No debiera espantar a nadie que en Pío Nono s/n, vieja y noble Escuela de la Universidad de Chile, junto con enseñar el derecho se practique abiertamente la política. Lo vienen haciendo profesores y estudiantes desde hace casi 170 años. A veces con altura de miras, otras veces no. Sea que se producen, de cuando en cuando, elecciones reñidas, demandas, reformas internas, tomas, expulsiones u otros actos de fuerza. Ello sin mermar su prestigio académico o su papel como principal formadora del liderazgo político del país hasta hoy: el lado todavía esperanzador de todo esto. Lo cual no implica que siempre impere la razón: su faceta dudosa y, digámoslo de frentón, majadera. Precisamente, la tensión que, de nuevo, tiene a la Escuela figurando en las primeras páginas noticiosas. Esta vez, mediando una carta de seis profesores que acusan, tras otros intentos, al decano Roberto Nahum de supuesto plagio, y una toma de estudiantes que, desde hace más de una semana, exige cambios estructurales, un "proyecto de desarrollo", representación triestamental en el manejo de la facultad, y que se atiendan sus petitorios asambleístas. Antes, sí, que salga de inmediato Nahum. Nada especialmente novedoso pero que tiene a muchos muy entusiasmados. Es que todavía resuenan en los gélidos pasillos del formidable caserón tres tomas emblemáticas más o menos recientes que involucran a algunos de los mismos personajes actualmente en el ruedo. Por de pronto, la toma de 1971 promovida por profesores de derecha y democratacristianos en contra de la UP. Que tenían sus razones, de eso no cabe duda (querían evitar la fusión de la Escuela con otras unidades académicas), pero su proceder fue fáctico golpista. Se apostaron estudiantes y afuerinos en los tejados, con cascos y linchacos visibles desde la calle. Abajo, comandos de Patria y Libertad paraban el tránsito, exigían peaje y hasta le rompieron el parabrisas al ministro del Interior en un incidente que pudo llegar a peor (Eduardo "Coco" Paredes, director de Investigaciones, acompañaba a José Tohá en el auto y desenfundó su arma de servicio). Esa toma duró meses y de ella surgieron varias figuras poderosas en la Escuela. Desde luego, los dos decanos siguientes -Máximo Pacheco (1972-1974) y Antonio Bascuñán Valdés (1974-1976)-, afines al gobierno militar no obstante caer posteriormente en desgracia cuando la DC deja de apoyar la dictadura. De ahí en adelante, presidirá la Escuela la misma combinación política interna, aunque en su versión más dura, bajo la férula de Hugo Rosende, decano entre 1976 y 1983, y ministro de Justicia entre 1984 y 1990. En efecto, desde 1971 se han estado disputando y alternando la dirección de la Escuela dos grandes bloques de centro-derecha, no obstante que, a veces, se han aliado en un solo frente (como en la UP y primeros años de la dictadura) contra profesores minoritarios de izquierda. Un siguiente estallido vuelve a suceder en 1997 cuando Pablo Rodríguez Grez, yunta de Rosende, presenta su candidatura casi segura al decanato y se le arma de nuevo una toma de estudiantes, también con profesores detrás, que termina por sacar a varios de los académicos más autoritarios, quienes abandonan la Escuela y se van a universidades privadas, aunque no todos. En esa ocasión, vuelve Antonio Bascuñán Valdés al decanato (1998-2002) con el apoyo de Roberto Nahum, figura que durante todo este tiempo ha compartido coordenadas; incluso ha sido ya antes decano interino. Alianza que dura -no es preciso adivinarlo- hasta que se arma otra nueva toma de estudiantes, esta vez en 2002 contra Bascuñán, y Nahum gana las dos siguientes elecciones (la segunda en 2004 sin oposición y con alto número de votos). Fue entonces que el bando de Bascuñán, al igual que el de Rodríguez Grez, abandona la Escuela y parte, por supuesto, a universidades privadas y otras trincheras desde donde han estado disparando en contra. Las últimas arremetidas ¿Confuso? No, si nos atenemos a las dos variables continuas de este enfrentamiento de poder -últimamente algo vulgar y pedestre, personalista y caudillesco- entre Nahum y Bascuñán. Por un