitución del radical Mahmud Ahmadineyad por el moderado Hasán Rohaní, y la firma de un principio de acuerdo nuclear marcaron el 2013 en Irán y abrieron el camino para que la República Islámica empiece a resolver la crisis que le enfrenta con el mundo.
El 14 de junio Rohaní se hizo por sorpresa con más de la mitad de los votos (50,7%) al decantarse los electores iraníes por apoyar la propuesta más moderada y dar claramente la espalda a los candidatos principalistas y continuistas.
Los ocho años de gobierno de Ahmadineyad, y en especial los cuatro últimos, habían deteriorado enormemente los lazos de Irán y la economía del país, asfixiada por las sanciones internacionales, medidas populistas y una mala gestión.
También se habían limitado aún más las libertades personales y habían incrementado las detenciones políticas, sobre todo tras las protestas que siguieron la polémica reelección de Ahmadineyad en 2009 que la oposición -cuyos líderes Mir Hosein Musaví y Mehdí Karrubí están ahora bajo arresto domiciliario- consideró un fraude.
Rohaní juró su cargo en agosto, con una promesa de cambio, de restablecimiento de relaciones constructivas con Occidente y de ampliación de la libertad personal, un importante giro que, por el momento, cuenta con la aquiescencia del líder supremo de la República Islámica, el poderoso ayatolá Alí Jameneí.
Una de sus primeras decisiones fue cambiar al jefe negociador nuclear y poner en su lugar a su ministro de Asuntos Exteriores, Mohamed Javad Zarif, un experimentado diplomático, educado en EEUU y que viola abiertamente las normas establecidas con su uso del Facebook y elTwitter, vetados por el régimen y a los que no se puede acceder sin un "proxie" para evitar la censura.
En los últimos meses del año Zarif se convirtió en el protagonista absoluto de la política iraní, con su gestión al frente del equipo negociador en Ginebra, que consiguió en el segundo intento (el 24 de noviembre) firmar un histórico principio de acuerdo nuclear con la comunidad internacional, representada por el Grupo 5+1: EEUU, Rusia, China, Francia y Reino Unido, mas Alemania.
Según el denominado Plan de Acción de Ginebra, Teherán se compromete a congelar las partes más polémicas del programa nuclear iraní, que las principales potencias denuncian desde hace una década como un intento de lograr la bomba nuclear, acusación que Irán niega.
El texto obliga a Irán a dejar de enriquecer uranio a más del 5%, disolver la mitad del que ya tienen enriquecido al 20%, no avanzar sus actividades en las plantas nucleares de Fordó y Natantz ni el en reactor de Arak y permitir amplias inspecciones del Organismo Internacional para la energía Atómica (OIEA).
A cambio, la UE, la ONU y los países participantes se comprometían a levantar ligeramente algunas de las durísimas sanciones económicas que sufre Teherán y a no imponer nuevas.
El pacto no tardó en encontrarse con el primer escollo, cuando el 19 de diciembre Washington penalizó a 19 nuevas empresas e individuos por llevar a cabo actividades económicas que a su entender suponían "apoyar el programa nuclear iraní".
La medida sentó como un bofetón en Teherán, que la consideró contraria al "espíritu de Ginebra", hizo que Irán ordenase levantarse de la mesa al equipo técnico que negociaba en esos momentos en Viena la implementación del acuerdo.
Días después, sin embargo, se calmaban los ánimos y Zarif anunciaba que el país seguiría adelante con las negociaciones nucleares, que deben acordar la implementación del texto firmado y culminar en un pacto nuclear definitivo en un plazo de seis meses.
Los sectores más conservadores han criticado el acuerdo y, también, el cambio de tono de Rohaní, que se considera un inicio de apertura de Irán al mundo y un acercamiento a EEUU.
Este tuvo su momento culminante en septiembre, durante el viaje de Rohaní a Nueva York para participar en la Asamblea General de la ONU, cuando este mantuvo una conversación telefónica con el presidente de EEUU, Barack Obama, la primera entre dos jefes de estado bilateral desde la revolución islámica, en 1979.
El silencio de Jameneí ante los cambios y su espaldarazo al equipo negociador nuclear han acallado la censura de los más extremistas y, de momento, han permitido avanzar en los nuevos objetivos en materia de relaciones internacionales y nuclear.
No ha ocurrido lo mismo, sin embargo, en el frente interno, donde Rohaní no ha sido capaz de cumplir promesas sencillas, como el abrir de nuevo las redes sociales a la población, por la férrea oposición de los conservadores, que temen una "colonización cultural" de un capitalismo e imperialismo de los que consideran a EEUU el máximo exponente.
El nuevo presidente también se ha encontrado con la imposibilidad de cumplir su promesa de poner en libertad a Musaví y Karrubí, acusados de sedición y traición a la patria y que han pasado ya más de mil días detenidos.
Si que ha podido impulsar reformas económicas, financieras y comerciales, que lograron en el último trimestre del año estabilizar el cambio del rial iraní.
Pero aún queda un arduo trabajo para que el nuevo Ejecutivo iraní logre sacar a flote una economía que padece de una inflación del 40%, una recesión de seis puntos y un paro del 20%.
(Agencia EFE)