Transcribo para el blog un extracto del libro "
Neoliberalismo. Una breve introducción" de Manfred B. Steger y Ravi K. Roy (Alianza Editorial), que estoy leyendo para la realización de un trabajo. Es un complemento perfecto al visionado del documental de Charles Ferguson '
Inside Job' (podéis visualizarlo
aquí), para tratar de entender las causas de la actual crisis del sistema.
El libro en cuestión es muy recomendable, con alrededor de 200 páginas de lectura sencilla pero esclarecedora, y podéis encontrarlo en edición de bolsillo, más económica. Como dice el título, su función es de introducción, pues el número de páginas no permite una densidad mayor. No obstante, y en mi opinión, toca todas las teclas que se tienen que tocar, y junto con la lectura de "Algo va mal" del historiador Tony Judt, que ahonda más en los antecedentes históricos, resulta muy aconsejable para quien quiera comprender las causas y orígenes de la actual coyuntura, sin ahogarse en números, cifras y estadísticas, y con un estilo ameno y sencillo.
Hecha la publicidad, allá va el texto. No transcribo el cien por cien, y el subrayado es mío.
Durante los años 80 y 90 el mercado de hipotecas estadounidense se vio espoleado, porque consecutivamente hubo tres gobiernos neoliberales que elevaron los límites de los préstamos que podían solicitarse y redujeron los requisitos para hacerlo. Desde que
Reagan subió al poder, la Administración americana alentó la desregulación de la industria de servicios financieros. Probablemente la propuesta más relevante en este aspecto fue la liquidación de la
Ley Glass-Steagall, firmada por el presidente Roosevelt en 1933 para impedir que los bancos comerciales intervinieran en la actividad inversora de Wall Street.
Después de todo, la crisis del 1929 y la Gran Depresión que vino tras ella habían demostrado de manera palpable el peligro que entrañaba permitir que las sociedades de ahorro y préstamo se involucraran en el frenesí especulativo de Wall Street, sin terminar en la bancarrota, como muchas entidades de entonces, y sin que los clientes perdieran sus activos.
En la primavera de 1987 el Tribunal de la Reserva Federal votó a favor de que se relajaran algunas de las regulaciones contenidas en la Glass-Steagall, argumentando que desde los oscuros días de la Gran Depresión ya se habían instaurado tres controles muy serios sobre la especulación corporativa, los cuales eran más que suficientes para garantizar que no se produciría otra crisis económica a gran escala:
1) La comisión de Valores y Cambio;
2) el alto nivel de sofisticación de la mayoría de las inversiones;
3) las agencias independientes de Asesoría Crediticia, como Moody's Investors Services, que hacían llegar información fiable a los inversores.
A principios de los 90 los grandes bancos comerciales, como J.P.Morgan, Citicorp o Chase Manhattan, tenían autorización de la Reserva Federal para suscribir títulos de valores. En 1996, el Alto Tribunal de la Reserva, bajo presidencia de
Alan Greenspan, dio instrucciones para que las compañías bancarias pudieran poseer como afiliados bancos de inversión que tuvieran hasta el 25% de sus negocios en acciones.
En 1999 el Congreso votó a favor de que se anulara la Ley Glass-Steagall; el presidente Clinton firmó las órdenes por las que se eliminaban las restricciones que impedían a los bancos comerciales poseer bancos de inversión.
Esta serie de desregulaciones neoliberales trajo consigo una oleada de fusiones que derivaron en inmensos conglomerados de servicios financieros, que deseaban con avidez iniciar actividades bursátiles en áreas que no tenían necesariamente que ver con su negocio. Los derivados, los futuros financieros, las permutas de moras crediticias y otros instrumentos relacionados (...)
Protegidos por la política monetarista del presidente Greenspan, que mantenía bajas tasas de interés y alentaba el crédito, los bancos de inversión ampliaron sus mercados de capital comprando arriesgados créditos subprime a los agentes hipotecarios, que ante el señuelo de las comisiones estaban aceptando hipotecas inmobiliarias con una entrada reducida o nula y sin verificación del crédito. Estos productos, cada vez más extendidos en Estados Unidos, eran hipotecas de interés variable, sometidas a las fluctuaciones de las tasas de interés a corto plazo. Los bancos de inversión no dejaron escapar estos préstamos de alto riesgo, sabiendo que podían revender dichos activos -con sus correspondiente riesgo- incluyéndolos en paquetes de valores compuestos que ya no estaban sometidos a regulación gubernamental. De hecho, uno de los más complejos instrumentos financieros innovadores, las llamadas "obligaciones de deuda colateralizadas", solían ocultar los préstamos conflictivos escondiéndolos entre activos de menor riesgo para revendérselos a inversores inexpertos.
