JAVIER GÓMEZ CUESTA PÁRROCO DE SAN PEDRO Aristóteles definía la política como la actividad tendente a gobernar o dirigir la acción del estado en beneficio de la sociedad y que busca la felicidad de todos los ciudadanos. Benedicto XVI llega afirmar que «la política es un ámbito muy importante de la caridad» y, por ello, pide a los cristianos un fuerte compromiso a favor de la ciudadanía y una presencia eficaz en las instituciones y programas en las que se toman decisiones donde se juega la dignidad de la persona y el bienestar de la comunidad nacional o internacional. No se queda ahí, sino que, además de afirmar que se necesitan políticos auténticamente cristianos, pone el primer escalón diciendo que antes son necesarios fieles laicos, testigos de Cristo, en la comunidad civil y política. Deja claro que no es misión de la iglesia la formación técnica de los políticos, pero anima a las asociaciones de laicos y las movimientos eclesiales a tener en cuenta esta dimensión de «la caridad política» y que sirvan de escuela o ámbito para descubrir esta vocación o dimensión de la fe. En esta clave hay que encuadrar e interpretar el «Meeting de Rimini» que, desde hace 33 años, organiza el movimiento «Comunión y Liberación». Su finalidad es algo tan importante como utópico: «promover la armonía, la paz y la amistad entre los pueblos, religiones y culturas». El éxito es patente ya que reúne en esa ciudad italiana a más de setecientas mil personas, precisamente en estos días de agosto, (este año del 18 al 25) y a la que asisten intelectuales de diversos campos del saber, políticos, artistas y líderes religiosos para dialogar sobre los temas propuestos. Con toda naturalidad están presentes y participan el mismo Presidente de la República Italiana procedente del PCI, el primer ministro Mario Monti y otros gobernantes o intelectuales no creyentes de diversos países. Algo impensable en esta España anticlerical y con ideas tan confusas sobre la laicidad del Estado promovidas por algún medio de comunicación de claro pensamiento único.
Es difícil conciliar la importancia y nobleza de la política con la bajísima valoración que muestran las encuestas de los políticos actuales, no solo españoles, sino europeos. Para muchos nos resulta significativo el que las nuevas generaciones no tengan deseos o no muestren ilusión o vocación por esta actividad que debe ser un verdadero servicio a la sociedad. Y no deja de ser llamativo el que algunos se perpetúen tanto en ella, sin éxitos constatables, que inclinan a pensar que es más una manera de vivir que una actitud y aptitud para luchar, buscar y promover el bien común o, como decía Aristóteles, la felicidad de los ciudadanos. Él mismo disentía de su maestro Platón pensando que esta actividad de la «polis» debía ser temporal. Sin duda por las consecuencias que comportan ineludiblemente, salvo casos excepcionales, los muchos años de poder o en el poder.
Ante este panorama preocupante, un grupo de 14 catedráticos (politólogos, filósofos, juristas, expertos en ética?) de la Universidad Ramón Llull, han tenido la iniciativa de repensar y elaborar lo que ellos han llamado «Código ético para políticos» y que han entregado a la presidenta del Parlamento de Cataluña. Parten del supuesto evidente de que hay una fuerte relación entre ética y actuación política práctica y pretenden con ello iniciar un dialogo, un debate que conciencie a la ciudadanía para que elija a los mejores y sepan qué cualidades han de ostentar sus representantes para esta actividad. Porque, otro dato descorazonador de las encuestas es el distanciamiento y alejamiento de la sociedad de los políticos y a la inversa. Como comenta uno de los redactores de ese Código, «el partidismo cerrado ha vaciado de sentido moral la política».
Europa y España atraviesan momentos oscuros, inciertos, graves y difíciles. Uno se puede preguntar: ¿Cómo es posible haber llegado hasta aquí? ¿Qué ha sido tanto de la utopía europea como la de la transición española? Leo una respuesta que transcribo por si vale para algún lector: «Hemos llegado hasta aquí porque Europa ha vendido su alma cristiana tanto en su versión protestante como católica, al dios Mamón» y España a la confrontación. El prestigioso sociólogo portugués, B de Sousa Santos, culpa, con razón, al «fascismo social» y en particular al fascismo financiero, el de los mercados, que está debilitando a la misma democracia. Por eso hacen falta políticos de raza, ilusionantes, atrevidos, con sentido de la justicia para repartir las cargas, que por encima de la ideología que profesan, busquen el bien común, que sueñen y trabajen por una Europa como la que engendraron aquellos padres y por una España como la que deseamos y soñamos la mayoría de los españoles. El Código ético y su debate pueden ayudar.