La película "El discurso del Rey" plantea el caso del Rey Jorge VI y todo el proceso de tratamiento de su tartamudez desde que era príncipe, hecho que era un problema para el desempeño de sus funciones, máxime cuando finalmente fue coronado luego de la abdicación de su hermano.
En aquellos años, la radio abría a la Inglaterra colonialista, la posibilidad de que los discursos de la realeza se difundieran por todas sus colonias en el mundo. Es expresiva la escena que muestra la sala de transmisión de la BBC "Imperial" con todos los equipos transmisores para cada una de las colonias o territorios por los cinco continentes. Y Jorge tartamudeaba quedando en sufrido silencio durante eternos segundos, luchando con lo que tenía para decir y no pronunciaba…
El filme muestra como la esposa del príncipe (Isabel) se empecina en buscarle algún tratamiento, mientras él se ubica en un término medio entre el "quiero-no quiero", en medio de tratamientos bastante vergonzantes, donde todos se concentran en "la voz, la tartamudez".
Finalmente, llega al encuentro de quien lo acompañará a transitar el camino de superación de su tartamudez, Lionel, un actor australiano venido a menos y que se ha especializado en el tema de "los problemas del habla".
Interesante, bien llevada la narración, la película nos relata un proceso que no es lineal, que está lleno de vericuetos, de altos, de retrocesos, de enojos y de alegrías, de intrigas y xenofobia… la primera queja del príncipe habla del cambio: en lugar de focalizarse en "su problema" con la voz, Lionel indaga -por primera vez- en asuntos de su vida particular…
Lo que vemos en esta película tiene mucho de un verdadero proceso de coaching. Existe una limitación, la conciencia de ésta y un cierto deseo de superación, todos los miedos y sentimientos de "no poder", para lo cual se contrata a Lionel.
La zona de comodidad del príncipe Jorge es más o menos obvia: acompañar y sostener a la realeza, desde un lugar de apoyo, siendo incondicional de su hermano mayor (Eduardo VIII) como heredero de la corona. Ha sido criado para eso, para ser "segundo" y la tartamudez lo exime de ocupar algún lugar notorio…
La incomodidad o sufrimiento también es obvia: mal que le pese, ha de pronunciar discursos donde todo el mundo está expectante por sus palabras, y hasta es un obstáculo en la comunicación con sus hijas Elizabeth y Margarita. Es muy interesante cuando discute con su hermano el Rey Eduardo VIII, y queda totalmente trabado y sin capacidad de responderle, hecho que lo contacta -una vez más- con su limitación.
El papel de Lionel, como coach, no es menos interesante. Rechazado como actor, australiano y por lo tanto un "ciudadano de segunda" en la Londres imperial, sin títulos universitarios, Lionel es otro sobreviviente. Tras una máscara en la que se muestra seguro y hasta soberbio, Lionel sobrevive como puede en un apartamento en un subsuelo, húmedo y descascarado.
Como coach, se plantea muy acertadamente que sin la voluntad de Jorge, ningún tratamiento será posible y es bien interesante observar los diálogos tensos, donde desafía y provoca al esquemático príncipe. Es que Jorge ha construido al su alrededor toda una coraza de excusas y razones para no salir de su zona de comodidad: que no puede, que nació así, que los tratamientos "no sirven", los esquemas de la realeza y el lugar y distancia que deben poner a los demás… Jorge tiene toda una construcción (aprendida) de "lo que es correcto e incorrecto", de "lo que se puede y no se puede", donde su lugar no ha de ser de destaque.
Me detendré en una escena en la que Lionel tiene la certeza que su cliente "tiene potencial" y podría ser el Rey. Sabe del desastre que es el hermano y su actitud como Rey, de los rumores de la abdicación, y se da cuenta de la potencialidad del príncipe Jorge.
Entonces, lo invita a pasear y dar una caminata, donde lo irá desafiando… Sin embargo, comete un pecado frente al coachee o coacheado: lo empuja a donde él quisiera llegar, a dónde a él le gustaría que su cliente vaya, donde le parece que es el mejor lugar para su cliente: le dice que debería ser el Rey, que tiene las mejores condiciones.
Obviamente, Jorge responde con enojo, marca el límite sobrepasado y lo abandona, muy muy enojado… para el príncipe, esta proposición es "traición", nada más lejos de toda su formación como "segundo" fiel e incondicional a la corona.
Y acaso ahí pudo estar el fin del proceso, y casi lo estuvo…
Quería reflexionar sobre este punto. Siempre nos puede pasar que "nos gustaría" que nuestro cliente estuviera en tal o cual lugar, que "es una pena" si no da tal o cual paso… Ahora bien, esa es una actitud que falta el respeto al otro.
No es donde nos guste a nosotros que irá el coachee, no somos nosotros los que hemos de decirle hacia donde debe ir. Hacer eso es ubicarnos en un rol paternalista, de alguna forma "superior" al cliente ("yo sé lo que te conviene"). Por eso, en coaching, trabajamos para que las personas alcancen aquellos lugares donde quieren estar, y nuestra tarea es la de apoyarlos incondicionalmente, sin juicio. Y si acaso sospechamos que hay lugares mejores, si acaso percibimos los boicots del cliente para no brillar, entonces, trabajaremos para que la propia persona haga sus procesos tenga sus "darse cuenta" y elija ir hacia donde quiera ir.
Es más difícil que dar una receta. Obvio!
Finalmente, pudieron volver a andar juntos, pidiendose disculpas y focalizando en el proceso a continuar… ahora sí podían retomar aquél camino, sinuoso, arduo, como la vida y nuestros procesos… desde el respeto mutuo y la horizontalidad.
A la hora del coaching:
Como cliente: Cuidado con comprar bastones, recetas o soluciones fáciles a nuestros problemas.
Como coach: Cuidado con pararse en la certeza, la omnipotencia y el paternalismo, dando consejos.
@2011 Gustavo Nisivoccia
"El discurso del rey"/The king's speech.
Dirección: Tom Hooper.
Reino Unido. 2010. Colin Firth (Bertie, rey Jorge VI), Geoffrey Rush (Lionel Logue), Helena Bonham Carter (reina Isabel), Guy Pearce (rey Eduardo VIII), Jennifer Ehle (Myrtle Logue), Derek Jacobi (Cosmo Lang), Michael Gambon (Jorge V), Timothy Spall (Winston Churchill), Anthony Andrews (Stanley Baldwin).