¿Qué ocurre con las mujeres y las muchachas? ¿Por qué somos siempre relegadas? ¿Por qué no podemos escoger aquello en lo que queremos participar? ¿Por qué siempre hemos de correr a la primera fila en lugar de quedarnos tranquilas y a solas cuando no deseamos participar? ¿Será acaso porque, como mujeres, somos fuertes y poderosas, porque somos el cimiento de nuestra sociedad?
La primera vez que oímos hablar del VIH en Nigeria, nuestra patria, era en relación con hombres que morían en las minas o con choferes de camiones de largas rutas que regresaban a casa a morir. Pero antes de llegar a musitar unas palabras de agradecimiento al Señor porque las mujeres no contraían el odioso virus, el sentido común obligaba a recordar que cualquier cosa que contrajera un hombre, buena o mala, con toda seguridad iría a parar a su casa.
Hace unos diez años, cuando llegué a la escena del SIDA siendo una joven a la que dejaron atrás y que no estaba segura de querer participar en aquella situación, la mayoría de los involucrados y los más activos eran hombres. Los muchachos estaban por doquier, luchando denodadamente, presionando con fuerza a la poderosa industria farmacéutica (el lobby farmacéutico) para garantizar el acceso a medicamentos antirretrovirales capaces de salvar vidas, elevando sus voces para promover un cambio y reclamando espacio para las personas que vivían con el VIH. Las pocas mujeres que vi en la escena mundial eran verdaderas amazonas, y me pregunté de dónde habría salido aquella raza. Osaban pisar allí donde los ángeles temblaban; eran fuertes y poderosas; ellas también reclamaban un espacio para las personas que vivían con el VIH.
En la actualidad las mujeres están en todas partes. Sus turnos de trabajo se han duplicado y pasado de la atención de maridos, amantes, padres, hijos, amigas, hermanas y nietos enfermos, a la lucha en las calles, en los parlamentos y en el escenario. Al ganar acceso a medicamentos que preservaban la vida, dejamos de morir y descubrimos un nuevo espíritu y una nueva pasión por la vida, lo que permitió que nuestras antecesoras descansaran y nos entregaran la antorcha. Juntas emprendimos la marcha, las mujeres y las niñas, como soldados incansables y convertida cada una en el hombre de su casa, portadoras de la carga física, financiera y emocional de nuestros hogares, que ahora son regidos por mujeres.
En nuestra condición de madres, abuelas, hijas y hermanas participantes en el movimiento contra el SIDA, comenzamos a educar a las personas y creamos centros comunitarios y grupos de apoyo sin pedir nada a cambio, pero recibiendo más de lo que habíamos previsto. La carga de este epidemia fue colocada de lleno sobre nuestros hombros cuando nos dedicamos a hacer trabajo voluntario no remunerado -y en muchos casos aún lo hacemos- en clínicas y como cuidadoras en el hogar, y a viajar por el mundo como figuras exóticas y voces del espectáculo "La feminización del VIH". Cantamos y bailamos frente a presidentes visitantes y a idiotas con actitud de rechazo, y frente a tribunales cuando nuestro acceso a los medicamentos se vio amenazado. Aquellas de nosotras que vivíamos con el VIH tomábamos nuestras pastillas y nuestras frágiles espaldas se fortificaron, en tanto que nuestros hermosos cuerpos cambiaron de forma y configuración. Las pastillas que nos salvaban la vida hurtaron nuestras bellas figuras femeninas. Vimos adelgazar nuestras caras, piernas y brazos al tiempo que nuestros estómagos y espaldas se abultaban. Pero aquello no tenía importancia: estábamos vivas y perder nuestras figuras maravillosas era mejor que estar sepultadas a seis pies bajo tierra en una caja de madera. Así eran las cosas entonces; ahora es diferente.
El eslogan es "llegar a cero:" cero nuevas infecciones, cero muertes causadas por el SIDA y cero discriminación, una visión admirable, pero que también constituye un desafío. La biliosa frase "madre a hijo" me deja un sabor amargo en la boca; son palabras que tratan de debilitar nuestras espaldas fortalecidas. Me alegra ver que el ONUSIDA ha dejado de referirse a la transmisión tóxica de madre a hijo, pero muchas otras organizaciones y organismos han decidido seguir culpándonos de infectar a nuestros bebés. Insisto en utilizar la frase "transmisión del progenitor al hijo", porque se necesitan dos progenitores para asegurar la eficacia de los cuatro elementos de la prevención de la transmisión maternoinfantil del VIH:
Elemento 1| No habrá VIH en las mujeres y muchachas que están en edad de procrear si nuestras parejas nos prestan alguna atención.
Elemento 2| Ciertamente podemos poner fin a los embarazos no deseados de mujeres que viven con el VIH si se asigna a los hombre el papel que deben desempeñar.
