Betancourt prepara filme y best seller: "¿No están cansados de verla en todas partes?"
Zoé Valdés | 3/07/2009 - 9:24
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Blog: Zoé en el Metro
Hizo un año que Ingrid Betancourt fue liberada de las FARC por el gobierno del presidente Álvaro Uribe, en una eficaz operación militar denominada Caballo de Troya. Hace ya un año de su liberación, en el que esta señora apenas se ha estado quieta.
Pasamos de desear su liberación, apesadumbrados ante su suerte -suerte tentada, sin dudas-, a cansarnos de verla en todas partes, colgado su rostro demacrado en todos los afiches a escala gigante.
"Esta mujer me cansa"
Su imagen en vídeo inundó el planeta, sus hijos, madre (ay, su señora madre) y maridos hablaron y escribieron hasta por los codos. Un personaje estaba en vías de fabricarse: Santa Ingrid, reemplazando a una real, a Ingrid Betancourt. Fui solidaria de su liberación, como lo soy de otros tantos reos, víctimas de la narcoguerrilla, aún no liberados. Pero confieso que esta señora me cansa, como dirían los mexicanos.
Ingrid Betancourt, en menos de un año, después de su emocionante rescate, se encargó ella misma de echar su imagen por tierra, y el empeño pica y se extiende. No sólo protagonizó una de las bienvenidas más espectaculares de varios presidentes y reyes, retornado por todo lo alto a la vida normal, además ganó premios -algunos a mi juicio no merecidos-, porque no entiendo por qué el hecho de haber sido una secuestrada de las FARC la sitúe por encima de otras personas que tanto han contribuido al bienestar de la humanidad, a la hora de ganar el premio Príncipe de Asturias, o el Nobel, a la que estuvo nominada. Por cierto, aún sin haberlo recibido organizó una conferencia de prensa en París, donde ya su equipo daba por hecho, que lo había ganado, lo que no fue el caso.
"El show de Betancourt"
Ingrid dio un concierto monumental en París -ella no cantó, faltaría más-: invitó a cantantes y compositores de renombre, envió un mensaje de paz y de perdón a sus verdugos, apenas mencionó a las víctimas. Su discurso fue blando, más bien en el estilo de una ultraizquierda antigua y 'catolicona'. Santa Ingrid luego viajó al Vaticano, donde fue recibida, claro está, por este Papa que tenemos, al que se le ha ido la olla en varias ocasiones, para colmo educado en las juventudes hitlerianas.
La Santa anunció que se retiraría a curarse, al silencio. ¿A curarse de qué? No padecía de nada. Y ha hecho más bulla que silencio. Hace pocos días empezó el show del divorcio de su marido, las acusaciones son tan bajas de su parte, que mejor ni mencionarlas. Pero en cualquier caso, conseguía nuevamente que se hablara de ella en la prensa.
¿Vestiremos como Ingrid?
Ahora regresa, al año de su liberación, y anuncia -no ya un libro, no, señor- nada más y nada menos que ¡un best sellers! Porque ella está segura de que todos, o sea el mundo en general, compraremos su libro y nos "vestiremos de Ingrid" (se refiere a sí misma en tercera persona), y reviviremos paso a paso su vida en la selva.
¿Por qué desea aplicarnos este cruel castigo? Nada tenemos que ver con sus verdugos. Pero fíjense que habla de 'vestirse de Ingrid'. O sea, la actividad de leer ella la compara con una forma de ropaje que hay que ponerse, como una cosa de pasarela, de desfile, de moda. Estoy tan harta de estos personajillos que denigran con sus peroratas incultas tanto al arte, a la escritura, a la literatura, a la palabra, con esa verborrea de a tres por kilo, sus pretensiones, su bobería mercantilista, y que además se atreven a tratarnos a todos como si fuéramos idiotas.
¡Que vuelva E.T.!
Aparte del libro, como no podía ser de otra manera, advierte que la operación editorial también irrumpirá convoyada con un filme, producido por la productora de Spielberg, la misma que hizo E.T. Sí, aquel extraterrestre secuestrado en la tierra, que finalmente logra volver a su planeta...
¡Ay, si ese mismo planeta se apiadara de nosotros y nos enviara de nuevo a E.T. a cambio de... y se la llevara bien lejos! Aunque sólo sea para que de un breve paseo de uno o dos años, a ver si aprende idiomas, si le inculcan el sentido universal de la medida, si logra por fin comprender la necesidad de resguardarse y resguardarnos de ella misma, absorta en un silencio que le vendría mucho mejor a su persona, por supuesto, porque no hablemos ya del ridículo que esta mujer hace cada vez que abre la boca.
Hará unos días hojeaba yo en un aeropuerto una revista de estas de escándalos, y ahí estaba La Santa, en una foto, conversaba al parecer desatada con Madonna, que la escuchaba, ella sí en silencio, y la observaba extenuada, aunque también anonadada, como alguien que confunde a Pocahontas con PocaVergüenza.
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Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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