La demanda de litio está creciendo a nivel global porque es el material más eficiente para el desarrollo de las baterías y, en especial, es la mejor alternativa de almacenamiento de energía para la expansión de los autos híbridos y eléctricos. La reducción de las reservas de petróleo, el aumento de su precio y los efectos que generan los hidrocarburos en el calentamiento global van a desplazar la prioridad a estas nuevas tecnologías. Y, por otro lado, además de sus múltiples usos industriales y aplicaciones metálicas, el litio también es muy eficiente en la producción de tritio para la fusión nuclear, que se espera pueda reemplazar a las actuales centrales de fisión nuclear. La gran diferencia medioambiental entre ellas es que la fusión no genera desechos radiactivos. La primera central experimental de fusión nuclear, del proyecto multinacional ITER emplazado en Francia, podría entrar en funciones el año 2017 y se prevé que a fines de siglo podría transformarse en una de las fuentes de energía dominantes a nivel mundial.
Actualmente, Chile tiene el 40% de las reservas probadas de litio y tiene ventajas competitivas para su explotación respecto de otros países. Pero eso está cambiando. Viene una ola de inversiones que va a reestructurar este mercado y el mapa de sus actores. Se han descubierto nuevos yacimientos, se están probando las reservas probables y está comenzando su explotación más intensiva.
Este cambio tiene efectos geopolíticos, en tres planos distintos.
El primero es si se trata de un producto estratégico y qué entendemos por eso.
El uso del litio en las armas nucleares llevó a que Chile lo considerara un mineral no objeto de concesión, porque era una reserva militar "estratégica". De hecho, esta medida proviene de un Decreto Ley dictado con anterioridad al Código de Minería y a la Ley de Concesiones Mineras. Junto con la retención de Codelco en manos del Estado, éste fue de los pocos triunfos del sector nacionalista del gobierno militar versus las posiciones liberales de entonces. En los años '70 la carrera nuclear estaba en su apogeo y la bomba de hidrógeno era el estándar del futuro. Sólo los tratados que limitaron su proliferación y los sucesivos acuerdos para desmantelar arsenales atómicos redujo la importancia del litio. No es que una nueva tecnología lo haya dejado en desuso, sino que una decisión política limitó su expansión.
Ahora bien, esa concepción de que lo "estratégico" de un producto está ligado a su potencial militar también está obsoleta. La mirada hoy es distinta.
Esto es, el tratamiento del litio como un mineral estratégico estuvo asociado directa y esencialmente a ese potencial militar. La apreciación de ese potencial nuclear hoy es distinta, pero sobre todo esa concepción sobre lo "estratégico" de un producto también está obsoleta.
No hay espacio como para repetir en el litio el modelo de concesiones de los años '80. Se requiere un nuevo consenso que cuide la posición geopolítica de Chile en este mercado emergente.
La regla general de los productos es que son un commoditie cuando hay una pluralidad de vendedores y compradores, que amortiguan cualquier alteración de su disponibilidad y, por lo tanto, de su precio. En cambio, un producto o un mercado es estratégico cuando son esenciales en la economía, como el petróleo o el acero; son indispensables para las necesidades inmediatas de la población, como lo vimos en la crisis alimentaria del año 2008; o el acceso a esos productos está condicionado a factores geopolíticos, ya sea porque existen barreras de entrada que deciden los países según sus alianzas (por ejemplo, la objeción de vender gas boliviano a Chile), porque hay problemas de disponibilidad de un recurso en el mercado (como ocurre con la caída de los inventarios del cobre o el impacto de una huelga en su precio) o son vitales para la economía de un país (como son los requerimientos industriales de China).
El alza en el precio de muchos commodities está vinculada a estos factores. En el caso de los minerales, por ejemplo, lo estratégico está cada vez más asociado a la seguridad de su suministro. Las fusiones de empresas globales, los estímulos y restricciones que están aplicando varios países a las empresas y las fuertes inversiones mineras están orientadas a garantizar el acceso a estos insumos básicos. Eso les otorga importancia geopolítica y la capacidad de influencia en esos mercados es una fuente de poder para sus países.
El litio está en esta categoría, porque es un combustible del futuro, como lo ha sido el petróleo. Su valoración estratégica sigue vigente, pero bajo este otro concepto.
