Por Angel Soto
La política exterior chilena es una política de Estado. Ella es manejada por el Presidente de la República y debe estar por encima de los intereses partidistas o gobiernos de turno que la administren. Su mirada debe buscar preservar a las generaciones presentes y futuras, y se caracteriza por ser respetuosa de los tratados vigentes y de los instrumentos jurídicos del derecho internacional. Tiene como objetivo defender los intereses permanentes de la nación, incrementar la imagen país y potenciar sus fortalezas nacionales en el marco de la más amplia libertad, cooperación, apertura e integración con el mundo.
En ese sentido, si bien los intereses chilenos como país exportador, están básicamente en otras latitudes (EEUU, Europa, Asia), se hace fundamental que un nuevo gobierno refuerce su presencia en América Latina, la cual ha sido un área prioritaria en los últimos años.
Es importante para los chilenos que ésta sea un área primordial, estrechando vínculos comerciales, políticos y –sobretodo- culturales con todos los países, pero especialmente con nuestros vecinos Argentina, Bolivia y Perú. Desde ese punto de vista, un eventual gobierno de la actual Alianza opositora, debiera fortalecer los vínculos latinoamericanos creando un espacio de solidaridad que contribuya al desarrollo e integración regional en base a un regionalismo abierto cuyos pilares son el emprendimiento, el libre comercio, el fortalecimiento de la democracia, el funcionamiento de las instituciones y el estado de derecho, el respeto a las soberanías nacionales y los derechos humanos, pero también debe ser parte de nuestra política exterior el fomentar un conocimiento mutuo entre países que culturalmente somos afines.
Es de constatar que en muchas oportunidades las relaciones entre nuestros Estados no han descendido hacia el ciudadano, quien las ve como lejanas y una cosa de élites que mayormente no le afectan. Asimismo, hay una escasa preocupación por transmitir un conocimiento del otro, de aquel que está más allá de las fronteras, pero con quienes nos une una cultura, un lenguaje, una historia y una identidad compartida. En concordancia con ello, no sorprende (más bien lamentamos) el poco estudio de la historia latinoamericana en los colegios, como la escasa dedicación a los estudios latinoamericanos que hay en nuestras universidades chilenas, tanto a nivel de pre y postgrado: pocas asignaturas en los currículos de las carreras, escasa extensión (conferencias), mínimos recursos para centros de estudios que buscan abrirse un espacio, todo lo cual se traduce en una investigación modesta que con esfuerzo no traspasa más que a los pequeños ámbitos del mundo intelectual. Del mismo modo, la atención a América Latina que se da en los medios de comunicaciones es más bien pobre –con honrosas excepciones- todo lo cual se traduce en un profundo desconocimiento regional.
¿Cómo ir avanzando?
La dependencia latinoamericana ha de considerar que su inserción debe ser concordante tanto con la voluntad de mejorar las relaciones entre los propios Estados que la componen, como así también conseguir una interlocución con Estados externos que influyen en ella. El más importante es Estados Unidos. Desde ese punto de vista, al igual que el resto de los países latinoamericanos, debiéramos plantear una política distinta a la que históricamente estamos acostumbrados, vale decir, de colaboración más que de enfrentamiento con la nación del norte. Nuestros países deben pensar en cómo invitar a los Estados Unidos a ser "socios" de nuestro desarrollo, más que quedarse esperando a que las iniciativas vengas desde el norte o culpándolas de nuestros males. ¿Qué le ofrece América Latina a EEUU?
En segundo lugar, Chile ha logrado –tras una década de los 70 marcada por la tensión fronteriza- una convivencia en el marco de la confianza con sus vecinos. Si bien existen dificultades como la cuestión de Campo de Hielo, los problemas de gas, Laguna del Desierto y recientemente la demanda de Perú por el límite marítimo, estos se enmarcan en un ámbito estrictamente bilateral, el cual se ha ido –y debiera seguir- perfeccionándose. Acorde a lo expresado al comienzo de este artículo, nuestra política se caracteriza por ser defensora de la solución pacífica de las controversias, reiterando la suscripción a la prohibición de la amenaza o uso de la fuerza en las relaciones exteriores, tal como establece la Carta de Naciones Unidas.
Sin embargo, a diferencia de lo ocurrido hasta ahora, donde las agendas se han subordinado a los requerimientos de otros países, un nuevo gobierno debiera tener un cambio en el sentido de –manteniendo el respeto de los intereses vecinales- sean nuestros intereses los que determinen nuestra agenda y no los externos.
