Juventud e idealismo, ¿un salvavidas para la Concertación?
Si Frei no es capaz de dar un golpe de timón a su propuesta y poner orden en la Concertación, los galeones de los océanos azules quedarán varados en el mar de los sargazos, sin los vientos renovadores que prometían, sin proyecto, y como no habrá votos suficientes, sin destino.
Por Ricardo Manzi*
Para salvar a la Concertación y su candidatura; o mejor, para salvar su proyecto político, si es que aún lo tiene, se ha recurrido a un salvavidas: la apelación a la juventud y al idealismo formado en la gloria del catolicismo militante. No se trata además de cualquier idealismo juvenil, sino de uno que representa la mejor tradición de las juventudes cristianas formadas bajo el sagrario de los jesuitas.
Este movimiento, que pudiera parecer novedoso a la luz de la gerontocracia que hoy domina la política chilena, en verdad no tiene nada de eso. Hace algunos días recordaba esto mismo Alfredo Jocelyn - Holt en una columna en el cuerpo de Reportajes de La Tercera, ya que en otros momentos de nuestra historia se ha recurrido precisamente a este expediente.
Efectivamente, la determinación de Eduardo Frei al nominar al joven sociólogo Sebastián Bowen como el coordinador general de su campaña, constituye una señal dada al país, al elector joven y a los indecisos y suspicaces, que su candidatura no es más de lo mismo, sino que lleva inscrita la decisión de hacer una revisión crítica de la política nacional y que por ello se le hace espacio a un joven sin precisa militancia política partidista, pero cercano a la DC y, cuya singularidad principal luego de su trabajo social a favor de los desposeídos, es su pertenencia a la cofradía de San Ignacio de Loyola.
Tal nominación correspondería al preámbulo de la incorporación a la campaña y a la renovación del proyecto concertacionista, de una juventud idealista como la existente a fines de la década del cincuenta y comienzos de los sesenta, cuando, la juventud conservadora y los cercanos a la acción católica aterrizaron en masa en los registros de la recién fundada Democracia Cristiana. En ese proceso, la participación de la iglesia fue central, pues estando en el convencimiento de la necesidad de efectuar reformas profundas en el país que significasen la concreción de su propia doctrina social, puso su aparato intelectual más afinado al servicio de esa finalidad.
Así los centros de investigación como ILADES Y DESAL, dirigidos por sacerdotes jesuitas de calificados conocimientos en las ciencias sociales, le permitió a la iglesia de Santiago iniciar la puesta a punto de una juventud ansiosa por avanzar a la concreción de sus utopías en un proceso de creciente participación -promoción popular - , para despertar y dignificar a un pueblo que "vivía, sobrevivía o subvivía" al margen de la historia, con la finalidad de aproximarse a la justicia social, para salirle al paso a las recetas socialistas y al comunismo en un mundo bipolar y, en particular a la fascinante atracción que provocaba la revolución cubana y su estrategia foquista diseñada para lograr su irradiación, buscando implantarse más que en los conglomerados urbanos, en latifundios escasamente explotados por sus propietarios.
Ese emprendimiento se realiza a partir de un "aggiornamento" que en la propia iglesia venía dándose como producido del Concilio Vaticano II y varias encíclicas papales tales como Mater et Magistra. Así las cosas, la iglesia católica, el progresismo latinoamericano de igual raíz, el laicismo moderado e incluso la Alianza para el Progreso -estrategia política de los Estados Unidos de Norteamérica para su patio trasero- confluyen por razones diversas como es obvio, para producir una "Revolución en libertad" como rezaba el slogan de la campaña de Eduardo Frei Montalva en su candidatura que lo lleva al poder en 1964 con una gran mayoría, para detener el avance de "los rojos." Este dique de contención tuvo una precaria vida terrenal, pues a la vuelta de pocos años, el romanticismo de la revuelta cubana, el foquismo guevarista y la ilusión de una justicia social inminente, echó al tacho de la basura esa apuesta ideológica con el sonado triunfo de Allende en 1970.
Hoy día que los enemigos de entonces, coaligados bajo un mismo y anegado techo que antes de cobijarlos favorece el contagio del virus de la exterminación y que la crisis de la representación ha alejado a la ciudadanía de la participación política realizada desde menguantes y decadentes aristocracias partidarias -prescindentes del querer de sus representados-, ha surgido nuevamente el fantasma de un enemigo desbordante, esta vez proveniente del desencanto y el desorden: el populismo.
El populismo se ve atizado por la crisis económica internacional que ha servido para agudizar las críticas al capitalismo y a sus instrumentos, como el mercado y la globalización que no es otra cosa que mercado a nivel planetario, especialmente provenientes del mundo de la izquierda dura que hundidos sus buques insignias, había quedado a la deriva, como los náufragos en la balsa de las medusas. El sueño del eclipse del capitalismo de la mano de la crisis "sub prime" pudiere hacer pensar a éstos que revivirán las pasadas glorias del socialismo o, al menos el advenimiento de un Estado interventor que pueda aguar la fiesta de los satisfechos; una crisis que invertirá los paradigmas del desarrollismo, del neoliberalismo y todos los apodos que se le endilgan al capitalismo y sus instrumentos.
Por eso creo que Frei ha errado el diagnóstico, pues no es con la renovación de las caras ni la actualización de las recetas participativas e igualitarias del pasado con tufillo a confesionario, que se le sale al paso a la desesperanza y la incredulidad, sino que con la renovación de la forma de hacer política que saque a la Concertación y a la política chilena del marasmo en que se encuentra. Por eso, si Frei no hace una apuesta atrevida y sustancial relativa al sistema político chileno, sus instrumentos y herramientas constitucionales que permitan limitar el presidencialismo extremo que lo singulariza, distribuir el poder eligiendo autoridades donde hoy son designadas, dotar al país de una efectiva regionalización con recursos y capacidad fiscal; y , más importante, la demolición de las estructuras partidarias que permiten el abuso del poder y la corrupción, ampliando las posibilidades de participación y limitando las atribuciones del "politburó" de lo partidos que la integran y de la misma Concertación, pocas posibilidades de triunfo tiene en los próximos eventos electorales.
La promesa populista propulsada desde el descontento y el desorden, ansía la gloria y tiene la lozanía de la novedad; un líder con agallas y carismático: Marco, quién recoge esos sentimientos y conductas, cuyo discurso ha llegado a tener tal fuerza mediática que parte del electorado ya ha comenzado su migración y, ha sumido a las estructuras de la Concertación y a sus militantes en un dilema cuyo desenlace es difícil de establecer.
Lo más dramático de este estado de cosas, es que puede ocurrir, que terminemos cambiando una menguante cleptocracia clientelística por otra no muy distinta, pero sustentada en un discurso mesiánico, menos dado a la negociación y finalmente más intolerante, como nos ocurrió en Chile las décadas del 60' y 70'.
Si Frei no es capaz de dar un golpe de timón a su propuesta y poner orden en la Concertación, los galeones de los océanos azules quedarán varados en el mar de los sargazos, sin los vientos renovadores que prometían, sin proyecto, y como no habrá votos suficientes, sin destino.
*Ricardo Manzi es abogado, rmanzi@adsl.tie.cl