Mario Papi Beyer
Decano Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales
Universidad Miguel de Cervantes
Francia eligió presidente por primera vez mediante sufragio universal en la Segunda República (1848). Fue electo Luis Bonaparte con casi el 75% de los votos, quien, comprendiendo las posibilidades de su diálogo directo con el pueblo, logró ser designado emperador vitalicio (Napoleón III) tras sucesivos plebiscitos. Así surgió la denominada democracia plebiscitaria.
Ella nace con la crisis de la representación política y el fracaso de los partidos. La falta de legitimidad que ello acarrea al sistema suele suplantarse con la personalización de la política. El debilitamiento del sistema representativo abre las puertas al populismo y permite el surgimiento de líderes que tienen "respuesta al impasse", mediante su conexión directa con el pueblo sin mediaciones institucionales ni partidarias.
Un ejemplo claro de lo anterior lo constituye la elección de Hugo Chávez: frente al fracaso del sistema de partidos en Venezuela, pudo erigirse como el único interlocutor del pueblo sin mediaciones institucionales, adquiriendo un capital político personal e intransferible y prolongando su permanencia en el poder mediante plebiscitos. Los plebiscitos, normalmente, favorecen a quien los solicita.
No obstante, esa consulta popular se presenta como la forma más transparente de participación. Sus defensores omiten o desconocen que ésta se transforma fácilmente en el mejor instrumento para la manipulación. Basta, como se ha dicho, una redacción mañosa de la pregunta o el amontonamiento de temas. El mecanismo termina eliminando el carácter deliberativo de la democracia. Si los problemas se reducen a un "sí o no", resulta innecesaria la reflexión y se anula el debate.
Se afirma con razón que la democracia plebiscitaria privilegia la popularidad sobre la responsabilidad de gobernar. Por otro lado, con ella el Congreso queda subordinado al Ejecutivo y su función limitada a la legitimación de los actos de éste.
Para Sartori ese sistema establece un mecanismo de decisión de suma cero porque impone el gobierno de la mayoría excluyendo los derechos de la minoría. La primera gana todo y la segunda pierde todo. Al ser una decisión secreta, la decisión "tipo-referéndum no puede ser moderada mediante intercambios, arreglos o correcciones". Maximiza el conflicto y representa la encarnación más perfecta y menos inteligente de "una tiranía sistemática de la mayoría". Hace muy difícil, si no imposible, limitar el gobierno de la mayoría, que es esencial para el funcionamiento de una sana democracia.
Según ese autor, este mecanismo pone sobre la opinión pública una responsabilidad mayor que la que soporta en la democracia representativa pues el ciudadano se transforma de "elector" en "decisor". Esto plantea el problema del "conocimiento": la cuestión de resolver con un "entendimiento competente", que exige en muchos asuntos un estudio acucioso y un debate reflexivo que dé cuenta, por ejemplo, de las "interdependencias intrincadas" o de "los efectos generales de las asignaciones y reasignaciones de los recursos".
La pasión que concitan las contiendas plebiscitarias impide el debate sereno y fundado. Reducir los asuntos políticos, cada vez más complejos, a un simple "blanco o negro", plantea la duda de si quienes pretenden modificar apresuradamente la democracia representativa con plebiscitos, tal vez "ni siquiera han comenzado a arañar en la superficie de los problemas planteados por su pretensión".
Nuestro régimen político necesita de reformas institucionales -incluso el estudio de un nuevo texto constitucional- y cambios en el sistema electoral que posibiliten un mejor desempeño democrático, pero eso requiere del debido y sereno examen, que asegure el cumplimiento de los objetivos que se pretenden y evite los serios riesgos que conlleva la precipitada aprobación de un sistema plebiscitario.
El tema inquieta porque se pretende reformar la Constitución e introducir nuevos tipos de plebiscito para resolver problemas que deben abordarse en su propio mérito y no necesariamente modificando el sistema político y, además, bajo presión y con urgencia. Nuestro Congreso tiene experiencia en reformas constitucionales mal estudiadas como la que permitió, en un régimen presidencial, renunciar a los parlamentarios para ser ministros y a éstos dejar sus cargos para ser designados en el Parlamento, lo que hoy se lamenta y censura
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
Diplomado en "Gestión del Conocimiento" de la ONU
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