México DF, 27 ene 10 (CIMAC).- En América Latina y el Caribe más de la mitad de las 100 millones de trabajadoras que existen en la región, se ocupan en el sector informal. Esta circunstancia es más grave para las afrodescendientes e indígenas, señala el informe Trabajo y Familia: Hacia nuevas formas de conciliación con corresponsabilidad social.
Las latinoamericanas y caribeñas que participan en la informalidad carecen de seguridad social, licencias de maternidad, un salario remunerador y de la posibilidad de jubilarse cuando lleguen a la vejez, refiere el documento elaborado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en 2009.
Según la investigación y análisis realizada por dichos organismos internacionales en la región, el 44 por ciento de la población ocupada urbana, y un 37 por ciento del total de personas ocupadas, está afiliada al sistema de seguridad social.
Sin embargo, los promedios ocultan "grandes diferencias" entre los países, ya que cuando se observa la cobertura de este derecho para el total de la población en edad de trabajar, el panorama es aún más "desalentador": sólo 15 por ciento de las mujeres y 25 por ciento de los hombres de entre 15 y 65 años están afiliados a la seguridad social.
Estos datos, además de evidenciar que el acceso a la seguridad social es insuficiente, muestran que la brecha por sexo es "significativa", indica el documento.
La falta de cobertura acentúa la pobreza e inequidad cuando las y los trabajadores alcanzan edad para retirarse y requieren reemplazar los ingresos provenientes del trabajo por los beneficios de la seguridad social.
La mayoría de las mujeres de más de 65 años de edad no cobran pensión, pues en su vida adulta se dedicaron a realizar labores domésticas y familiares. Mientras, que quienes fueron activas presentan trayectorias menos continuas, con salarios inferiores a los de los hombres, lo cual perjudica el monto de su pensión.
Las trabajadoras ocupadas en el sector informal, quienes hasta 2006 representaban 50.7 por ciento de las más de 100 millones de latinoamericanas y caribeñas, al llegar a la vejez enfrentarán una situación similar a la antes descrita, en mayor medida que los hombres, según la proyección de los organismos de Naciones Unidas.
Y es que de acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) en 2006, la tasa de informalidad de las mujeres era 10.2 por ciento más alta que la de los hombres.
El informe destaca que el trabajo informal se agudiza en las mujeres de pueblos originarios y en las afrodescendientes. Por ejemplo, en Brasil 71 por ciento de las trabajadoras afrodescendientes se ocupan en este sector, en comparación con 65 por ciento de los hombres afrodescendientes, 61 por ciento de mujeres blancas y 48 por ciento de hombres blancos.
En la economía informal las condiciones de trabajo son dispares para los sexos, ya que la calidad del empleo de las mujeres es inferior a la de los hombres: sus ingresos son más bajos, tienen menor seguridad social, y son mayoría en los segmentos "más precarios", como el servicio doméstico y el trabajo no remunerado.
El cambio del trabajo formal al informal, no sólo modificó las condiciones, también los lugares donde se lleva a cabo. Las modalidades femeninas son el trabajo a domicilio y el teletrabajo, los cuales se realizan desde la vivienda de las empleadas.
Según el informe del PNUD y la OIT, son muchas las mujeres que optan por trabajar desde su casa, para conciliar las tareas remuneradas con las familiares. Sin embargo, este tipo de empleo lejos de beneficiar la calidad de las mujeres, debido a que se paga por pieza, redunda en una intensificación de la jornada para aumentar sus ingresos.
Otros sectores flexibilizados, donde se ocupan de modo importante las mujeres son el comercio y "grandes tiendas", que poseen turnos rotativos de días de descanso y horarios de trabajo impredecibles.
Este tipo de modificaciones derivan en que cada vez más mujeres trabajan jornadas extremas: o muy cortas (menos de 20 horas a la semana) o muy largas (más de 48 horas). En el sector informal, un quinto de las mujeres tienen jornadas muy cortas y 25 por ciento, muy extensas.
La tendencia a flexibilizar el trabajo femenino tiene que ver con la división sexual del trabajo, señala el informe, que en nombre de la conciliación de la vida familiar y laboral, vista como un problema para las mujeres, se flexibiliza su tiempo de trabajo y sus salarios.
Sin embargo, a esta consideración, debe añadirse el hecho de que la informalidad, presente en América Latina desde los años 90, es una de las consecuencias negativas del proceso de globalización: "el aumento de la distancia entre la economía global y la economía local informal", aunado a la exclusión social, indica el documento de Naciones Unidas.
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