La última semana me he releído An Introduction to Science and Technology Studies de Sergio Sismondo, un auténtico libro de cabecera para cualquier persona interesada en una aproximación social a la práctica científica. Uno de los capítulos que más disfruté leer fue el del papel del feminismo dentro de la ciencia. Aunque a primera vista parezcan temas muy dispares, los estudios de género han encontrado un campo muy fértil dentro de la producción de conocimiento. Inspirado en la genial entrega de cinco tomos de Alan Lazalde Internet es copyleft, me atrevo a emularlo con una antología similar, con la esperanza de que el tema les atrape y les aclare muchas dudas.
La construcción del género
Comencemos por dejar en claro cuál es la tarea de los estudios sobre ciencia y tecnología (S&TS). La ciencia tiene como objetivo fundamental descubrir, entender y teorizar acerca del mundo que nos rodea. Sin embargo, resultaría romántico — por no decir ingenuo — creer que la práctica científica está exenta de las nimiedades del mundo exterior. Por esta razón, los S&TS se dedican a estudiar a los científicos, la forma en que producen conocimiento, en qué condiciones trabajan, bajo que normas y valores éticos, y qué fuerzas sociales afectan la creación de la ciencia y la tecnología. En este sentido, una aproximación feminista se enfoca en diferentes puntos concernientes a los prejuicios de género, la división del trabajo científico, entre otros tópicos.
El género es uno de los temas más estudiados por la ciencia. Uno de los ejemplos más claros son las investigaciones ligadas al sexo por parte de biólogos y psicólogos, centrales en el nacimiento de disciplinas como la sociobiología. Como resultado, el feminismo se centró en sus inicios casi exclusivamente en cuestionar severamente la construcción científica del género. De hecho, muchas de las críticas más prominentes en el ramo de la biología eran biólogas, desafiando la calidad de los trabajos de sus colegas. Ésta fue la línea de investigación más clara de los S&TS feministas durante la primera mitad de la década de los ochentas.
Una de las obras cumbre es Myths of Genre (1985) de Anne Fausto-Sterling. En su trabajo, la bióloga muestra cómo los científicos fallan en entender los contextos sociales en los que se puede producir un comportamiento de género. Otra de las investigaciones más polémicas de Fausto-Sterling fue con niños hermafroditas, y cómo los doctores intervienen para colocarlos en uno u otro sexo, mostrando la forma en que los médicos actúan directamente en el refuerzo de los géneros establecidos.
Debido al aparente interés público del público general en biologizar las diferencias entre hombre y mujer — y de esta forma, haciéndolas parecer naturales para legitimizarlas — las críticas de autores como Fausto-Sterling abrieron la puerta al debate sobre la producción científica. Sin embargo, el alcance de estos trabajos es difícil de calcular, ya que las investigaciones sobre diferencias de sexo siguen siendo populares tanto en la ciencia como en los medios de comunicación.
Otra arista de los estudios feministas en S&TS fue sobre cómo las construcciones de género se encuentran incrustadas en el lenguaje de la biología. Emily Martin (1991) explora las metáforas comunes que describen la producción y encuentro del óvulo y el espermatozoide.
Martin señala que el óvulo se considera pasivo, ya que no emprende un viaje, sino que es «transportado», «depositado», o incluso «fluye» por la trompa de Falopio. En contraste, el espermatozoide es retratado como activo, ya que «entrega sus genes», «desencadena» el programa de desarrollo del óvulo, es «competitivo», y tiene una «velocidad» que es remarcada constantemente. Cuando el espermatozoide encuentra al óvulo, también existe una relación similar entre pasivo/activo. El espermatozoide «penetra» al óvulo «expectante». Este vocabulario sobrevive a pesar de que se ha demostrado que ambas células actúan durante la fertilización. Como señala Martin, la ciencia ha construido un "romance" basado en los roles estereotípicos — una historia que ayuda a reforzarlos.
Otro de los estudios feministas que ha realizado una observación similar es el de Londa Schiebinger (1993), quien argumenta que los mamíferos son llamados de esa forma debio al significado social y simbólico de los pechos en la Europa del siglo XVIII. Schiebinger muestra que los senos aparecen de forma prominente en la iconografía de la época como símbolo de maternidad y cuidado. Linneo introdujo el término Mammalia sobre la acepción previa Quadrupelia en 1758, en un contexto que incluía una campaña contra las nodrizas. La etiqueta sirvió para hacer del amamantamiento una característica natural definitiva de los seres humanos (y otros cuadrúpedos), y por lo tanto, sirvió como argumento para desalentar la contratación de niñeras.
En el caso de la tecnología, una de las investigaciones más interesantes es de Cynthia Cockburn (1983) quien argumenta que las elecciones sobre tecnología son normalmente el estudio de tensiones entre empleadores interesados en reducir costos o incrementar su dominio; y trabajadores masculinos interesados en mantener su paga y estatus — principalmente si esa posición viene de su diferencia con el trabajo femenino.
Los trabajadores industriales masculinos masculinos normalmente quieren trabajar con maquinarias y herramientas más pesadas, haciendo que su labor dependa de su fuerza física; o alternativamente, desean estar a cargo de las máquinas o en puestos gerenciales. Los empleadores, por otro lado, están más interesados en la mecanización de los procesos, sea porque simplemente quieren incrementar la eficiencia del trabajo, o para contratar empleados menos hábiles y peor pagados — a menudo, mujeres. Mecanización y feminización van de la mano. Si le damos la razón a Cockburn, incluso las tecnologías industriales están tremendamente asociadas al género.
Sirva esta primera entrega para dejar claro la forma en que la ciencia y la tecnología contribuyen a la construcción social del género, de manera que a veces ni siquiera sospechamos. Sea a través del lenguaje, las prácticas o las costumbres, la ciencia como actividad social fomenta la división de género — muchas veces, de forma inconsciente. Los roles incrustados en las tecnologías o las teorías científicas refuerzan estas estructuras. Mañana los espero con la siguiente entrega, enfocada otra aportación del feminismo a las S&TS (y en general, a la teoría social): la epistemología perspectivista.
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Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
Diplomado en "Gestión del Conocimiento" de la ONU
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