Pero si la garantía era tan baja, ¿por qué seguían invirtiendo las personas y las instituciones en estos valores respaldados por hipotecas? Podemos pensar en tres razones fundamentales. Primero, como se ha dicho, los esotéricos paquetes de valores solían ocultar el nivel de riesgo implicado y los inversores no comprendían la complejidad de los nuevos fondos de inversión. Segundo, los inversores confiaban en la excelente reputación de unos gigantes financieros de la talla del Bank of America o Citicorp. Tercero, se creían el contenido de los informes de calificación positiva que emitían Standard and Poor's o Moody's, sin darse cuenta de que estas empresas estaban también involucradas en la creciente burbuja especulativa. Para maximizar sus beneficios estos gigantes de la calificación bancaria tenían un interés bastardo en que crecieran los mercados de valores y por eso pintaban los intereses inherentes con un tono exageradamente optimista.
Los altos rendimientos que se obtenían de estos nuevos fondos de valores atrajeron cada vez más a inversores de todo el mundo. Pronto se llegó a manejar un billón de dólares en lo que dieron en llamarse "activos tóxicos". A mediados de 2007, la apisonadora financiera se quedó sin fuelle, en el momento en que el precio de las propiedades americanas, muy sobrevaloradas, empezó a caer, y las ejecuciones de hipotécas se dispararon. Los inversores se dieron cuenta de los graves riesgos que escondía el mercado de valores y retiraron su confianza. En consecuencia, el valor de los fondos de hipotecas se desmoronó y los bancos intentaron desesperadamente, aunque en vano, eliminar de alguna manera las deudas que aparecían en sus balances.
Algunas de las instituciones financieras más importantes y reverenciadas, aseguradoras y entidades suscriptoras de préstamos hipotecarios avaladas por el Estado, como Lehman Brothers, Bear Stearns, Merrill Lynch, Goldman Sachs, AIG, Citicorp, J.P.Morgan Chase, Indy Mac Bank, Morgan Stanley, Fannie Mae y Freddie Mac, por mencionar algunas, o bien se declararon en bancarrota o tuvieron que ser rescatadas por lo que ha sido el más espectacular giro hacia la "nacionalización" que jamás se halla visto en América desde la Gran Depresión. Para mayor ironía, el gobierno de Bush apoyó la compra de hasta 700 000 millones de dólares en títulos de hipotecas embargadas, a cambio de tener participación en el negocio. Gran Bretaña y la mayoría de los demás países industrializados hicieron lo mismo, y apoyaron la concesión de rescates de miles de millones, confiados en que inyectando semejantes cantidades de dinero a los convalecientes mercados financieros apuntalarían unas instituciones "demasiado importantes como para dejar que se derrumben". Pero los generosos paquetes de rescate lo único que consiguieron fue permitir que los fuertes conglomerados financieros gastaran aun más dinero, sin tener que declararse en bancarrota. El coste que han pagado los contribuyentes de todo el mundo es verdaderamente abrumador: las generaciones futuras tendrán que reponer los billones de dólares que se han utilizado para financiar estos programas de rescate.
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Con todo, una de las principales consecuencias del fracasado sistema económico fue que al intentar reconstruir su capital base, los bancos apenas podían seguir concediendo altas sumas de dinero en préstamos. El flujo crediticio quedó reducido a un suave goteo y las empresas e individuos que confiaban en estos préstamos encontraron mucha dificultad para obtenerlos. Esta reducción de crédito afectó a la rentabilidad de muchos negocios, que se vieron forzados a reducir la producción y a despedir trabajadores. La tasa de desempleo se disparó, al tiempo que los mercados mundiales de valores caían estrepitosamente (...)
Una tras otra, las economías de todos los países del mundo se sumían en la recesión. Las predicciones del Banco Mundial para marzo de 2009 indicaban que por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial tanto la economía global como el volumen de comercio internacional se retraerían. El informe también destacaba que el golpe sería particularmente duro para los países en desarrollo (...). La crisis "financiera" global se había convertido en una crisis "económica" global.
Y a continuación, una interesante tabla comparativa:
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Así son las cosas, y así nos las cuentan algunos.