Ya lo expresó la comisión de relaciones exteriores de la Alianza : la política exterior chilena adquiere autonomía cuando resuelve su dependencia (por ejemplo en temas sensibles como el gas) de acuerdo al libre mercado, buscando soluciones más allá de la región y situándonos como un país abierto e interrelacionado con el mundo.
¿Qué hacer?
En primer lugar debiera existir un compromiso mayor con los temas de interés regional tales como la lucha contra la pobreza. Nos interesa sobremanera que a todos los países les vaya bien, pero especialmente a nuestros vecinos. También es importante trabajar en conjunto por la modernización de la política, el combate a la corrupción, la lucha contra el narcotráfico, el control del terrorismo y el fomento del respeto al medio ambiente. Hemos de asumir -como Latinoamérica- un compromiso medio ambiental acorde a las necesidades de nuestro desarrollo y en concordancia con la libertad económica. Sin fundamentalismos que impiden el progreso y condenan a los pobres a mantenerse en esa condición.
La mirada de la Alianza , fomentaría una mayor cooperación entre privados y las sociedades civiles a fin de contar con una mayor integración en material comercial siendo los privados sus principales impulsores. Para ello, se requiere un apoyo que este focalizado en los pequeños y medianos empresarios (PYMES) que debieran conseguir insertarse en los mercados regionales teniendo como base los acuerdos de libre comercio y complementariedad existente, como así también la ampliación con los países que aún existan trabas. Debe ampliarse el comercio de servicios, acuerdos de doble tributación y una descentralización, que permita la interactividad a nivel de las provincias sin pasar por los gobiernos centrales.
En un plano de las alianzas estratégicas, si bien con Argentina debiéramos mantener una relación especial, Chile tendrá que tener aliados estratégicos como Brasil, México y Colombia. Conseguir con ellos alianzas o profundizar las existentes, que sean capaces de proponer acciones conjuntas al resto del continente.
Desde ese punto de vista, nuestra relación con Brasil –junto con reconocer su protagonismo regional- debe estrecharse tanto en los terrenos económicos, políticos como culturales. Así, por ejemplo cada vez se hace más imprescindible contar con corredores bioceánicos a través del norte de Chile que podrían integrar a Bolivia. Del mismo modo, podríamos aprovechar la colaboración brasileña con Asia y conseguir su ingreso a través de nuestros puertos. En materia militar, con Brasil hay que reforzar las maniobras conjuntas al igual que como se hace con Argentina. La experiencia de participación de tropas combinadas en Misiones de Paz, como por ejemplo Haití, hace necesario un conocimiento y coordinación que mejorarán su capacidad de acción en las tareas que les sean encomendadas por la Comunidad Internacional.
En otro ámbito, Chile debiera convertirse en una plataforma de negocios para Latinoamérica. Aprovechar su conocimiento y experiencia, su sistema financiero, como así también servir de referencia en materia de educación superior.
Aquí nos encontramos con una diferencia sustancial de lo obrado hasta ahora. Un gobierno de la Alianza colocará como prioridad el fomento de la cultura regional, ya que Latinoamérica, y especialmente Sudamérica son importantes también en las percepciones de la opinión pública externa respecto a Chile y al interior de nuestro país. Prejuicios contrarios y juicios a favor, hacen urgente contar con un programa que ponga su énfasis en la cooperación cultural. Para ello podría fomentarse que estudiantes extranjeros de pre y post grado se perfeccionen en Chile, se mejore la relación a nivel de investigación a través de la formación de equipos de trabajos y se promueva la presencia cultural chilena en la región y viceversa.
Unas palabras al terminar
Chile, es una nación que desde hace casi 35 años ( 1975 a la fecha) se fundamenta en los principios de la sociedad libre y –consecuente con ello- debe contribuir al crecimiento económico, a la estabilidad democrática, a la seguridad regional. Hacerlo significa desarrollar caminos bilaterales o multilaterales sin exclusiones en base a una comunidad regional de naciones desde la ciudadanía, y no desde la imposición burocrática supranacional, caracterizada más bien por el pago de favores políticos a sus funcionarios, que por conseguir logros concretos en las relaciones entre países. La tentación a crean "instancias" y organismos en América Latina es un mal demasiado arraigado el cual debe contenerse; más bien hay que aprovechar los ya existentes a través de su fortalecimiento.
En síntesis, la política exterior de Chile hacia América Latina deberá tender a reforzar su compromiso con la libertad regional. Con esa libertad política y económica, que basada en el emprendimiento individual con un apoyo del Estado subsidiario, es el camino para que nuestros países avancen hacia el desarrollo.