¿Cómo ha sido posible que un presidente liberal como Manuel Zelaya haya sido capaz de romper con su propio partido, liderar un giro izquierdista en el país, probablemente, más conservador de América, y aliarse con los sempiternos enemigos de Honduras? Aún más: ¿cómo se explica que alguien que ganó unas elecciones presidenciales con un discurso moderado y más bien conservador se haya acabado convirtiendo en uno de los principales aliados del ultraizquierdista Hugo Chávez en el continente, rompiendo su tradicional alianza estratégica con los Estados Unidos y embarcando a su país en el ALBA, el pacto comercial que engloba a todos los países aliados del régimen populista venezolano de la región?
El presidente Zelaya comienza a cambiar a mediados de 2007, cuando rompiendo la tradicional orientación pronorteamericana en política exterior, asiste al 28º aniversario de la revolución sandinista en Managua junto a los mandatarios de Venezuela y Panamá, únicos asistentes de cierto peso al evento. A su lado, y todo un símbolo de los cambios que estaban por venir, se encontraba Patricia Rodas, la todopoderosa presidenta del Partido Liberal hondureño y bien conocida en los círculos izquierdistas de su país por sus simpatías con la revolución sandinista. Rodas, con vínculos familiares con Nicaragua y asidua visitante de este país desde hace años, donde solía asistir frecuentemente al aniversario que marcaba el final de la dinastía Somoza, al parecer había convencido a Zelaya para que asistiera a este evento. Craso error en un continente donde los símbolos y gestos tienen tanto o más valor que los hechos en sí mismos.
Unos meses más tarde de su baño de multitudes sandinista, en donde los líderes de Honduras, Nicaragua, Panamá y Venezuela, animados por la mismísima Rodas y la esposa de Daniel Ortega, Rosario Murillo, llegaron a cantar "El pueblo unido jamás será vencido", el presidente Zelaya llegó a defender públicamente la inclusión de Honduras en la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), objetivo que más tarde concluiría exitosamente. Entre el año 2007 y el 2008 se suceden los contactos e intercambios políticos y comerciales con la Nicaragua sandinista y con la Venezuela de Chávez, la izquierdización de la política exterior hondureña es clara, mientras comienza a crecer la preocupación en las filas del empresariado de este pequeño país, de donde paradójicamente procede Zelaya, en la Iglesia católica un baluarte ultraconservador en uno de los países más religiosos del continente- y en el ejército, seguramente el más ligado de toda América Central con los Estados Unidos y con mejores relaciones con todas las administraciones norteamericanas de todos los signos.
En enero de este año, Zelaya comienza a concretar y consolidar su acción exterior en esta dirección izquierdizante. Nombra, de una forma sorprendente y causando un gran revuelo hasta los periodistas presentes en la rueda de prensa en la que se anuncia su nombramientos abuchean al máximo líder y le muestran su disconformidad con tal medida-, a Patricia Rodas como nueva canciller de Honduras. Así comienza la súbita transformación de Zelaya y el influjo del hechizo de la nueva cancillera. También un cambio radical, que preocupa a todos en el exterior, pero sobre todo a los Estados Unidos y sus aliados en la zona, en su rumbo en la política internacional.
Una vez consolidado su poder, en enero de 2009, Rodas comienza sus contactos con Teherán, siguiendo los pasos de Chávez, intensifica las relaciones con Cuba, apoyando amplios programas de cooperación bilateral, y mantiene un alto nivel de interlocución y diálogo con Bolivia y Ecuador dos de los principales aliados continentales del régimen de Caracas-. La comunidad judía hondureña, por ejemplo, puso el grito en el cielo cuando la cancillera anuncia su intención de establecer relaciones diplomáticas con Irán, antesala segura, tal como ha pasado en Venezuela, de un enfriamiento en las relaciones de este país centroamericano con Israel y un auge del antisemitismo.
Pero la influencia de estos países en la vida política hondureña también comienza a notarse en el interior. Siguiendo los pasos de sus nuevos aliados, Manuel Zelaya anuncia también su intención de reelegirse por otro mandato, contraviniendo la Constitución y el ordenamiento jurídico hondureño, y su deseo de celebrar una consulta al estilo de la realizada por Chávez en Venezuela- para legitimar un proceso que a todas luces resultaba ilegal. La preocupación en la sociedad hondureña llegó al climax cuando se anunció dicha consulta para el pasado 28 de julio.
