Todo indica que estaría dispuesta a asumir la candidatura, pero le complica sobremanera la pugna en la Concertación que a ella le correspondería solucionar.
Nadie lo afirma con certeza, pero en todo el mundo político se da por descontado que Michelle Bachelet está lista para lanzarse a la carrera para regresar a La Moneda.
Pero fiel a su estilo de no compartir sus decisiones, no ha asumido el compromiso ni siquiera con su círculo más estrecho, ni tampoco con aquellos políticos que aparecen como los principales impulsores de su retorno.
Ése, en todo caso, no es necesariamente un síntoma de que esté dudando, aunque ha confesado, o al menos lo perciben quienes han estado en contacto con ella, que la candidatura la complica, dado el escenario de conflicto que se ha instalado al interior de la Concertación.
Existe coincidencia, sin embargo, en que más allá de la incomodidad que le produzca el panorama opositor, es prácticamente imposible que, a estas alturas, pueda declinar su participación en la contienda presidencial.
La primera o gran razón que se esgrime, es que ella misma quedó atrapada con su indefinición, porque al no pronunciarse acerca de sus propósitos, impidió que se produjera el recambio de liderazgos que ella misma propició cuando partió a Nueva York.
Otro de los argumentos a que se alude es que, al no haber otro candidato con opciones, si no postula ella sería tal el caos al interior de la Concertación que, además de que la derrota sería segura, podría marcar su destrucción final.
Considerando la presión de sus más cercanos, quienes le expresan que no puede exponerse a ser la responsable de lo que ocurra, lo más probable es que dará la pelea.
Es, por lo demás, lo que confirmarían algunos indicios, como las cartas que ha mandó tanto a la Junta Nacional de la DC, como al Consejo General del PPD, las que no sólo confirman su inquietud por la situación política interna, sino en su contenido plantea una somera mirada a tareas de futuro.
Igualmente sintomático se considera en el mundo concertacionista la fuerza con que ha comenzado a operar su ex asesor Rodrigo Peñailillo, quién junto a María Angélica Álvarez (la Jupi) es quien se mantiene más cercano a ella. Una muestra es que fue él quien organizó la salida de las ex ministras bacheletistas criticando el método de las encuesta Casen, donde los resultados demostraban que la pobreza se había reducido en estos dos últimos años, lo que no sucedió durante su mandato.
En este caso es cierto que se quiso enfrentar al actual gobierno por lo sensible que es el tema para ella, pero no son sus diferencias con La Moneda o con el oficialismo lo que más le preocupa a Bachelet, sino los problemas que estaría conminada a zanjar en la Concertación, con el propósito de aminorar al máximo el riesgo de que esos conflictos conspiren en contra de su intención de regresar a La Moneda.
Como apuntan quienes la conocen, ésta es la situación que la ha contenido para definirse, pero como el tiempo transcurre, es probable que deba hacerlo incluso más temprano de lo que ella misma quisiera.
Es que aun cuando su cargo en la dirección de la ONU Mujeres termina en diciembre, existe la información de que tres meses antes tiene que decidir si permanece otro período, por lo que posiblemente en septiembre se termine la incertidumbre, si es que existe.
Escalona vs. Girardi
En caso de que su situación en la ONU la obligue a definirse antes de las elecciones municipales de octubre, su situación puede ser más complicada, porque todo indica que el principal problema que afecta al conglomerado podría profundizarse aún más.
Una realidad indiscutible es que lo que más tensiona a Bachelet es precisamente la guerrilla del eje PS-DC con el frente de izquierda, desatada con fuerza cuando el PPD junto a los radicales y el Partido Comunista notificaron que irían en una lista propia de concejales.
Como en gran medida detrás de esta pugna se esconde una lucha por ganar la hegemonía de la oposición, con el fin de lograr un mejor posicionamiento frente a ella, se le hace difícil inclinarse abiertamente por el sector que lidera el actual presidente del Senado, Camilo Escalona, no considerando la importancia que puede adquirir el frente de izquierda que comanda su antecesor, el senador PPD, Guido Girardi.
Por los indicios que ha dado, todo indica que, racionalmente al menos, está más cerca del eje PS-DC, no sólo porque concuerda con la tesis que defienden quienes están al mando del PS de que no se puede aislar a la DC, sino además porque parte de la base que Escalona, en conjunto con algunos próceres DC como Gutenberg Martínez, dan más garantía de gobernabilidad que el bloque liderado por Girardi, con quien ni siquiera tiene cercanía.