Elemento 3| La puesta en práctica de la prevención de la transmisión maternoinfantil del VIH requiere de manera apremiante el apoyo de los dos progenitores, quienes deben aceptar la responsabilidad conjunta. ¿Por qué hay programas completos en cuyo título se nombra a la mujer y que también recaen sobre los hombros de la mujer? Utilizar la frase "Transmisión maternoinfantil" implica que la madre es la culpable de que un niño inocente padezca del VIH. No es extraño que las madres se sientan culpables, responsables e incapaces de perdonarse a sí mismas cuando sus bebés resultan ser seropositivos.
Elemento 4| Es obvio que para que las madres, los bebés y las familias reciban apoyo es necesario ayudar y empoderar a los dos progenitores.
A medida que los promotores de la lucha contra el SIDA se esfuerzan por lograr el nivel cero de infecciones nuevas, las prioridades cambian al tiempo que la epidemia persiste, de modo que debemos hacer una invitación al recuerdo y repudiar la amnesia. Debemos recordar el número incalculable de mujeres que no pueden negociar relaciones sexuales seguras ni protegerse de la transmisión sexual del VIH, ni de otras enfermedades transmisibles por vía sexual. Deberíamos proclamar a voz en cuello nuestra indignación por el hecho de que la violación de mujeres y niñas se ha convertido en un arma de guerra aceptable, y recordar la violencia física y sexual que demasiadas de nuestras hermanas soportaron porque se atrevieron a decir que no. Deberíamos recordar a las mujeres que están encerradas y a las que se niegan sus derechos, solo porque son profesionales del sexo que osaron usar sus cuerpos como negocio propio. A medida que avanzamos hacia el nivel cero, deberíamos asegurar un espacio para nuestras camaradas rehabilitadas a las que se niegan agujas limpias o terapias sustitutivas.
En un mundo de prioridades en evolución, ¿podremos reservar algunos recursos para tecnologías preventivas aplicadas por la mujer, como los microbicidas y los preservativos femeninos, a fin de apoyar a las mujeres seropositivas y no solo proteger a las seronegativas? ¿Podremos atrevernos a examinar aquellas leyes y políticas nacionales que determinan que la mujer es un ciudadano de segunda categoría? ¿Podremos concebir, dicho sea sin juego de palabras, que los derechos de la mujer incluyan los derechos sexuales, reproductivos, de herencia y de propiedad?
Recientemente los dirigentes del ONUSIDA, ONU-Mujeres y el Fondo de Población de las Naciones Unidas declararon colectivamente que los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres que viven con el VIH no son negociables. Así es; así será y así tiene que ser, no solo porque lo merecemos, sino porque lo exigimos:
• Exigimos leyes que nos protejan de la violencia, el abuso y la discriminación.
• Merecemos que nuestra ardua labor sea debidamente remunerada.
• Exigimos tener voz y voto en la adopción de decisiones que afecten nuestras vidas.
• Necesitamos un aumento de los fondos destinados a apoyar iniciativas dirigidas por mujeres que viven con el VIH.
• Necesitamos programas que nos empoderen para poder ser responsables de nuestras vidas y de nuestra salud, y no limitarnos a ayudar a otros a cumplir sus proyectos y objetivos.
• Exigimos acceso a la educación formal y a programas de capacitación de manera que podamos obtener títulos y certificaciones y pasar de ser voluntarias no remuneradas a trabajadoras asalariadas.
• Exigimos leyes que protejan nuestro derecho a heredar propiedades y poseer tierras.
• Merecemos apoyo financiero y pedimos conservar a nuestros hijos cuando nuestro matrimonio o unión termine.
• Creemos que es nuestro derecho decidir cuándo, cómo y con quién tendremos o no un hijo.
• Exigimos que los programas para jóvenes se preparen teniendo en cuenta las necesidades de nuestras hijas adolescentes y de las jóvenes con VIH.
Por ultimo, rindo especial tributo a mis valientes y maravillosas hermanas: Temitayo Oyedemi, Yinka Jegede, Vuyiseka Dubula, Beatrice Were, Alice Welbourn, Kate Thomson, Shaun Mellors y Gregg Gonsalves.
MOROLAKE ODETOYINBO es fundadora y Directora de Proyecto de Positive Action for Treatment Access Nigeria, Presidenta de la Junta de la International Treatment Preparedness Coalition (ITPC) y miembro de la Junta del Fondo Mundial de Lucha contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria en representación de las comunidades. La Sra. Odetoyinbo es activista, promotora, escritora, capacitadora, oradora, productora de radio y televisión y presentadora. Se ha ocupado de cuestiones relacionadas con la mujer, las personas con discapacidad y las personas que viven con el VIH.