La gripe A y la biopolítica de Foucault
- El célebre pensador analizó en dos cursos, ahora editados en español, la consolidación de los controles sanitarios en el siglo XIX
La preocupación del Estado por la salud de los ciudadanos es un invento reciente, al menos si se toma en cuenta la intensidad, preocupación y complejidad de la asistencia actual. Michel Foucault (Poitiers, 1926- París, 1984), el célebre historiador y filósofo francés, data el nacimiento de lo que él llama 'biopolítica' en la segunda mitad del XIX, el siglo en el que la biología asistió a sus más cruciales avances como ciencia, y en el que se implanta una nueva orientación de las técnicas administrativas.
La previsiones demográficas, los censos de natalidad y mortalidad, los estudios estadísticos sobre la población, sobre sus movimientos y vicisitudes, sobre sus enfermedades y modos de higiene, surgieron en esa época para que el mercado, siempre en peligro de desequilibrarse por hambrunas y epidemias, tuviera unas mínimas garantías de seguridad.
Las medidas y previsiones sobre la gripe A han vuelto a poner sobre la mesa las ideas de Foucault sobre la biopolítica. El llamamiento del Ministerio de Sanidad a los empresarios para que escriban la lista de los empleados imprescindibles, de forma que si las cosas se ponen muy feas sostengan ellos, los vacunados, la actividad básica, es un ejemplo extremo de biopolítica inspirado por la realidad, por el pánico o por ambas cosas.
Con la instauración de la biopolítica, tanto el individuo como los grupos humanos se convierten en una materia viva a la que cuidar y vigilar en sus aspectos biológicos para promover las condiciones óptimas para la economía, muy sensible a contagios, a bajas masivas, a temores y riesgos que pueden llevar al miedo y la parálisis. El concepto de 'performance' como el resultado de la actividad concreta de un empleado -el valor laboral que él vende a quien le paga- estaría alimentado, a juicio de Foucault, por los cálculos biopolíticos.
Desde aquellas fechas, la imagen de la nación deja de ser la de la gran familia, encarnada o simbolizada en cuadros por el núcleo familiar del monarca, y en su lugar surge la foto de un conjunto de individuos que luchan en competencia por su bienestar, como proclama el liberalismo. Si la escuela, la fábrica, los hospitales, el psiquiátrico y la cárcel -instituciones analizadas por Foucault en sus anteriores obras- representan un poder duro, las nuevas corrientes del XIX alumbran un nuevo estilo en el que lo importante consiste en «no gobernar demasiado», en limitar su extensión y su fuerza.
El intelectual galo desarrolló estos temas en sus célebres cursos del Collège de France, la institución cumbre del conocimiento en el país vecino, primero en el titulado 'Seguridad, territorio, población', y luego en 'Nacimiento de la biopolítica', para pasar en forma abreviada al primer volumen de su 'Historia de la sexualidad', titulado 'La voluntad de saber'.
Neuropolítica
Los dos cursos, ambos de finales de los setenta, han sido publicados en fechas recientes por Akal, según la edición francesa establecida por François Ewald y Alessandro Fontana. En ellos, el lector no encontrará la atractiva escritura que Foucault exhibió en libros como 'Las palabras y las cosas', por la sencilla razón de que los textos proceden de las transcripciones de sus clases y, en consonancia con el lenguaje hablado, están menos pulidos, si bien transparentan la frenética capacidad razonadora en vivo del pensador francés. Vaya una cosa por la otra.
Paradójicamente, Foucault murió de sida, una enfermedad que alentó el desarrollo de la biopolítica desde un punto de vista global, y que así tuvo una gran incidencia sobre el control de los flujos migratorios. La mayor parte de las medidas de salud pública cabrían dentro de este concepto, así como otras relacionadas con la seguridad, como el anunciado proceso de identificación por el iris de los ojos, que incluiría la información -social, penal, sanitaria- de cada persona y su utilización en escenarios de control como los aeropuertos.
Si el XIX fue el siglo de la biología, el XXI lo está siendo no sólo el de la genética, sino también el de la neurobiología: y el de la neuropolítica. A este último tema dedica Marco Iacobini los capítulos finales de 'Las neuronas espejo'. El científico italiano, asentado en Estados Unidos, es uno de los que más resultados ha obtenido en la investigación de esta clase de neuronas que reflejan en el cerebro los gestos, las actitudes de las personas que están delante de nosotros, ya sea 'en directo' o también por la televisión o en el cine.
Las neuronas espejo ayudan a aprender el lenguaje fijándose en la madre, nos sirven para comprender a los otros, para sentir empatía hacia ellos, y tienen una influencia decisiva en la conducta, cuyos patrones se forman en gran medida por imitación. Los resultados de las investigaciones revelan que si vemos una prueba de atletismo activamos levemente los mismos músculos que si por ejemplo, estuviéramos corriendo. Y también refuerzan la tesis de que la violencia, en la tele o en los videojuegos, alientan el comportamientos violento.
¿Cómo se trasladan estas averiguaciones a la neuropolítica? Iacobini muestra que la publicidad negativa, o la deslegitimación continuada del adversario, suele ser positiva para quien la usa, al menos si se consigue que cause rechazo, es decir, si se logra que no active las neuronas espejo y que nadie quiera imitar al oponente.
Cuando Michael Dukakis iba ganando con una ventaja holgada en las presidenciales de Estados Unidos en 1988, su contrincante, George Bush senior, utilizó la noticia de que en el estado de Massachussets, donde el demócrata era gobernador, un hombre de color con unos rasgos físicos muy poco amables había sido condenado a cadena perpetua por asesinato, robo a mano armada y violación, y aun así podría salir con la condicional si se aplicaban las reformas propuestas por Dukakis. Esto le hizo lo sufi- cientemente odioso como para perder las elecciones. El temor de los votantes hacía que sólo unos cuantos quisieran identificarse con él.
Iacobini sostiene que el sentido de afinidad y de pertenencia a un grupo es fundamental para la eficacia política. Los hay muy enterados, personas que manejan una buena cantidad de información, y los hay que no tienen ni idea. Cuando en uno de los experimentos se proyectaba la imagen de un político famoso, los 'enterados' mostraban una intensa actividad en las neuronas espejo, mientras que los profanos tenía el mismo grado de activación que cuando les enseñaban las caras de otro tipo de famosos.
Por eso los políticos luchan por la visibilidad y la notoriedad: cuando más reconocibles o famosos sean, más posibilidades de acaparar votos, a no ser que el enemigo haya destrozado ya su imagen, aunque en los últimos tiempos se ha demostrado que la identificación con los 'apaleados' o perseguidos -sea por delitos probados o meras suposiciones- también refuerza la solidaridad y la afinidad de los miembros del grupo, siempre y bajo cualquier circunstancia. Es decir, que la imitación también lleva al sectarismo.
La tarea de los nuevos foucaultianos consiste en identificar de qué modo estos hallazgos neurobiológicos se emplean en las prácticas y en los discursos del poder. Que no se diga que no tienen trabajo.