*Edison Ortiz es Dr. y profesor universitario.
Esta semana la Comisión de Economía votaba el informe sobre los cobros en BancoEstado, el que más allá de su resultado y de la politización del tema en el Congreso, entregó argumentos contundentes para responsabilizar al Sernac por el abuso cometido en el cobro unilateral por la mantención de las cuentas de ahorro a la vista que afectó a 570.514 libretas. Este fue implementado por el Comité Ejecutivo del Banco con el sustento de que "en ese momento era una herramienta que no se autofinanciaba, y de no realizarse el cobro, tenía que desaparecer". Si bien todo auguraba que la comisión no responsabilizaría a la entidad bancaria, puesto que por ser un ente autónomo tomó las medidas con el aval de las circulares de la SBIF las que, sin embargo, no estaban contenidas en los contratos con los ahorrantes, lo que puso en evidencia, además, la escasa rigurosidad de los ejecutivos de la época y dieron así origen a la figura del cobro indebido. No corrió la misma suerte el Sernac pues "la comisión considera responsable por omisión y por incumplimiento del principio de inexcusabilidad, al no hacerse parte de la demanda presentada por Conadecus, durante los años 2004-2013, aun habiendo sido notificado por el propio tribunal de la existencia de dicha demanda".
Como se sabe, toda presentación en tribunales por parte de organizaciones de consumidores es remitida directamente al Sernac, cuyos directivos tuvieron en sus manos copia del litigio y no respaldaron nunca la acción de Conadecus, habida consideración que el caso se ventila desde el 23 de noviembre de 2004, fecha en que se presentó tal acción ante el 17° Juzgado Civil de Santiago y que llegó incluso hasta la Corte Suprema, la que llamó finalmente a conciliación a las partes y dictaminó que el Banco pagara una indemnización por más de cinco mil quinientos millones de pesos. Repito, el Sernac, pese a que tenía un mandato legal, jamás se hizo parte en el proceso y sólo accedió a la demanda en marzo de 2013, cuando la instancia estaba ya en su trámite final. Por eso, la conclusión del informe es ineludible: "Una oportuna y efectiva actuación del Sernac en este caso pudo haber limitado a un tiempo bastante más reducido el sufrimiento vivido por las víctimas, pudiendo haber recibido las compensaciones muchos años atrás".
Y es que el caso del Sernac, como el del Banco Estado, involucran sensiblemente a dos administraciones que se caratulaban como socialistas —la de Lagos y Bachelet— e implicaron directamente a dos de sus militantes: Jaime Estévez y José Roa. El primero es recordado también porque mientras encabezaba el Banco que hacía esos cobros, la entidad paralelamente le aprobaba un suculento préstamo de 130 millones de dólares al Grupo Luksic y, curiosamente, luego el propio Estévez se integró al directorio del Banco de Chile de propiedad de los mismos. Y está José Roa, quien durante el anterior gobierno de Bachelet, tal como lo señala la investigación de la comisión de Economía, como director de ese servicio, no sólo contó con toda la información al detalle del proceso que se llevaba contra el Banco sino que, como responsable de velar por el cumplimiento de la Ley del Consumidor, no hizo ninguna acción en defensa de los pequeños ahorrantes cuyos patrimonios fueron así reducidos.
Muy distinto, por cierto, de los socialistas de la transición, metidos hasta el tuétano con los poderes fácticos: fotografiándose de huasos con Agustín Edwards, siendo procesados y detenidos por corrupción, promoviendo las privatizaciones a la vez que se defendía a Pinochet, siendo miembros de los directorios de las empresas del Transantiago que le hacen la vida miserable a los metropolitanos, "amados" por los banqueros, disponiendo préstamos a los Lucksic mientras al mismo tiempo se expolia con cobros indebidos a las "señoras juanitas".
Y es que a propósito de los 40 años del derrocamiento de Allende es imposible evitar la comparación entre los socialistas de ayer y los de hoy. Se sabe que el lema de los primeros fue "podremos meter las patas, pero jamás las manos" y al parecer lo cumplieron a cabalidad. Pues, por más que la dictadura se empeñó en vincular a los ex jerarcas de la UP en casos de abuso y corrupción, nunca pudieron aportar antecedentes que avalarán esa presunción de los golpistas. Allende (y también esa generación) son recordados hoy como símbolos universales de los valores democráticos. De hecho, donde hay una marcha bregando por una causa justa, hay también una bandera con su rostro. Muy distinto, por cierto de los socialistas de la transición, metidos hasta el tuétano con los poderes fácticos: fotografiándose de huasos con Agustín Edwards, siendo procesados y detenidos por corrupción, promoviendo las privatizaciones a la vez que se defendía a Pinochet, siendo miembros de los directorios de las empresas del Transantiago que le hacen la vida miserable a los metropolitanos, "amados" por los banqueros, disponiendo préstamos a los Lucksic mientras al mismo tiempo se expolia con cobros indebidos a las "señoras juanitas" y algo peor aún: negándose a realizar primarias cuando el resultado les podía ser adverso y, todos ellos, seguidos a coro por esa masa ingente de intelectuales, cuyo propósito en la vida parece ser más bien la pantalla y los cargos que ofrece el duopolio que decir algo sensato que pueda incomodar al poder.
Y es que hoy, aquella frase célebre de Altamirano pronunciada en 2002 replica como un martillo: "Los socialistas no se renovaron, sino que se acomodaron". Con igual fuerza, en una fecha similar, le responderá a la consulta del Presidente Lagos sobre cómo sería recordado su gobierno, con un irreverente: "Tú serás recordado como el mejor Presidente de derecha que ha tenido Chile, los banqueros están orgullosos de ti".
La opinión transversal de la comisión de Economía de la Cámara respecto de las faltas del Sernac en el caso del cobro del Banco Estado a los pequeños ahorrantes —cuya existencia parece que sólo queda registrada en los discursos—, así como varios de los casos aquí citados son, al parecer, a propósito de los 40 años, buenos ejemplos de la distancia abismal de Allende y esa generación de socialistas no sólo con los golpistas sino que, también, con sus propios herederos los que, como los hijos imbéciles de la gente que ha amasado fortuna trabajando de sol a sol, se dedicaron en los últimos 20 años únicamente a malgastar el capital acumulado que dejaron sus padres. Y esto lo digo, incluso, literalmente.
Una sincera reflexión de esa generación sobre Allende debiera iniciarse con un mea culpa honesto por los errores de la transición. Pero no lo harán. Al igual que la derecha que respaldó el Golpe no les nace hacerse una autocrítica, porque así como los primeros se descubrirán cómplices o asesinos, vaciando de sentido su relato sobre ese episodio, los segundos se revelarán transformistas, acomodados, incluso entregados a un proyecto ajeno, enajenados de un relato de construcción popular. Es más fácil lo otro: el mensaje fácil, el discurso ambiguo, para que sigan desempeñando su papel los Estévez, los Roa, los Garretón, los Insulza y también todos los otros: los bufones del sistema, los saltimbanquis que hacen reír a la corte y al monarca, que incluso llegan a ocupar sus oficinas, como símbolo de integración, para hacernos creer que el modelo funciona, mientras éste se sigue cayendo a pedazos. Ya tendremos oportunidad de comprobarlo nuevamente el próximo 17 de noviembre, pues al otro día, después de la resaca, lo más probable es que todo continúe igual.
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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