Esto no significa, linealmente, que el Estado sea el único que pueda explotarlo, sino que no es razonable que se quiera someterlo a la misma lógica liberal impulsada en los años '80, como algunos promueven. Eso no es viable ni conveniente para Chile. En todo caso, mi opinión es que Codelco, que debe transformarse en una empresa minera global, no sólo de cobre, debería entrar agresivamente a desarrollar proyectos de litio a partir de las reservas disponibles en Chile.
El segundo es que estamos ad portas de un ciclo más intensivo en el uso del litio, en parte por la necesidad global de un cambio en la matriz energética.
La industria automotriz va a multiplicar su demanda por la necesidad de vehículos más económicos y más "verdes". El año pasado el Presidente Obama inyectó recursos a las moribundas empresas de Detroit para desarrollar más eficientes motores y baterías en sus modelos. Japón está financiando el proyecto de Toyota con Oroncobre en el salar de Jujuy. La Mitsubishi materializó un acuerdo con la empresa australiana Galaxy Resources para ser su proveedor de litio y tiene una alianza con GS Yuasa para el desarrollo de su tecnología. Nissan, BMW y Volkswagen anuncian modelos para el próximo año en base a baterías recargables. La emergente industria China, además de competir en estos modelos, busca bajar la dependencia de un petróleo menos accesible para ellos por la influencia política y militar que todavía ejerce Estados Unidos en los países productores. En todos estos casos los estados están involucrados en la reconfiguración de la industria.
A su vez, el proyecto ITER, que busca crear un reactor de fusión nuclear, comenzó como un pacto de colaboración entre Estados Unidos, la Unión Europea, Japón y Rusia, al que después se sumaron Corea del Sur, India y China. Todos ellos trabajan en un modelo experimental, Tokamak, que se instaló en Francia el año 2006. De hecho, esa decisión fue objeto de una dura disputa que estuvo cerca de dividirlos, porque Estados Unidos objetaba que el reactor se emplazara en Francia luego de su rechazo a la invasión de Irak. Y, por último, cabe destacar que Brasil quiere ingresar al ITER aportando fondos y minerales.
Esta energía va a ser una fuente de poder mundial y, desde luego, sus actores tomarán una posición de liderazgo global. Una de sus contrapartes van a ser los proveedores de litio, entre los cuales puede estar Chile.
El tercero es el mapa de las reservas de litio y qué ventajas competitivas va a tener cada país.
No hay una información acabada de cuántas reservas existen, pero la tendencia es a su expansión por las nuevas exploraciones y descubrimientos. Chile tiene grandes yacimientos, pero se sabe que Bolivia podría duplicar nuestras reservas, Argentina tendría niveles similares y se especula con grandes depósitos de litio en China, Rusia, Afganistán y Estados Unidos.
El triángulo entre Chile, Bolivia y Argentina ya adquirió relevancia mundial. Es considerado un poder emergente en un mercado estratégico. El desarrollo de su producción, infraestructura y comercialización puede tener sinergias entre los tres países y, por lo mismo, tiene el desafío de evitar tensiones políticas o militares por la pretensión de ganar ventajas limitando a uno u otro. La cuestión de la salida al mar de Bolivia volverá a tener la solidaridad de los países interesados en sus exportaciones de litio, como a principios del 2000 la tuvo en torno al gas natural. Chile tiene ventajas competitivas naturales que no requieren de una estrategia beligerante para preservar sus oportunidades.
Ninguno de nuestros países, sin embargo, está invirtiendo en el desarrollo de las tecnologías del litio: aleaciones, baterías o usos nucleares. De nuevo su lugar es básicamente la explotación primaria del mineral.
Chile tiene que salir de su parálisis actual, acelerar su explotación y construir alianzas para participar de la investigación y desarrollo de los usos del litio. En esta etapa esas son inversiones a una escala en las que Chile puede participar. Incluso, al igual que Brasil, Chile podría ser parte del proyecto ITER. Las reservas internacionales del país le permitirían considerar esa inversión y otras contribuciones minerales a la iniciativa.
El debate sobre su carácter estratégico tiene que ser práctico, no ideológico.
Y, por cierto, asumir que no hay espacio como para repetir en el litio el modelo de concesiones de los años '80. Se requiere un nuevo consenso que cuide la posición geopolítica de Chile en este mercado emergente.
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