Opinión
Malas noticias, don Jaime
La mayoría de ese directorio pertenece al núcleo de gestores del modelo público privado de manera profesionalmente activa. Si no todos, la gran mayoría representa o gestiona profesionalmente intereses empresariales o de negocios, incluidos los propios. Su regla es consociativa, es decir, los espacios de negocio común no deben ser llevados al campo valórico ni tampoco al debate político.
Por Santiago Escobar
Transparencia Internacional terminó siendo la primera víctima del debate presidencial de la semana pasada. Su crisis, que la perseguirá como mácula durante muchos años, es el resultado de la ambigüedad de su Directorio, incapaz de atender medianamente sus obligaciones, y cuya composición reproduce la práctica menos transparente de la sociedad chilena: el equilibrio de poder a base del cuoteo.
El modelo de desarrollo chileno en lo económico es de libre mercado con asociación público-privada y activa inserción internacional. Ello implica un Estado facilitador de negocios, que acompaña, avala y articula actividades económicas, pero no interviene como productor. Es decir, solo controla y distribuye oportunidades. El modelo político es el de una democracia consociativa, en la cual el consenso entre gobierno y oposición es indispensable para producir decisiones en temas complejos. Incluso por imposición legal. No hay juego de mayoría y la responsabilidad política sólo se exige en temas valóricos o delitos funcionarios menores. En lo demás hay mucha amistad y cooperación público privada.
Luego de veinte años de funcionamiento el modelo de marras ha generado un sólido matrimonio entre política y negocios, más allá de los clivajes doctrinarios entre Concertación y derecha. Lo que pone cuesta arriba cada iniciativa de probidad, regulación y control que se intenta.
Manejado por gestores reclutados en empresas consultoras o estudios de abogados, con buenos vínculos familiares, empresariales o políticos, y que entran y salen libremente como funcionarios y asesores del Estado, el modelo ha generado una franja de intercambio de favores operada por ellos, en la que se transan los más diversos intereses. Desde la calidad ambiental de proyectos de inversión, hasta la fiscalización y control de las tarifas en los monopolios naturales, pasando naturalmente por el campo de los permisos y concesiones.
Con esas características Chile es un caso digno de preocupación para una entidad creada con una preocupación central según su fundador, el alemán Peter Eigen: evitar el abuso de poder en beneficio privado y generar Estados limpios y transparentes.
Pero Chile es un país de apariencias. A los miembros del Directorio parece importarles más la membresía, que pueden poner en forma destacada en su curriculum vitae, antes que el trabajo mismo de la transparencia. No leen los informes ni montan procedimientos pese a que estos corresponden a una ética crítica del funcionamiento de la sociedad y son opiniones de autoridad. Y cuando se le exige explicaciones o responsabilidad, se excusan en la ignorancia administrativa.
En realidad, la mayoría de ese Directorio pertenece al núcleo de gestores del modelo público privado de manera profesionalmente activa. Si no todos, la gran mayoría representa o gestiona profesionalmente intereses empresariales o de negocios, incluidos los propios. Su regla es consociativa, es decir, los espacios de negocio común no deben ser llevados al campo valórico ni tampoco al debate político. Allí el juego es de suma cero y todos pierden. Negocios son negocios.
En los años sesenta, nuestro profesor de Historia en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, don Jaime Eyzaguirre, hablaba de la diferencia entre el gentleman y el hidalgo. Y remarcaba que mientras el primero era un hombre de negocios, pragmático y materialista, que representa el espíritu del mundo anglosajón, el hidalgo trajo a la América Española un orden basado en valores y espiritualidad.
Pese a que algunos miembros del Directorio del Capítulo chileno de Transparencia Internacional fueron fervorosos seguidores de sus ideas, el funcionamiento de la institución en Chile demuestra que los papeles se han invertido. Hoy nos domina el espíritu del gentleman y los requerimientos de valores vienen de fuera. No sería raro entonces que la sede central de la ONG decidiera intervenir o disolver la entidad chilena, pues el ethos del cuoteo político y los negocios ha comprometido el capital más importante de la institución cual es su prestigio. Malas noticias, don Jaime.
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en RSE de la ONU
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