lado, un bloque hegemónico de centro y derecha cuyos dos bandos cuando se sienten algo seguros y/o precisan diferenciarse y ganar terreno, pueden hasta acuchillarse entre ellos. En segundo lugar, el uso que se hace de los estudiantes, quienes dan la cara protagonizando las tomas. Mecanismo que, a estas alturas, se ha estado convirtiendo en la manera perversa para descabezar y poner sucesivos decanos, cuando no los mismos de hace rato, por lo visto. La participación estudiantil abarca un espectro también fluido y flexible. Va desde la mera comparsa que no cacha ni una pero resulta, a menudo, la claque más entusiasta (a lo que se mueve, le apuntan), hasta grupos partidistas, réplica de los conglomerados nacionales afuera de la facultad (DC, radicales, PS, PC, UDI-RN). Entremedio, un cuanto hay muy diverso: independientes (lo sean o no); "discípulos" de algunos de los principales profesores, muchos muy habilosos que suelen liderar el patio y de este modo (no hay que ser ingenuos, ellos no lo son) avanzan en sus carreras académicas, profesionales y políticas; y, por cierto, oleadas de renovación izquierdizante que tratan de desperfilarse de los referentes partidistas nacionales. Entre estos últimos, los "autónomos", cuya figura más visible es Gabriel Boric, presidente del actual Centro de Estudiantes; quienes si bien han coqueteado con posturas protoorgánicas en el pasado, suelen definirse confusamente como ni de derecha ni de izquierda, y a favor de un asambleísmo en consulta permanente del que todavía no se cansan. De hecho, todos son un poco infatigables; piensan que la Historia, el rescate de las utopías y la Escuela pasan por ellos. Se saben elocuentes, logran movilizar y motivaciones de toda índole no les faltan. ¿Qué tan instrumentalizables son? Por cierto ninguno lo confiesa; tienen su orgullo. Con todo, insisto, la Escuela es un centro de poder, una caja de resonancia política a nivel nacional y un terreno fértil para reclutar cuadros futuros. Los mejores puntajes de las pruebas de admisión del área humanística -muchos de los cuales no quieren ejercer como abogados, sino llegar a ser académicos, intelectuales o líderes de opinión y políticos- llegan a la Escuela. Siempre ha sido así. Suponer, pues, que no se insertan dentro de un contexto amplio institucionalizado, afín al establishment ya dentro de la Escuela y a través de sus tentáculos fuera, es no entender cuán fríos, ambiciosos y racionales son nuestros mejores egresados de la secundaria. Facultad contingente Dichos tentáculos son reales. Los principales estudios de abogados que sirven a grandes empresas, al Poder Judicial, al gobierno, no dejan de tener entre ojos lo que pasa allí adentro. Si a Ricardo Lagos lo abuchean cuando la visita, la noticia no pasa inadvertida. La Escuela marca tendencias, reproduce y anticipa juegos de alianza y quiebre políticos. No hay facultad más contingente que Derecho de la Universidad de Chile. Por eso, también, las otras universidades la tienen en su mira y con no poca envidia. Arman grúas para llevarse a profesores que, así y todo, no dejan de hacer clases en Pío Nono. Rectores y decanos de ésas otras universidades son también docentes en ella. Qué de extraño tiene, entonces, que en esta última vuelta, dos consejeros de la Universidad Alberto Hurtado, docentes de la Universidad Adolfo Ibáñez y figuras públicas asociadas al CEP y al Colegio de Abogados hayan redactado la acusación contra el decano actual que temen podría reelegirse el próximo año. Lo que resulta inaceptable son los medios que, a veces, se emplean. Por de pronto, las tomas endémicas y actos de fuerza que riñen con la razonabilidad, los personalismos empantanados, las ofertas a estudiantes de la toma de platas y alimentos de toda índole -pizzas y hostias (un jesuita les hizo una misa)-, y también la agitación de profesores detrás de bambalinas. Un espectáculo no muy digno y que enloda, ojalá no interesadamente, a una institución universitaria como las hay muy pocas en este país que, en otra ocasión si puedo, trataré de mostrar en su más justa, valiosa y esclarecida dimensión. |