Prueba de ello es el respaldo que le entregó al presidente del Senado en la carta que le mandó cuando asumió su cargo, la que fue interpretada como una especie de mandato para que ejerciera un liderazgo abriéndose al diálogo con el gobierno, con el doble propósito de detener la embestida oficialista por su participación en el 27/F, además de tratar con ello de unir a la Concertación.
Pero ni los esfuerzos de Escalona, ni el respaldo que le dio al bloque DC-PS con la inesperada carta a la Junta del partido que preside Ignacio Walker, fueron suficientes para contrarrestar la arremetida girardista.
Como una demostración de que el senador PPD no está dispuesto a claudicar, basta consignar que logró instalar sin problemas al senador Jaime Quintana -uno de sus más cercanos- en la presidencia de dicho partido, quien al asumir su cargo fue el encargado de desahuciar el incipiente diálogo de Escalona con La Moneda, que el propio presidente del Senado decidió dar por terminado luego de la quitada de piso del PPD.
La explicación que entregan en el girardismo para adoptar esa actitud, es que pretenden demostrar que ni Escalona, ni el eje PS-DC, tienen la fuerza suficiente como para transformarse en los adalides de quienes pretenden recuperar el poder con Bachelet.
Con el estilo que se le reconoce al senador PPD, decidió incluso dar uno paso audaz cuando impulsó a su partido a ser el primero que declara oficialmente el respaldo a la opción de Bachelet, como ocurrió en su Consejo General.
La intención reconocida de dicho sector, que sabe que es más lejano a la ex presidenta, es aparecer como imprescindible, tanto en la campaña como en un eventual futuro gobierno, para lo que exhiben que son ellos los que están aliados con la izquierda, mientras también son los que han logrado más cercanía con las organizaciones sociales.
En este cuadro no puede ignorarse que, pese a que la ex presidenta aparece más cerca del bloque PS-DC, ella misma en la carta al Consejo del PPD les reconoce sus méritos e incluso hace un llamado a la unidad e integración de otras fuerzas políticas y sociales, lo que se prestó para que algunos interpretaran que no desestima la tesis de crear un referente que supere a la Concertación, precisamente la que ha sido propiciada por Girardi.
Medición de fuerzas
Como sea, es indesmentible que Bachelet está entre dos fuegos, por lo que la tarea que le espera no parece fácil.
Eso explica que no sean pocos los que consideran que la idea de que con su solo regreso se terminarían los problemas, no parece suficientemente realista, menos cuando detrás de los actuales conflictos, además de la lucha de poder, se esconden diferencias que no son menores, tanto relacionadas con el tipo de coalición que la respaldaría, como en las ideas o propuestas que debería contener un programa.
En este contexto, uno de los factores que genera más dudas es si será capaz de ejercer el liderazgo que se requiere para poner orden en los partidos, teniendo en cuenta que ésa no es una de sus principales fortalezas, como lo confirma el que durante su gobierno emergió el fenómeno de los díscolos que no supo contener.
Para las decisiones que deberá enfrentar, asoma como especialmente importante lo que ocurra en las municipales, porque si ocurre lo que indican algunos expertos, la lista del frente de izquierda obtiene un resultado similar a la del eje PS-DC, este último perdería fuerza, con consecuencias que podrían enredar aún más el panorama para Bachelet.
De darse esa situación, en parte podría obligarla a darle más importancia al bloque de Girardi, que incluso por intermedio del senador Quintana ha dicho que ella no puede regresar con un programa moderado, lo que necesariamente le crearía conflictos al menos con la DC.
Pero no es todo, porque un resultado electoral que fortalezca a la izquierda, también podría incidir en las primarias en las que Bachelet se ha mostrado dispuesta a participar. Lo complejo, en este caso, no es el riesgo de perderlas, sino el tenor que éstas podrían adquirir.
Más que la competencia -si es que se da- con un candidato DC, lo que asoma como un riesgo impensado es la confrontación con el senador José Antonio Gómez, quien ahora está decidido a llegar hasta el final, sin que se descarte que se sumen a él el PC, bases del PPD o grupos sociales. Con Gómez enarbolando las banderas de izquierda por un lado, frente a las más liberales de Andrés Velasco –si es que lo dejan competir- Bachelet debería manejarse en una disputa que probablemente la haría caer del pedestal en el cual se encuentra.
El lío es que en este panorama, aun cuando Bachelet quisiera prescindir de los partidos, no podrá hacerlo, sino por el contrario, se expone a pasar meses intentando zanjar las disputas entre ellos, o restaurando las confianzas dañadas.
Es cierto que parecería que estos problemas no dañan al menos su popularidad, pero está claro que las condiciones en que se daría el aterrizaje podrían afectarla para la contienda final.