África: un muro verde contra el desierto
Actualmente, un tercio de la población mundial se ve afectada por la expansión de los desiertos. Un 40 % de las tierras son áridas, y la desertificación avanza a un ritmo alarmante. Sudamérica, Medio Oriente y Asia Central serán algunas de las regiones afectadas. Pero la que más sufrirá los efectos de la desertificación es África. Mientras las potencias se niegan a ampliar los presupuestos mundiales para tratar este problema, el desierto del Sahara avanza desenfrenadamente obligando a poblaciones enteras a desplazarse ante la llegada de la arena. Una muralla de árboles de más de 7.500 kilómetros para contenerlo, parece ser la única esperanza.
A fines del mes pasado, el gobierno de Senegal presentó una propuesta ante las Naciones Unidas denominada "la muralla verde". Este proyecto consiste en plantar una barrera de árboles desde Dakar, la capital senegalesa situada a orillas del Atlántico, hasta Yibuti, que se encuentra sobre el Mar Rojo en el otro extremo del continente.
Esta franja boscosa tendría unos 7.500 kilómetros de longitud y unos 15 kilómetros de ancho y estaría situada a las puertas del desierto del Sahara en la región denominada Sahel. El gobierno senegalés ya avanzó en la propuesta y lleva plantados unos 525 kilómetros de árboles. En tanto, los gobiernos de Mali y Chad confirmaron su participación en el proyecto.
Como complemento, algunos arquitectos de la Universidad de California sugirieron solidificar el límite sur del desierto antes de la barrera de árboles, para evitar aun más el avance del Sahara.
La solidificación se efectuaría a través de la inoculación de la bacteria Bacillus Pasteurii en las dunas, ya que convierte la arena en calcita, que es sólida como el cemento. Esta propuesta fue bien recibida en las Naciones Unidas, debido a que algunos detractores de la muralla verde afirman que los árboles podrían ser talados ilegalmente para utilizar la madera como combustible.
El proyecto de la muralla verde en conjunto con la solidificación de la arena, también contempla la posibilidad de crear grandes reservorios de agua de lluvia que podrían llenarse durante las estaciones húmedas para que sean aprovechados durante la época de sequía, que es la mayor parte del año.
DESENCUENTROS EN BUENOS AIRES
A fines de septiembre se desarrolló, en la capital argentina, la Convención de Naciones Unidas para la Lucha contra la Desertificación, a la que concurrieron representantes de 193 países.
Las impresionantes conclusiones allí expuestas, luego de varios estudios ambientales, demuestran que el tiempo es uno de los peores enemigos de los terrenos fértiles, ya que el avance de la desertificación deteriora el 1 % de las tierras cultivables por año.
Actualmente, un tercio de la población mundial se ve afectada por la expansión de los desiertos. Un 40 % de las tierras son áridas, esto significa que la desertificación avanzó entre un 15 y un 25 % desde 1990. Si este ritmo se mantuviera constante, para 2025, el porcentaje de tierras áridas sería del 70 %, de acuerdo con uno de los informes presentados en la Convención.
África va a ser el continente más afectado por la desertificación. Pero, no va a haber que esperar 15 años para comenzar a percibir los efectos, ya que por ejemplo el pueblo de Gidan-Kara, en Níger tuvo que ser evacuado y sus pobladores relocalizados en otras ciudades, por causa de la expansión del Sahara.
Senegal, que es el principal interesado en la muralla verde, sufre la migración interna. Varios habitantes de pueblos alcanzados por el desierto se ven obligados a buscar refugio en algún barrio periférico de Dakar, en condiciones de miseria y hacinamiento.
A los factores ambientales hay que agregarle la falta de coordinación de medidas comunes entre las potencias y los países en desarrollo.
En la convención de Buenos Aires, se acordó un aumento de sólo el 4,3 % del presupuesto para combatir la desertificación, en los próximos dos años. Una cifra exigua si se tiene en cuenta que los países afectados solicitaron el 39 %.
Tanto Japón como Estados Unidos fueron los mayores opositores a la ampliación del presupuesto. Las potencias alegaron que el impedimento más fuerte para aumentar la contribución en defensa de las tierras fértiles es la crisis económica mundial.
Algunos analistas sostienen que los países ricos no sufren directamente la desertificación, ya que este problema se encuentra principalmente en África, Sudamérica, Medio Oriente y Asia Central.
En entrevistas realizadas por diversos medios, el ingeniero argentino Octavio Pérez Pardo, director nacional de Conservación del Suelo y Lucha contra la Desertificación, se mostró decepcionado con el desarrollo de la Convención.
En una de sus denuncias señala que el mundo invirtió unos 226 mil millones de dólares para reducir los gases que provocan el efecto invernadero, sin embargo sólo dedicó 500 millones para la conservación de suelos, bosques y recursos hídricos.
El sinsabor que produjo la falta de consenso en la Convención de Buenos Aires podría llegar a un constituir un antecedente de lo que suceda en la cumbre sobre cambio climático que se va a desarrollar en Copenhague en diciembre. El protocolo que allí se firme va a reemplazar al de Kyoto y va a determinar qué políticas medioambientales se van a llevar a cabo para revertir los efectos devastadores que están afectando a la humanidad y a la biodiversidad de nuestro planeta
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Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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