(La Tercera). "Con este vino demostramos el potencial de la enología chilena" Tan sólo 1.492 botellas de Tatay de Cristóbal aparecerán en el mercado en octubre próximo y se venderán en países tan diversos como Suiza, Indonesia, Uruguay, Estados Unidos, Inglaterra o Brasil. "Es el mejor vino que produce nuestra viña y exprime todo el potencial de nuestros viñedos", explica Mauro von Siebenthal, el enólogo responsable de Viña Von Siebenthal que junto a Stefano Gandolini creó este blend -una mezcla 90% Carménère y 10% Petit Verdot- con vides cultivadas en Panquehue, valle de Aconcagua. Es un vino de "intensidad aromática y voluptuosidad, con el que vamos a demostrar el potencial de la enología chilena y del Carménère nacional", dice. Viña Von Siebenthal se define como "premium" y ya posee tres vinos íconos: Montelig, Toknar y Tatay. Su idea es que "los vinos chilenos sean posicionados cada año en un eslabón más alto". Von Siebenthal cree que hay un gran potencial en cepas blancas "exóticas", como el Riesling, el Gewurtraminer y el Viognier. "Este vino mejora la imagen de Chile en el mundo" VALLE DE COLCHAGUA Es una tierra especial. Sobre los 400 metros sobre el nivel del mar, en la zona del Maipo Alto, hay un terreno suave donde soplan vientos cordilleranos algo fríos y el suelo, que en tiempos pretéritos fue un gran lecho de río, hoy se drena con facilidad. Allí, en 15 hectáreas, se han cultivado desde 1992 las vides que originaron Viñedo Chadwick. "Es un vino con buena madurez de taninos, muy elegante, con pocas notas mentoladas", describe este premiado Cabernet Sauvignon Francisco Baettig, ingeniero agrónomo de la Chile, con un master en enología en Bordeaux, experiencia en hacer vinos en Chile y Argentina y hoy enólogo jefe enólogo de Viña Errázuriz, matriz del grupo. Su elaboración fue un poco distinta de la tradicional. Se cosechó primero el lado donde más pegó el sol -el oeste- y dos semanas después, las vides del lado oriental, para así lograr el mismo grado de madurez de la uva. Ese año, el 2006, fue un poco más cálido que lo normal, sin ser tórrido. El rendimiento de ese paño es bajo -sólo dos o tres toneladas por hectárea, cuando los vinos reserva y varietales usualmente producen hasta 10 toneladas por ha.- y por eso sólo se produjeron 818 cajas de 12 botellas. El caldo se dejó en barricas nuevas de roble francés -cuestan US$900- entre 18 a 20 meses y se venderá básicamente en el exterior, a US$200. "Este vino es parte de la cruzada de Eduardo Chadwick, dueño de la viña, por mejorar la imagen de los vinos chilenos en el mundo, para que no nos sigan viendo como 'lo bueno, bonito y barato" y se premie, en precio, por la mejor calidad", dice Baettig. Y es que un vino francés equivalente, de la región de Bordeaux, cuesta 10 veces más, sobre US$2.000. El experto cree en la potencialidad del terroir Aconcagua Costa y en una forma de actuar: buscar el terroir más adecuado para sacar allí el mejor vino que esa tierra pueda producir. "Me gustaría que el Carménère fuera la cepa emblema de este país" La aventura para hacer Carmín de Peumo, el Carménère que fue calificado por Wine Advocate en dos ocasiones con 97 puntos -en las cosechas 2003 y 2005- partió en 1998, cuando Eduardo Guilisasti, presidente de Concha y Toro, encargó al enólogo Ignacio Recabarren desarrollar el proyecto Terrunyo, con nuevos vinos Cabernet Sauvignon, Sauvignon Blanc, Merlot y Carménère. Hasta entonces el Merlot se mezclaba con el Carménère, pero el reputado experto pensó que esta última cepa valía la pena por sí sola. Y empezaron a plantar en Peumo, una localidad del valle del Cachapoal, con un microclima muy particular, ya que pese a su proximidad con el océano, las temperaturas no son tan frías. De ese terroir, y en sólo siete hectáreas de vides, surge el Carménère Carmín de Peumo, del que sólo se producen entre 1.000 y 1.500 cajas, con un rendimiento de 3,5 toneladas por hectáreas. Este caldo tiene más oxigenación. "Es un vino más amistoso, más suave, menos tánico que el Cabernet Sauvignon", explica Recabarren. El vino se guarda por entre 14 y 18 meses en barricas de roble francés, algunas nuevas y otras de un año. El elíxir resultante va principalmente al extranjero y se vende a US$ 300 la caja de seis botellas. Sale al mercado aprovechando la extensa red de exportación de Concha y Toro, que abarca más de 160 países. A los clientes, explica Recabarren, se les da una opción preferente de adquirirlo y hasta ahora los más entusiastas son los sibaritas de Brasil, EE.UU., algunos países asiáticos y naciones europeas como Suiza, Bélgica, Dinamarca y Canadá. "Es un vino exclusivo y de calidad superlativa, el mejor Carménère del país", se entusiasma el enólogo de Concha y Toro, un experto que descubrió su vocación vacacionando en un campo de la Región de O"Higgins y con la marcadora presencia de Mario Espinosa en la UC. Recabarren, que ha trabajado en vendimias de California y Francia y perfeccionó su conocimiento de los vinos blancos con una estadía de dos años y medio en Nueva Zelandia, se le sindica como el responsable de introducir el Sauvignon Blanc chileno a nivel mundial. "Me gustaría que el Carménère fuera la cepa emblema del país", reflexiona. ¿Qué busca ahora? "Me gusta hacer vinos adecuados a la tierra, sin forzar a la naturaleza y pensando en el consumidor", explica. Dice que hay muchas opciones de producir vinos de calidad aprovechando la condición de Chile de ser un país que va de cordillera a mar, con muchos lugares únicos, lo que da espacio plantar nuevas cepas. Por eso ve potencialidad al Pinot Noir; al Syrah; y a otras variedades para mezclas como tempranillo, Sangiovese y Petit Verdot. Otro desafío es bajar el grado alcohólico de los vinos - Carmín de Peumo tiene 13,5°- porque vinos menos "cabezones" hacen aumentar el consumo. "Así el cliente siempre pide una segunda botella", comenta. Fuente: La Tercera |