La bipolarización del país estaba servida y los sectores más moderados de la sociedad hondureña, donde la figura de Rodas sembraba la incertidumbre y la desconfianza, creyeron ver en la mano de la cancillera las erróneas decisiones que tomaba el máximo líder, cada vez más cerca del chavismo que de los ideales liberales con los que se aupó al poder por la vía democrática. Rodas, que había recibido duras críticas durante su mandato como presidenta del Partido Liberal, sobre todo por sus ideas izquierdistas, había conseguido en muy poco tiempo sembrar la división en su formación política, dejarla al margen de las grandes decisiones que tomaba Zelaya, que cada vez iba más por libre, y sembrar el caos y el desorden en el proceso de renovación de cargos tras su salida por su nombramiento como canciller de Honduras. Por cierto, que en dicho proceso fue reelegido su sempiterno enemigo y actual presidente de facto de Honduras, Roberto Micheletti.
Las espadas entre Rodas y Micheletti estaban en alto desde el pasado mes de abril y la crisis en el seno de los liberales hacía presagiar futuras y seguras colisiones entre ambos con consecuencias para todo el país. Mientras la crisis se revelaba en toda su dimensión sobre este telón de fondo, Zelaya seguía con sus preparativos para llevar adelante su dichosa consulta. Ante este afán suyo por seguir en el poder a cualquier precio, las instituciones hondureñas responden duramente en su contra, argumentando que la reelección del presidente va en detrimento del orden constitucional y socava los principios jurídicos sobre los que se asienta el endeble Estado de Derecho.
Paralelamente a sus maniobras para continuar con la consulta puesta en entredicho, el Tribunal Supremo Electoral, la Corte Suprema de Justicia, la Fiscalía General y el Congreso de la República declararon ilegal la misma. Asimismo, y en una vuelta más de tuerca, el Congreso aprobó una Ley el 23 de junio donde se rechazaba la celebración del referéndum. Rodas, mientras tanto, callaba, pues sabía de su impopularidad y de la encrucijada a la que había llevado a su presidente.
Luego los acontecimientos se suceden en cascada y precipitan, de una forma irreversible, las fatales consecuencias que tienen para Honduras unas decisiones erróneas y una percepción de su propia realidad social cuando menos fallida. Zelaya, en un arrebato autoritario, destituye al jefe de las Fuerzas Armadas, el general Romeo Vásquez Velásquez. Y la Corte Suprema vota en contra de tal destitución que tan sólo responde a los caprichosos de su presidente. Mientras, Zelaya, en plena huida hacia delante y siguiendo el llamado del hechizo que le domina desde principios de este año, descalifica a todas las instituciones hondureñas, desde el legislativo al poder judicial, pasando por el ejército, la Iglesia y la propia formación que le había dado todo en su carrera política, denominando a todos ellas como parte de lo peor de la "oligarquía" hondureña y de estar al servicio de los más oscuros intereses de la derecha centroamericana.
Unos días después, ya actuando casi como un fuera de la Ley, los militares irrumpen en la vivienda de Zelaya y le obligan a abandonar el país. Era el 28 de junio. Horas más tarde, el Congreso Nacional nombra a Roberto Michelleti nuevo presidente del país y anuncia su intención de procesar al depuesto Zelaya. El golpe de Estado, condenado por todos, incluidos los Estados Unidos, la OEA y la Unión Europea (UE), no deja de ser un fenómeno atípico para los politólogos, pues no tenía como fin último colocar un gobierno militar al frente del país, sino continuar con la normalidad institucional y hacer cumplir el ordenamiento constitucional, aunque, desde luego, la estética ha dejado mucho que desear y las formas no han sido las más cuidadas. La ideóloga del incipiente régimen, la ya citada Patricia Rojas, también ha abandonado el país y lidera el "contragolpe".
En cualquier caso, y ya con la vista puesta en una solución política que desde luego pasa por la convocatoria urgente de elecciones plenamente democráticas, el presidente Zelaya ha cometido gravísimos errores políticos que han llevado al actual atolladero y a la más grave crisis institucional de los últimos años en este depauperado y abatido Estado centroamericano.
Más le habría valido a este empresario metido a político de éxito no haber seguido los hechizos de una ideóloga que todavía sueña con los viejos mitos de la revolución cubana, la epopeya mitificada de Sierra Maestra y el fantasma del Che Guevara. Ahora, los hondureños deben de tener la última palabra y dar su versión de los hechos sin interferencias externas y en las urnas. Un país no puede vivir sólo de los mitos y los hechizos de una historia que no perdona a aquellos que se empeñan en perpetuase en creencias y fórmulas ya caducas y fracasadas al estilo de los superados modelos del mal llamado mundo socialista del ayer. El hechizo funcionó unos meses, pero luego la cruda realidad hizo mella y Zelaya se convirtió en una víctima más de la burda opereta que él mismo construyó a través de las influencias maléficas de su todavía perniciosa ideóloga .