Yoani Sánchez
Sábado 02 de Octubre de 2010
Del silencio a la algarabía
Este año los cubanos celebramos el 60 aniversario de la televisión fundada por empresarios nacionales.
Siempre hemos estado orgullosos de estar entre los primeros latinoamericanos que conocimos ese prodigio del siglo XX que permitía el viejo sueño de ver lo que ocurría desde lejos. A lo largo de su primera década, la televisión cubana abrió espacios informativos, transmisiones de eventos deportivos, telenovelas hechas en el país y otros productos importados donde abundaban los comics, las aventuras, los seriales, los filmes y desde luego los comerciales. Cuando triunfó la revolución, en enero de 1959, ya éramos televidentes y pudimos observar desde todas las provincias del país la entrada triunfal de los rebeldes a la capital.
Poco tiempo después, aquellos victoriosos guerrilleros convirtieron todos los canales de la televisión en propiedad el estado –también las estaciones de radio y los periódicos– y la pequeña pantalla se trasmutó en la principal tribuna de la revolución, para arengar, condenar, justificar y convencer sin competencia. Desaparecieron los anuncios y fueron sustituidos por los mensajes donde se recomienda ahorrar electricidad, trabajar con tesón, mezclados oportunamente con los llamados a desfilar en la plaza el Primero de Mayo, chispazos biográficos de los héroes revolucionarios y recordatorios de las efemérides históricas.
En este último medio siglo, los años más tristes de la televisión fueron aquellos de la década del 70 en que estuvimos inundados de las producciones del campo socialista. Los que entonces éramos niños recordamos aquellos "muñequitos rusos" en los que el paisaje era una interminable estepa donde una niña sollozaba sin consuelo. Compitiendo con la mojigatería de la España franquista, la censura lo mutilaba todo, incluyendo claro está las escenas de pasión en los filmes románticos.
En los años ochenta llegó el viento fresco de las telenovelas brasileñas. El ejemplo por antonomasia fue La esclava Isaura, que logró mantener las calles de las ciudades semidesiertas en el horario en que se transmitía. El día en que se pasaba el último capítulo, un tren proveniente de las provincias orientales con destino a la capital tuvo que hacer una parada extraordinaria porque los pasajeros se negaron a abordar sus coches mientras reían y lloraban frente a la tele de una estación intermedia. Una brasileña inolvidable fue Vale la pena, que aportó al léxico cubano la palabra paladar para designar a los restaurantes privados que florecieron en los años 90, y otra mexicana, Gótica de gente, nos incorporó el término merolico con el que llamamos ahora a los buscavidas que venden baratijas en las calles.
Como los cubanos hacemos chistes con casi todo, la televisión no ha conseguido escapar de los dardos humorísticos. Uno de ellos se refiere al Premio Nobel en Química que le habían otorgado al presidente del Instituto Cubano de Radio y Televisión por su insólito logro de haber convertido la televisión en basura, otro habla de un señor que colocaba un enorme cajón debajo de su receptor para colectar en él los alimentos que, ausentes en la realidad, asomaban como arte de magia en el noticiero. En los años en que el máximo líder ocupaba día tras día largas horas de la programación televisiva se cuenta que un hombre llevó al taller su aparato para que le quitaran una mancha verde que insistentemente aparecía en su pantalla.
Afortunadamente la tecnología se ha vuelto contra las ansias totalitarias. Las clandestinas antenas parabólicas, prohibidas y perseguidas con saña, permiten a los cubanos tener contacto con versiones no sólo diferentes, sino hasta contrarias al discurso oficial. Desde que hace poco más de dos años se autorizó la venta al público de aparatos reproductores de DVD, ha surgido un mercado informal de películas y programas extranjeros que ha puesto en jaque el ya maltrecho monopolio gubernamental sobre la información. De pronto, un sistema que se consolidó con el silencio y la tergiversación informativa empieza a tambalearse –precisamente– gracias a ese alud de noticias y opiniones que lo empujan por todos ladosFuente:
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Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
Diplomado en "Gestión del Conocimiento" de la ONU
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